Relaciones EE UU/Rusia
Trump desafía a Putin con el cierre del consulado ruso
La Casa Blanca mide su respuesta a la expulsión de 755 diplomáticos de la Embajada estadounidense en Moscú anunciada a finales de julio
La Casa Blanca mide su respuesta a la expulsión de 755 diplomáticos de la Embajada estadounidense en Moscú anunciada a finales de julio.
Estados Unidos decretó ayer el cierre del consulado ruso en San Francisco y varios centros anexos en Nueva York y Washington. Un aviso que se esperaba desde que Moscú anunció a finales de julio la expulsión de 755 diplomáticos estadounidenses como represalia al nuevo capítulo de sanciones contra Rusia aprobadas por el Congreso de EE UU. Un golpe tremendo que implicó también la expropiación de dos propiedades estadounidenses, y que rebajaba en un 50% el personal diplomático de este país en Rusia.
Un año antes, en 2016, el presidente Obama había decretado la expulsión de 35 diplomáticos rusos. La escalada de réplicas y contrarréplicas, castigos y acometidas, deportaciones y anulaciones de credenciales nace, obviamente, con las posibles injerencias de los servicios secretos rusos en las elecciones presidenciales de EE UU. Este nuevo capítulo llega apenas un día antes de que concluya el plazo que Rusia había concedió a los diplomáticos estadounidenses para dejar el país. Heather Nauert, portavoz del Departamento de Estado, compareció ante los medios para explicar que su país se había «limitado a imitar la decisión del Gobierno ruso de reducir el tamaño de nuestra misión en Rusia». «Una decisión», añadió, «injustificada y perjudicial para la relación entre nuestros países».
Acallar las críticas
No olvidemos que el presidente Trump llegó a la Casa Blanca parapetado en su supuesta química con Putin, convencido de que Obama había descarrilado la relación entre ambos países y de que era imprescindible abocetar un nuevo relato. Pero las sanciones aprobadas por el Congreso de EE UU impedía cualquier posibilidad de aflojar el nudo, y la respuesta rusa le obligaba, siquiera con tintes publicitarios, a revolverse con contundencia.
Pero el cierre del consulado ruso en San Francisco, y de los edificios anexos de la Costa Este, no iguala ni de lejos la potencia de la represalia rusa. Más bien escenifica la necesidad política de salvar la cara frente a los congresistas y senadores más críticos con Rusia. Incluido John McCain. Al mismo tiempo y entre líneas la Casa Blanca parece decir que no había otro remedio y que, con paciencia y tiempo, la negociación dará frutos. Recuerda, en su pasividad, en su ataque más formal que efectivo, el ya legendario mensaje de Putin. Cuando con aplomo de jugador de póquer respondió a las expulsiones decretadas por Obama anunciando que esperaría, que Rusia aguardaba expectante las nuevas políticas que desarrollararía EE UU. Confiaba, claro está, en que una hipotética presidencia de Trump aliviaría las sanciones internacionales contra su país, que tanto daño económico han causado a la Federación Rusa. Sabe que a cambio de que EE UU olvide Crimea, como contrapartida a la invasión de un territorio que no piensa devolver, los rusos pueden negociar con una carta tan golosa desde el punto de vista geoestratégico, tan esencial en una región devastada, y tan codiciada por los aliados y enemigos de EE UU, como Siria. Un país crucificado y cuyo presidente, Bachar Al Asad, básicamente resiste gracias al apoyo ruso. Este párrafo del comunicado del portavoz Nauert lo explica todo, cuando señala el deseo de EE UU de evitar nuevas represalias mientras «mejoran las relaciones entre los dos países y aumenta la cooperación en áreas de interés mutuo».
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