
Guerra de Ucrania
El Ejército ucraniano afronta su cuarto invierno en las trincheras
El Kremlin busca realizar ganancias territoriales limitadas para crear zonas defensivas más amplias y desgastar a Kiev

“El frío y la nieve eran tan implacables como cualquier ejército”, escribió Leo Tolstói en Guerra y Paz, su clásico universal sobre la desastrosa campaña en Rusia de la Grande Armée de Napoleón Bonaparte. Poco ha cambiado desde aquel fatídico invierno de 1812. Las borrascas, la nieve y las temperaturas extremas del general invierno volverán a marcar los destinos de las tropas combatiendo en el conflicto ucraniano, el cual se aproxima a su cuarto año de atricción, y solo favorecerá a quien mejor preserve la moral de los soldados castigados por la metralla y la congelación, así como el que disponga de una mejor logística y estrategia para usar el mal tiempo en su beneficio.
La campaña militar de invierno puede dividirse en dos fases. La primera, conocida como la ‘rasputitsa’ tardía, sucede entre noviembre y diciembre cuando el terreno pasa del barro al hielo y todavía es inestable, con lo que puede frenar a los vehículos blindados y obligar a la infantería a moverse a pie con temperaturas muy por debajo de los cero grados. Es un periodo ideal para centrarse en ataques de precisión y saturación si los drones pueden operan en condiciones óptimas. La segunda fase se produce entre enero y febrero, cuando el suelo se endurece y permite la movilidad mecanizada, incluidos los tanques pesados. Sin embargo, el clima adverso, el cual puede aparecer de repente, hace que ambos bandos se limiten a lanzar ofensivas locales. Es decir, de poca profundidad (entre 1 y 3 km) porque las líneas logísticas son extremadamente frágiles.

Así, el invierno convierte la guerra en una competición logística y de resiliencia, más que una lucha de maniobras destinada a decisiones estratégicas inmediatas. Por ello, el frente ucraniano se encamina hacia la misma táctica de desgaste continuo, donde el Kremlin seguirá presionando para realizar ganancias territoriales limitadas en las que crear zonas defensivas que desgasten a Kyiv, mientras continúa con el aumento de los ataques con misiles y drones kamikaze contra los centros logísticos y energéticos ucranianos. En este sentido, el frío beneficia el lanzamiento de cohetes porque las noches son más largas y las temperaturas fuerzan a la población a usar más energía, con lo que los ataques contra la infraestructura energética tienen un mayor impacto.
Lucha congelada pero activa
Como en años anteriores, la temporada invernal no presenta indicios de un colapso general del frente, aunque sí se observan intentos rusos para consolidarse y seguir presionando en diversos puntos de los más de 1000 km de línea de batalla. Al norte, en el eje fronterizo de Sumy, las operaciones ofensivas rusas siguen teniendo como objetivo dificultar los refuerzos ucranianos cerca de la frontera. Se han producido avances puntuales, pero sin rupturas estratégicas. Mientras, en los sectores nororientales de Járkov y Kupiansk, el terreno brumoso de los bosques y los ríos congelados pueden permitir infiltraciones rusas pequeñas y rápidas. Así, las tropas de Moscú continuarán con su empuje hacia el oeste de Járkov con el objetivo de cercar zonas del norte de Donetsk, donde Ucrania mantiene una defensa frágil, pero con la capacidad de realizar contraataques locales.
Por su parte, el eje central de Bakhmut seguirá siendo un punto de atrición extrema en el que el invierno recrudecerá los intensos combates posicionales, sobre todo las ofensivas rusas destinadas a consolidar nuevas posiciones y avanzar hacia el suroeste de Donetsk, donde las líneas siguen muy disputadas y causan un alto costo humano y artillero. Más aún, la aparición del hielo en el terreno ondulado y urbano de Luhansk, el cual es un objetivo prioritario ruso, favorecerá los ataques mecanizados del Kremlin, que buscarán controlar el resto de ese territorio para ganar profundidad operativa y empujar a las tropas ucranianas hacia el oeste.
En el frente central-sur, el cual incluye Melitópol, el eje costero y los campos abiertos de Zaporizhzhia, estará determinado por un suelo congelado perfecto para las ofensivas de ambos bandos. Sin embargo, la línea está tan minada que significaría un suicido para cualquier unidad de blindados. Por ello, allí se espera la misma guerra de drones y artillería, a la vez que continúan los combates de desgaste en las trincheras y los puntos fortificados. Asimismo, la dinámica en el sector sureño de Kherson, clave para controlar el río Dniéper y el acceso al Mar Negro, estará muy condicionada por el frío ya que las partes donde el río se congela pueden facilitar operaciones combinadas y ataques a la infraestructura fluvial.
Finalmente, la guerra invernal en la península de Crimea y el Mar Negro, fundamental para proteger a la ciudad de Odessa, volverá a su vertiente más estratégica con ataques de precisión contra las bases e infraestructuras marítimas rusas que, a su vez, seguirán lanzando sus misiles contra las ciudades y los puertos ucranianos para socavar y condicionar su flujo logístico. En este contexto, el clima tendrá poco impacto salvo cuando se produzcan condiciones atmosféricas adversas para el vuelo o la navegación de los drones marítimos.
Combatir contra el hielo
El clima extremo afecta a las armas, los sensores y las comunicaciones. Por ejemplo, el frío intenso hace que las baterías de los drones, el arma que ha cambiado la guerra en Ucrania, tengan una capacidad mucho menor. Además, el hielo afecta a las hélices, mientras que la niebla densa típica del este del país reduce enormemente su capacidad para el reconocimiento. O, lo que es lo mismo, los días de mal tiempo se reduce la vigilancia aérea y eso facilita posibles infiltraciones de la infantería.
Por otro lado, la temporada invernal convierte la logística militar en una auténtica pesadilla. Las tropas deben ser suministradas con ropa adaptada al clima y generadores eléctricos para combatir el frío. El consumo de combustible aumenta por la calefacción de los vehículos, cosa que genera más averías. Además, el mantenimiento del equipo de la soldadesca se convierte en una cuestión de vida o muerte porque el metal se fragiliza, las radios fallan y los cierres de las ametralladoras se congelan. Las unidades mal equipadas pierden eficacia rápidamente y facilitan las operaciones del enemigo.
Esos meses de frío y nieve tienen efectos muy negativos en el bienestar de los soldados, que sufren más bajas por congelación, neumonía y accidentes. La combinación de humedad, viento y temperaturas extremas socaban la capacidad física y mental de los combatientes atrincherados. Lo peor es que el aislamiento causado por el mal tiempo dificulta la evacuación de los heridos, cosa que golpea con fuerza la moral de las tropas que, en este período del año, está en su punto más crítico y solo puede ser conservada con un sistema efectivo de rotaciones que evite los dos parásitos capaces de acabar con cualquier ejército: el derrotismo y la fatiga de combate. Porque, como escribió el historiador Norman Davies, “el invierno ruso no es un mito: es un multiplicador de fuerza para quien está preparado y una sentencia para quien no lo está.”
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