Papel
¿El final del maestro de la provocación?
Jean-Marie Le Pen se resiste a abandonar el primer plano de la vida política tras más de cuatro décadas de proclamas ultraderechistas
«Las cámaras de gas fueron una anécdota de la II Guerra Mundial». «Los inmigrantes gobiernan Francia». «La ocupación alemana con el mariscal Pétain no fue particularmente inhumana». Defiende la «desigualdad racial» y cree que Francia debe estar al lado de Rusia para defender el «mundo blanco». «Con tres meses de ébola en África acabará el problema de la inmigración». Éstas frases sólo son una pequeña muestra de las declaraciones explosivas lanzadas por el octogenario Jean-Marie Le Pen a lo largo de su dilatada carrera política. Desde que fundó el ultraderechista Frente Nacional (FN) en 1972, el antiguo paracaidista de la guerra de Argelia ha disfrutado en su papel de provocador y azote de lo políticamente correcto y de los partidos tradicionales. De ahí que no esté dispuesto a seguir el consejo de su hija y actual líder del partido, Marine Le Pen, de abandonar la vida política.
«Le Pen nunca tiene remordimientos. Tiene la idea de que si alguien te ataca, tú debes responder tres veces más fuerte», explica Nicolas Lebourg, experto en la extrema derecha gala. «Piensa que la política es un asunto de vida y muerte. Si tú le provocas, él hace lo que siempre ha hecho, vuelve a golpear como si no hubiera oído», añade Lebourg. Tampoco le han disuadido las condenas y sanciones judiciales que le han costado sus comentarios racistas y antisemitas o el atentado que sufrió en su domicilio.
Nacido hace 86 años en la ciudad portuaria de La Trinite-sur-Mer (Bretaña) e hijo de un pescador y una costurera, Jean-Marie estuvo vinculado a la acción política desde su adolescencia. Feroz anticomunista y con carácter de matón malhablado, estudió Derecho antes de alistarse para combatir en Indochina. A su regreso a Francia, fue elegido diputado en la Asamblea Nacional con sólo 27 años antes de participar en la guerra de Argelia como paracaidista. Sobre su paso por el país magrebí pesarán siempre las acusaciones de tortura. Junto a otros elementos de extrema derecha y ex combatientes de las guerras coloniales, Le Pen fundó en 1972 el Frente Nacional, ignorado por el resto de partidos por sus mensajes xenófobos y ultranacionalistas. Sin embargo, el cordón sanitario establecido por la clase política tradicional y la Prensa se rompió inesperadamente en la primera vuelta de las presidenciales de 2002. Aquel 22 de abril quedará en la historia de la V República como el día en que un candidato ultraderechista pasó a la segunda ronda tras superar al candidato de la izquierda. El malestar por los escándalos del neogaullista Jacques Chirac y la confianza en una victoria segura del socialista Lionel Jospin dejaron el camino libre al mayor éxito electoral del FN hasta la fecha. De «outsider» de la política del Hexágono, Le Pen pasaba a tener un papel protagonista y se jactaba de que los grandes partidos habían adoptado parte de su discurso.
Segura de repetir la proeza de su padre en las presidenciales de 2017, Marine Le Pen (46 años), a la que éste cedió las riendas del FN en 2011, ha emprendido la estrategia de hacer limpieza en el partido y deshacerse de los viejos tics antisemitas y racistas. Una lavado de imagen que persigue moderar el partido para presentarlo como una opción más respetable ante el electorado, que ya lo convirtió en el primer partido de Francia en los comicios europeos de mayo y no deja de crecer elección tras elección. De ahí que el miércoles, Le Pen hija dijera basta a las andanadas antisemitas y racistas de su padre, al que ha abierto un inédito procedimientos disciplinario y ha vetado como cabeza de lista en las regionales de Provenza Alpes Costa Azul del próximo diciembre.
Mientras, el fundador del FN se resiste como gato panza arriba a retirarse y acusa a su hija de ser víctima del «establishment» y «dinamitar» el partido. Desde su reducto, la fiel publicación ultra «Rivarola», el patriarca va más allá al lamentar que «el FN se ha convertido en un club gay», en alusión al vicepresidente del partido, Florian Philippot, que ha pedio abiertamente la jubilación del viejo fundador del partido. Un sentir que, según el diario «Ouest France», parece compartir el 62% de los votantes franceses y el 74% de los seguidores de la formación ultraderechista.
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