Violencia racista

El discurso del odio toma el país de Trump

Envalentonada por el discurso de Trump, la extrema derecha de Estados Unidos cobra fuerza y se consolida en todo el país, especialmente en las ciudades del sur

Miembros del Ku Klux Klan queman una esvástica y una cruz tras un desfile en el condado de Paulding, en Georgia
Miembros del Ku Klux Klan queman una esvástica y una cruz tras un desfile en el condado de Paulding, en Georgialarazon

Lugares como Clarksdale (Mississippi) lucen las insignias de lugares que almacenan en sus entrañas incontables cúmulos de historia.

Lugares como Clarksdale (Mississippi) lucen las insignias de lugares que almacenan en sus entrañas incontables cúmulos de historia. En el pequeño pueblo del condado de Coahoma, frontera con el gran río, nacieron Sam Cooke, John Lee Hooker, Ike Turner y Son House. También vivieron, entre otros, Muddy Waters y Howlin’Wolf. Palabras mayores de la historia cultural del siglo XX... y de algunas de sus más flagrantes pesadillas. Porque en Mississippi, igual que en los estados aledaños, Alabama, Tennessee, Arkansas, Lousiana, etc., todavía late la bestia racista.Una galaxia de grupúsculos neonazis, admiradores de Hitler, supremacistas blancos y devotos del KKK en sus distintas facciones, que extiende su zarpa desde Mountain View (California) a Hempestead (Nueva York), sede del capítulo local de los Caballeros del Ku Klux Klan.

Podrías creer que en lugares como Clarksdale la afluencia de turistas y el paso del tiempo habrían atemperado los coletazos racistas. Y no. Lo comentaban, por ejemplo, los empleados de Cat Head Delta Blues & Folk Art, Inc., la gran tienda de blues de la zona, que han visto a bluesmen octogenarios temblando como pajaritos por el mero hecho de tocar delante de una multitud de blancos. Al cabo, no lejos de esta ciudad frontera entre Tennessee y Mississippi, cruzada por la Ruta 61, tienen sede varios grupos supremacistas blancos y organizaciones que se autotitulan como neoconfederadas. Tal y como explicaba la Liga Antidifamación en un informe de febrero de 2017, el KKK permanece activo en 33 estados en sus más de 40 encarnaciones. Más de la mitad de los nuevos grupos asociados al Klan y surgidos en los últimos tres años lo han hecho en Mississippi y Alabama. Ciertamente carece de la fuerza que tuvo en la primera mitad del siglo XX, pero otras organizaciones más sofisticadas han recibido su herencia.

Desde luego pocas tan influyentes en el ámbito digital como la web «Daily Stormer». Así llamada por Der Stürmer, de Julius Streicher, aquel panfleto antisemita y nazi fundado en 1923 en Nuremberg. Creada por Andrew Anglin (1984) en 2015, de «Daily Stormer» ha sido noticia esta semana después de que GoDaddy primero y más tarde Google la expulsaran de sus dominios. Una exigencia a la que siempre se resistieron los gigantes de Silicon Valley, parapetados en la neutralidad de la red. «Miedo», escribió en una ocasión Anglin, refiriéndose a los musulmanes en EE UU. «Queremos que esta gente sienta que no la quieren. Queremos que tengan miedo». El Southern Poverty Law Center, que ha reunido algunas de las grandes frases de Anglin, acumula muchos de sus exabruptos: «Lo cierto es que cuando otorgas derechos a las mujeres destruyen absolutamente todo lo que les rodea. Incluso si te conviertes en el mejor macho alfa, alguna perra estúpida seguirá arruinando tu vida». Muy activo durante la campaña presidencial de 2016, Anglin dejó claras las razones por las que el «Daily Stormer» apoyaba a Donald Trump: «Los judíos, los negros y las lesbianas dejarán América si Trump es elegido, y eso le hace feliz [a Trump]. Esto por sí solo es razón suficiente para poner todo tu corazón y tu alma en apoyarle». Por si hubiera dudas respecto a su ideología, este reconocido líder de la denominada «alt right» escribió en abril de 2016 que «se acerca el día en el que tiraremos la farsa del monumento [al Holocausto] en Berlín y podremos reemplazarla por una estatua dedicada a Hitler de 300 metros».

No es el único apologeta de los crímenes nazis envalentonado por la retórica pirómana de un presidente capaz de mantener la equidistancia entre manifestantes neonazis y detractores. «United the right», la manifestación en Charlottesville (Virginia), ya está considerada como la mayor demostración de fuerza de la extrema derecha en EE UU desde los días de la lucha por los derechos civiles. Allí estuvo, liderando la marcha de las antorchas, al más puro estilo de la parafernalia Leni Riefenstahl, el visceral y siniestro Richard B. Spencer, presidente del National Policy Institute y apologeta de una limpieza étnica «pacífica» que permita establecer una América blanca. Spencer acudió a la llamada de Jason Kessler, organizador del evento y novelista aficionado, convencido, según el Southern Poverty Law Center, de que un grupo de judíos escapó del Holocausto para establecer un «infierno marxista en EE UU» y, de paso, «acabar con los valores occidentales». Otro de los que acudieron a la llamada de Kessler fue Matthew Heimbach (Paoli, Indiana, 1991), apodado «El Pequeño Füher», un curioso joven, hijo de un profesor de Historia, que a veces posa con gorra carlista (!) y que lidera el Partido de los Trabajadores Tradicionalistas. Entrevistado por una televisión local de Louisville en 2016, Heimbach explicó que aspiraba a representar los intereses de los estadounidenses blancos para crear un Estado blanco, calco de la volksgemeinschaft con la que deliraban los nazis.

«El aroma de las magnolias, dulce y fresco», cantaba Billie Holiday, «y luego un repentino olor a carne quemada/ Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos/Para que la reúna la lluvia, para que el viento la aspire/para que el sol la pudra para que los árboles la dejen caer/Aquí hay una extraña y amarga cosecha». Una cosecha de sangre, derramada en Virginia y también a orillas de la ruta 61, en pueblecitos como Clarksdale, y donde este cronista ha visto a viejecitas blancas llamar al joven empleado negro del comercio por un epíteto tan salvaje (ni-gger), que casi creías distinguir, sobre la dulce cabeza de la anciana, un níveo cucurucho del Klan. El mismo que, tiempo después, volvería a asomar en el atardecer de Charlottesville.