Política

Guerra en Ucrania

El miedo y las bombas minan la fe en la tregua

Los ucranianos del este temen que el alto el fuego que ha entrado hoy en vigor se rompa y que la guerra sea más larga aún

Fmilias rotas en un refugio en Artemiusk. El niño fue adoptado después de que su madre le abandonara al inicio del conflicto
Fmilias rotas en un refugio en Artemiusk. El niño fue adoptado después de que su madre le abandonara al inicio del conflictolarazon

Gennadiy Lukashenko es profesor de inglés en la ciudad sureña de Mariupol, una de las más afectadas por los combates en los últimos días en el este de Ucrania. Es una de las miles de personas que han sufrido los intensos ataques de los separatistas prorrusos durante los últimos meses sin poder salir de casa. Ha sido muy complicado dormir las últimas semanas. Los sonidos de la lucha a partir de las 5 de la mañana han tenido a los ciudadanos al borde del colapso. Incertidumbre y miedo son las palabras que mejor definen lo que se respira en el ambiente. A pesar de que la última noche ha sido tranquila por el alto al fuego que entró anoche en vigor, la preocupación cada minuto que pasa no desciende. «Dormir tranquilos ha sido complicado. Escuchar los sonidos de la lucha al norte nos ha mantenido en un estado de miedo y tensión constante», asiente Lukashenko, y añade que «lo vivido estos últimos días no nos ha dejado salir de casa y creemos que va a continuar durante un tiempo».

La situación en Mariupol, de 500.000 habitantes, es desoladora. Lukashenko no sabe si va a salir de la ciudad donde ha vivido desde que era niño. «Me he acostumbrado a vivir rodeado de violencia. La esperanza de ver la estabilidad en el país no la hemos perdido pero los ánimos y lo que se respira en el ambiente, en las calles, sigue siendo la mayor preocupación de todas las familias».

Tal es la situación que vive el este del país que Lukashenko afirma que tanto su mujer como él se han adaptado a la realidad actual. «Mi esposa no quiere dejar nuestro apartamento. Se niega a perder la vida que tenemos en Mariupol para marcharnos a otro lugar».

Salir a la calle es toda una aventura. No hay seguridad y Mariupol está destruida por los combates: coches destrozados, rostros rotos de dolor al ver cómo se han desdibujado los parques, las calles o los comercios: «Todo ha sido un caos y en los últimos días lo que más se veía en las calles eran tanques».

Esta semana, militares ucranianos lanzaron una ofensiva contra los prorrusos. El mes pasado, fallecieron 30 civiles en el ataque sorpresa del 24 de enero contra la segunda ciudad más importante de la región de Donetsk, convertida en su capital provisional y leal a las autoridades de Kiev.

«Fue una verdadera pesadilla», dice Lukashenko. «Pudimos oír muy claramente cómo los cohetes volaban sobre nuestras cabezas, sobre nuestros barrios, sobre nuestros hogares». Lukashenko, que solía servir en las Fuerzas Armadas ucranianas, asegura que las zonas residenciales fueron atacadas en un mal momento: era sábado por la mañana y los ciudadanos estaban de compras.

No sólo Lukashenko ha tomado medidas para paliar la situación por la que están pasando miles de familias. Según cuenta, hay un montón de gente que ha equipado sus sótanos con todo lo que es necesario para pasar una temporada: «No confiamos en nadie ahora».

Un alto al fuego dudoso

Los dirigentes de Alemania, Francia, Rusia y Ucrania avalaron el jueves con una declaración política un conjunto de medidas para relanzar el proceso de paz en el este de Ucrania. El primer punto es un alto el fuego que lleva pocas horas en vigor.

Los puntos fuertes para el acuerdo radican en la retirada de la artillería pesada y la creación de una zona de seguridad de al menos 50 kilómetros de ancho. Las fuerzas leales a Kiev deben retirarse de la línea de contacto actual y los separatistas deberán retroceder de la línea de contacto pactada en septiembre en Minsk. Por otro lado, se tendrán que abrir negociaciones inmediatas para la organización de elecciones en las provincias orientales y la entrega de los prisioneros y la amnistía para los que han participado en los combates en las regiones del Este.

Una de las medidas que más comenta Lukashenko es la retirada de las tropas y armas extranjeras del territorio ucranio y el desarme de los grupos armados ilegales. Piensa que las partes en conflicto podrían buscar alguna excusa para continuar la lucha a pesar del acuerdo de alto el fuego alcanzado en Minsk el jueves. «Un acuerdo similar se alcanzó en septiembre. Se suponía que iba a traer un alto al fuego en la región pero la violencia y la muerte de los combatientes y los civiles continuaron. Ahora, más de 5.000 personas han muerto por el conflicto que estalló en abril después de que los separatistas prorrusos se hicieran con regiones del este del país para tratar de construir un nuevo país».

El hecho de que la lucha continuara después de que el acuerdo de alto el fuego fuera firmado en septiembre ha hecho que muchos lugareños sean escépticos y tengan pocas expectativas de cualquier paz duradera en la región. Todos tienen miedo de que el conflicto se alargue mucho más en el tiempo y que la lucha de los rebeldes les lleve a tener que cambiar sus vidas radicalmente.

Familias destrozadas

La casa de Lukashenko no ha sido una de las más afectadas. Es más, se siente afortunado. No ha perdido a ningún familiar en los bombardeos. Sin embargo, sabe de muchas personas cuyos familiares fueron heridos y cuyas casas fueron destruidas: «Están en un momento crítico. No sólo han perdido sus hogares, sino que además han tenido que ver cómo le arrebataban la vida a familiares cercanos».

Lukashenko, que enseña inglés en una escuela en el centro de Mariupol, ha tenido que ver cómo algunos de los estudiantes a los que impartía clase han dejado de ir al colegio. En el ataque del pasado 24 de enero, dos de sus alumnas caminaban por la calle cuando el ataque las pilló por sorpresa. «Resultaron heridas y ahora deben someterse a varias cirugías en Kiev».

El caso de la familia Lukashenko no es el peor. Si la situación se recrudeciera podrían huir. Su mayor problema –aparte de dejar atrás una vida y comenzar una nueva– es la abuela de su esposa. Está enferma y no puede ser transportada con facilidad, y encontrar ambulancias privadas para llevarla a otra ciudad no es una tarea sencilla. «Podríamos huir a Kazajistán o Crimea. Tenemos parientes en ambas áreas que nos acogerían sin problemas pero no queremos dejar nuestra vida aquí. No sabemos qué será de nosotros y tampoco qué pasará en esta zona de Ucrania en un futuro. Nosotros no queremos ser parte de Rusia, queremos vivir en Ucrania, en un país sin este tipo de problemas».

Mientras tanto, en Artemivsk, Maryna, una estudiante de 19 años, cuenta lo que ha vivido tras su huida de Kramatorsk con su familia. Ella ha convivido con otros muchos refugiados de diferentes ciudades del este, incluyendo Debaltsevo y su ciudad, dos de los lugares que han sufrido los combates más intensos. «Aquí nos sentimos aliviados porque tenemos donde poder dormir y algo de comida que compartir con refugiados como nosotros, que han huido del miedo».

Artemivsk está a unos 40 kilómetros de Debaltsevo, una ciudad estratégica que daría a los rebeldes conexiones por carretera y ferrocarril. La historia de esta joven es desoladora. Se estaba levantando cuando escuchó unos fuertes sonidos en la calle: «Es difícil relacionar unos estallidos tan fuertes con algo vivido anteriormente. Simplemente fue aterrador». Maryna vive en los alrededores Kramatorsk, atacada el martes, dejando siete civiles muertos.

El ataque fue por sorpresa. Kramatorsk siempre se ha considerado suficientemente lejos de la primera línea de batalla. Los habitantes siempre pensaron que era poco probable que las armas de los rebeldes pudieran llegar a la ciudad.

La joven cuenta la confusión generalizada en la ciudad y la decisión de huir con sus padres y hermanos pequeños cuando comenzó la huelga. Al principio sus padres pensaban que los fuertes sonidos procedían de las fuerzas ucranianas de tiro o de formación, pero entonces oyó un ruido que sonaba como grandes bombardeos. «Las ventanas temblaban y los ruidos cada vez eran más fuertes. Daba miedo y mis padres no sabían qué hacer. Pensamos en ir a un refugio antiaéreo pero la situación se calmó y decidimos no ir».

El ataque, en las redes sociales

Luego se metió en Twitter y leyó en las noticias lo que estaba pasando: «¡Kramatorsk estaba siendo bombardeada! Sólo podía pensar en mi madre». Cuando Maryna se levanta por las mañanas su madre ya se ha ido a trabajar. En el momento de los bombardeos, ella ya estaba camino al trabajo: «La llamé y me dijo que estaba en el autobús y que no nos moviéramos de casa. La conexión telefónica fallaba y mi padre estaba cada vez más nervioso. No teníamos forma de llegar hasta ella y mis hermanos no se imaginaban lo que estaba pasando».

Los ucranianos ahora tienen miedo de vivir en Kramatorsk y en la región oriental de Ucrania. Su familia ya ha tomado medidas para prepararse en caso de que la situación empeore y no puedan volver. Ya han recogido los pasaportes y el dinero y están considerando mudarse a otra ciudad, en el caso de que no puedan volver a casa y tengan que abandonar el refugio de Artemivsk: «Esperaremos unos días para ver si los combates se calman. No sabemos lo que va a pasar mañana o qué va a ser de nosotros hoy». Neupic