Unión Europea

El escenario más complejo desde 1945

La Razón
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En ningún caso, el resultado de las elecciones celebradas ayer colabora a aclarar muchos de los grandes desafíos que afronta la política británica a corto y medio plazo. Por primera vez en su historia reciente, los ciudadanos han votado bajo el «shock» de dos atentados terroristas que han hecho tambalearse la hasta ahora elevada confianza en las Fuerzas de Seguridad del país. Los interrogantes que aún rodean a los acontecimientos del pasado sábado en el London Bridge y el Borough Market se suman a la percepción de una policía incapaz de gestionar adecuadamente una amenaza terrorista, cuyo yugo fue uno de los argumentos esgrimidos en su momento a favor del Brexit.

La nueva Administración deberá trabajar, en efecto, para recuperar esa confianza, y fortalecer las capacidades de unas Fuerzas de Seguridad que, todo parece indicar, hoy en día están por debajo de las de muchos de los miembros de la UE. Deberá hacerlo en un contexto político difícil; en un momento en el que la baza de la cooperación internacional en esta materia está en el aire, no sólo por el propio Brexit y el distanciamiento con los socios europeos, sino por el carácter impredecible y poco confiable de la Administración Trump.

Si el azote terrorista –impredecible y feroz– lo permite, la gran cuestión de la legislatura será en cualquier caso el Brexit y sus derivadas. La capacidad real de Reino Unido para llevar a buen término una negociación compleja, que ha iniciado con un maximalismo cuando menos irresponsable, y que casa mal con la tradición política británica, es una incógnita de primera magnitud. Está por verse la destreza del país para entrar de nuevo en el gran escenario comercial internacional, tras años bajo el paraguas de la UE, o el efecto real que la salida de la Unión tendrá en el dinamismo de la gran vaca lechera que es la City londinense. Pero Reino Unido no es sólo Londres, y la salida de la Unión supondrá un grave reto para el entramado económico conjunto del país, y para el sostenimiento del bienestar de sus habitantes.

A caballo de todo ello, la propia integridad y cohesión territorial de Reino Unido. El modelo británico nació cuando Inglaterra era un imperio mundial al que se sumó Escocia en 1707 para participar del reparto global. El siglo XX ha sido el del colapso de ese imperio y el del fin del excepcionalismo británico, del que el propio Brexit no es sino un canto de cisne. El propio nacionalismo escocés; el auge de una desconocida identidad galesa; el europeísmo de Irlanda del Norte –separada de la UE sólo por la frontera terrestre que divide en dos la más pequeña de las islas británicas– o el propio exclusivismo inglés, plantean graves interrogantes sobre el futuro de la Unión.

En definitiva, no es exagerado afirmar que éste será el Gabinete con desafíos más relevantes desde el elegido en julio de 1945, tras el fin de la II Guerra Mundial. En aquella ocasión, los británicos sorprendieron al mundo eligiendo a un laborista –Clement Attlee– en lugar de a Winston Churchill. Lo único cierto hoy es que los dos principales candidatos palidecen ante la grandeza de sus antecesores. Las nubes en el horizonte, sin embargo, son de la misma magnitud.