Internacional

El legado de Obama

La Razón
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El mayor éxito de Obama es estrictamente personal. Termina con unos índices a favor del 53,6% y en contra de solamente el 41,4%, lo que no está nada mal. Es un éxito personal, porque los que dicen que el país va bien pasan muy poco del 30% y así ha sido con pequeñas fluctuaciones, de manera persistente, a lo largo de sus dos mandatos. Por otro lado, el devoto entusiasmo por Donald Trump, no entre todos sus votantes, pero sí entre más de la mitad de ellos, incluidos sectores sociales que hasta hace poco fueron históricamente fieles demócratas, hay que computarlo como hastío por, o abierta rabia contra, lo que Obama representa de engreído y agresivo izquierdismo –en términos americanos–. Esa misma actitud ha llevado a otra parte de los votantes republicanos a tragar a Donald, cuando personalmente lo despreciaban.

Obama ha engendrado a su contrario y le ha facilitado su acceso al poder. Y como ha gobernado a medida que iba perdiendo la mayoría en las cámaras, en sucesivas elecciones, por lo que aquí llamaríamos «por decreto», escamoteando lo que constituye la esencia del sistema americano, la perpetua negociación y búsqueda de consenso entre Ejecutivo y Legislativo, «condenados a entenderse», dada la distribución constitucional de poderes, ahora se encuentra con que su sucesor y de alguna manera criatura está en buena situación para desmontar su herencia, que más allá de trágalas ideológicos, contiene pocos resultados.

Aunque él dirá que sacó al país de la crisis con la que se había encontrado al llegar al poder, lo cierto es que la derecha nunca ha dejado de señalar que ha sido la más lenta recuperación que el país ha experimentado desde el 29, la mayor crisis de la historia del capitalismo, y eso con una economía que sigue siendo la primera del mundo, no sólo cuantitativa sino cualitativamente.

PROMESAS INCUMPLIDAS

De lo que Obama prometió en su primera campaña de 2008 poco se ha convertido en realidad y, además, no siempre para bien. «Cambio y esperanza» («Change and hope») fue el lema, que suscitó un mesiánico entusiasmo, pero que ya no se repitió en sus segundas elecciones, en 2012. Se ha estudiado el endiosamiento que suele generar el ser el número uno, caso extremo, al fin y al cabo, del fenómeno psicológico de que a todos se nos suben los éxitos a la cabeza, los imaginarios no menos de los reales. Lo peculiar de Obama, como de su admirador y pretendido equivalente, nuestro Zapatero, es que llegó al poder con el endiosamiento ya puesto y con el patrimonio ideológico de un adolescente progre de los ochenta.

Se podría tomar, malévolamente, como símbolo de sus presidencias la promesa de que cerraría Guantánamo desde el momento en que pusiese pie en la Casa Blanca y el hecho de que se va con el centro de detención para combatientes irregulares abierto, lo que constituye un botón de muestra de lo que un presidente americano puede o no puede hacer sin la anuencia del Congreso, algo que más vale que Trump aprenda pronto si no quiere arriesgarse a terminar en un «impeachment».

POLÍTICA INTERIOR

Su programa estrella en política interior fue la creación de una sanidad pública, lo que llegó a llamarse el «Obamacare», algo difícil de entender desde esta orilla del Atlántico, no por exótico, sino por todo lo contario, porque nos parece lo más natural del mundo y sorprende la resistencia que ha suscitado. Muchas diferencias habría que explicar, comenzando por el hecho de que Estados Unidos no gasta menos que los europeos en sanidad pública, sino más, en proporción al presupuesto federal, sólo que esos programas multimillonarios no alcanzan a todo el mundo, amén de que necesitan drásticas reformas porque a la larga son francamente ruinosos en su forma actual. En todo caso, lo que la primera Administración Obama parió al respecto ha sido un desastre de concepción y lanzamiento, con promesas manifiestamente falaces, hasta el punto de que muchos candidatos demócratas en elecciones de todo tipo se han esforzado para que no se los asocie con el buque insignia obamista.

Obama llegó también con toda clase de ínfulas climáticas y ecologistas. Si por él hubiera sido, no habría tenido lugar la revolución del «fracking» –la perforación horizontal y la extracción hidráulica del petróleo y el gas– de tanta transcendencia económica y con tantas implicaciones estratégicas.

POLÍTICA EXTERIOR

El saldo exterior es todavía peor. El buenismo que exhibió en sus primeros grandes discursos (premio Nobel de la Paz, en El Cairo para el mundo árabe), el «reinicio» en las relaciones con Rusia, la salida en falso de Irak, de donde procede el Estado Islámico, la inhibición en Siria o el «giro hacia Asia» sin el correspondiente músculo militar. Todo ello está entre el fracaso y el desastre. Queda su logro estelar, el acuerdo nuclear con Irán, que no ha creado la más mínima buena voluntad y puede abrir la nuclearización del régimen.