Venezuela

El día que la Policía de Maduro mató al hijo de su antiguo jefe

LA RAZÓN es testigo del asesinato en plena protesta de David Vallenilla, un joven de 22 años alcanzado por dos disparos a quemarropa.

David Vallenilla, de 22 años, en el momento de recibir los disparos a quemarropa
David Vallenilla, de 22 años, en el momento de recibir los disparos a quemarropalarazon

LA RAZÓN es testigo del asesinato en plena protesta de David Vallenilla, un joven de 22 años alcanzado por dos disparos a quemarropa.

Ayer, nuevo día de protestas y nuevo luto por otro joven que tenía toda una vida por delante y que la perdió por enfrentarse a un Gobierno represor. La oposición venezolana protagonizó un «trancazo» de calles por el asesinato de David Vallenilla, quien falleció tras recibir varios disparos a quemarropa por parte de un funcionario de la Guardia Nacional (GNB). David era hijo del que fuera jefe del presidente Nicolás Maduro cuando éste trabajaba en el metro de Caracas. En concreto, el padre del joven asesinado era el supervisor del ahora presidente de la República.

LA RAZÓN fue testigo directo de ese asesinato. Sobre la colina de la Candelaria pudimos observar a varios integrantes de la llamada «resistencia», armados con cócteles molotov y escudos de madera para protegerse, que se encaramaban a la verja del cuartel. Uno de los fotógrafos locales nos anima a acercarnos. Nos sentimos tentados pero tuvimos miedo. En la última marcha nos acecharon como hienas algunos manifestantes y posteriormente la Guardia Nacional. Sabemos que ir solos es jugársela. Arriesgar tu integridad y tus equipos. Vemos la marabunta, el caos. Decidimos seguir desde la colina a escasos metros –pero apartados– la batalla campal. A nuestro lado varios encapuchados nos muestran cómo construyen las armas: alcohol, pólvora, cohetes... «Encendemos las mechas y sale disparado. A los segundos explota, hay que calcular. A veces nos arde la mano, hay accidentes», cuenta uno de ellos, que tan sólo cubre su rostro con un pañuelo palestino. Su compañero parece más aguerrido, evita la mirada con su gorra negra.

Finalmente se ponen de pie y bajan la colina. Comienzan a lanzar sus explosivos. Llegan a incendiar una de las casetas cuando aparece la guardia. Se repliegan, pero David se enfrenta a ellos junto a la verja. Si más vacilaciones, uno de ellos saca «una recortada» y dispara sobre su pecho. La única protección que tiene es la mochila que lleva en la parte delantera. No va armado. Rápidamente otro «escudero» acude a su auxilio y el policía también le dispara; queda herido. Otros compañeros los arrastran hasta una moto de los cascos verdes –estudiantes de medicina y doctores voluntarios que atienden a los heridos–. Rápidamente se los llevan. A nuestro alrededor bombas lacrimógenas, morteros y perdigones. Un día más de furia y muerte. Poco después, el ministro del Interior de Venezuela, Néstor Reverol, dice que ya fue identificado y «sometido a los procesos de la ley» el «sargento» que causó la muerte del joven durante lo que calificó de «asedio» a la base aérea La Carlota, de Caracas.

El dolor y la decepción se podían palpar ayer en el funeral. Los sentimientos estaban en carne viva. Su madre, Milagros Luis, aseguró que a pesar de que había diferencias entre los «puntos de vista» de ella y su hijo, siempre hubo espacio para la tolerancia y el respeto. La madre del joven también manifestó su deseo de que, si es posible, se haga un diálogo. Una utopía en los tiempos que corren. Con la muerte de David la cifra de muertos se eleva a 81. Casi todos eran estudiantes, algunos menores de edad, aunque también hay guardias y personas de avanzada edad en la lista negra. La fría autopsia describó en dos líneas la muerte de David: «Shock hipovolémico, hemorragia interna por perforación de pulmón, corazón e hígado por disparo de arma de proyectil múltiple».