Guerra en Siria
EE UU ultima un informe que inculpa a Asad
La de ayer fue una jornada de grandes preguntas en la Casa Blanca y en el Congreso. ¿Por qué Estados Unidos tiene que intervenir en Siria? ¿Qué se puede hacer para evitar el mayor número posible de bajas estadounidenses?; ¿Cuánto le va a costar el ataque al contribuyente? ¿Cómo puede Washington controlar las consecuencias de lo que ocurra en Siria? Con este telón de fondo, el presidente Barack Obama dejó ayer en blanco su agenda de actos públicos y todas sus reuniones estuvieron cerradas a la Prensa mientras debatía con sus consejeros, los militares y los legisladores del Congreso. Tras manifestar a la cadena PBS que una supuesta intervención en Siria no emularía la guerra de Irak, Obama ha puesto el acento en una acción «individual y limitada» para vencer la resistencia de quienes temen una guerra prolongada. Además, el presidente tendrá que buscar una justificación que le permita lanzar el ataque amparándose en algún tipo de legalidad, a la vista de que el consenso en Naciones Unidas es harto improbable. Por este motivo, la Casa Blanca anunció ayer que ultima un informe de inteligencia con pruebas de que el régimen sirio ha usado armas químicas. A ello se suma la intensa actividad diplomática del presidente, que ayer habló con la canciller alemana, Angela Merkel, dentro de la ronda de consultas que mantiene con diferentes líderes occidentales para coordinar la respuesta internacional frente a Siria.
En todo caso, el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, destacó que Estados Unidos «puede tomar decisiones de política internacional por su cuenta», dejando claro que no necesita el apoyo de Londres y París para lanzar un ataque. Aun así, los legisladores de ambos partidos, recelosos de otra guerra de incierto resultado, pidieron al presidente explicaciones sobre los motivos que pueden llevar al país a implicarse en un conflicto civil tan alejado de sus fronteras. Mientras, la Admistración Obama se apoya en el hecho de que el supuesto ataque con armas químicas del presidente Bachar el Asad , el pasado 21 de agosto cerca de Damasco, representa una amenaza directa para la seguridad nacional de EE UU. Este argumento proporciona a Obama una excusa legal para ordenar un ataque sin autorización de la ONU o del Congreso, pero no parece que sea suficiente justificación en Washington. De hecho, tras las experiencias de Egipto y Libia y las revoluciones de la llamada Primavera Árabe, el presidente se ha visto obligado a hacer equilibrios entre las reivindicaciones de la población y los intereses de Estados Unidos. De ahí las dudas y las dilaciones en una operación que, desde el punto de vista militar, puede desencadenarse de forma inminente, pero que adolece de la suficiente madurez en el terreno político y diplomático. Como trasfondo subyace el riesgo de que una acción militar fortalezca a los grupos terroristas vinculados a Al Qaeda.
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