Política

José María Marco

El hijo de la globalización

Más que en la propia crisis, probablemente el origen de fondo de esta desconfianza esté en una globalización que no consigue paliar los efectos del desempleo que provoca

El hijo de la globalización
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Más que en la propia crisis, probablemente el origen de fondo de esta desconfianza esté en una globalización que no consigue paliar los efectos del desempleo que provoca.

Cuando Macron salió elegido presidente de la República Francesa, hace año y medio, pareció que la ola populista empezaba a retroceder. El Brexit había sido un escarmiento, y en países como España y Francia el electorado había detenido el avance de los populistas. Como por entonces la crisis estaba ya retrocediendo incluso en aquellos países, como el nuestro, donde más duró, se abrió paso la tentación de explicar el populismo recurriendo a la depresión económica, como si hubiera una relación directa entre la uno y el otro. En realidad, desde entonces, los movimientos populistas no han retrocedido e incluso se han ido acentuando.

Tocqueville advertía que los cambios políticos, o las revoluciones, no son simultáneas a las crisis. Aunque no se pueda descartar la relación entre las dos, también es posible que lo que las crisis hacen es sacar a relucir tendencias ocultas hasta entonces, que son las que a su vez acaban dando forma al cambio social y político.

Cuando los británicos votaron el Brexit, la recesión se había terminado. Entre los países que requirieron rescates internacionales, descartando Chipre, sólo en Grecia los populistas alcanzaron el poder en su momento. No fue así en Irlanda, ni en Portugal, ni en Italia, donde la llegada de los populistas se ha producido después. Salvo en Hungría, no hay forma de relacionar el auge de los populismos en Europa central con la crisis. Y en los países escandinavos –incluida Noruega, donde gobierna en coalición–, el populismo ha avanzado sin que la depresión haya sido tan grave como en otras zonas de Europa. Estados Unidos había dejado atrás la crisis cuando Trump llegó a la Casa Blanca. Y en el resto de América tampoco es fácil establecer la relación entre economía y populismo, a menos que se subraye la incapacidad de algunos países para aprovechar la globalización.

Así que hay que buscar otros motivos para el auge del populismo. En cuanto a los motivos políticos, el populismo está relacionado casi siempre con el retroceso de los partidos socialdemócratas, o de izquierda tradicional. El movimiento viene de lejos, como en Francia con el Frente Nacional, cuando se hacía con los votos del Partido Comunista. Se ha acentuado en los últimos años al hacerse evidente el derrumbamiento, sin recambio, de la socialdemocracia. Era previsible que esta desconfianza no se limitara al centro izquierda, y así está ocurriendo en muchos países.

Más que en la propia crisis, probablemente el origen de fondo de esta desconfianza esté en una globalización que no consigue paliar los efectos que tiene en el empleo de partes importantes de la población, en particular los jóvenes. De aquí buena parte del populismo de izquierdas. El de derechas se nutre también de esta precarización de la vida. También aquí hay un problema de globalización, pero atañe más a la percepción de una amenaza (como ocurre con la inmigración), cuando no de ataques a formas de vida percibidas como propias. Ya sea por la precarización del trabajo, o por la precarización de las formas de vida, se ha generado una mentalidad que se siente defraudada por los políticos tradicionales. Y quien habla en estos términos, recurre pronto a un vocabulario nacionalista en cuanto percibe que el marco nacional ha sido abandonado por esas mismas élites, ya sean las élites de la izquierda más o menos divina o las de la derecha más o menos tecnócrata. No parece que la ola populista, que ha seguido creciendo, pueda ser detenida con sólo medidas económicas.