Narcotráfico

El discreto hombre de las dos caras

La Razón
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Una vez más, Joaquín «El Chapo» Guzmán ha sido detenido en una macro operación por parte de las Fuerzas de Seguridad mexicanas, lo que no hace sino aumentar su leyenda como uno de los más grandes mafiosos de nuestro tiempo. Sus huidas y su amplio control de Sinaloa ponen en tela de juicio el Estado de Derecho en México. Tras de su captura el 22 de febrero de 2014 en unos apartamentos turísticos del puerto de Mazatlán, en su Sinaloa natal, la Policía se incautó de 16 casas de Guzmán en Culiacán, capital de Sinaloa, y su centro de operaciones. De allí se escapó una y otra vez. Al decomisarlas, la Policía mexicana encontró un complejo sistema de túneles que conectaban unas casas con otras y que le permitía escapar cuando había cercos policiales. En una de ellas incluso tenía, al levantar la bañera, un túnel que le conectaba con el sistema de drenaje de la ciudad, que ahora recuerda mucho a la fuga de la cárcel de máxima seguridad en julio de 2015. En otra podía escapar por detrás del espejo del baño. Él es el «jefe de jefes», calificado desde 2013 como enemigo público número uno por la Comisión del Crimen de Chicago, una etiqueta creada en 1930 para designar al jefe de la mafia, Al Capone. Y como los grandes mafiosos, su mayor fortaleza siempre ha sido la discreción. Sin coches ostentosos ni casas en barrios de clase alta. Muy generoso con sus vecinos, amigos y aliados para ganarse su silencio y su apoyo incondicional, que incluso motivó marchas contra su arresto. Ayer fue detenido en Los Mochis, también en su Sinaloa natal. Sin embargo, su discreción no la heredaron sus nueve hijos, de tres esposas diferentes. La última, una reina de belleza más de 30 años menor y sobrina de uno de sus socios, otro jefe del narcotráfico, Ignacio Coronel, abatido en 2010. Con ella tuvo dos hijas gemelas, en 2011, que nacieron en Los Ángeles, California. De los otros siete, uno fue asesinado, otros detenidos y la mayoría acusados por las autoridades mexicanas y estadounidenses de delitos relacionados con el narcotráfico, pero fuera del pistolerismo, como el lavado de dinero. A «El Chapo» se le adjudican más de 3.000 víctimas mortales y aunque dejó el sicariato al escalar en el cártel, participó en peleas en los 90, como el tiroteo en 1992 en una discoteca.