Restringido

El negocio de la «realpolitik»

La Razón
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Los sentimientos de los norteamericanos en relación con la visita del presidente Barack Obama a Cuba no son uniformes. A decir verdad, van de la indiferencia a la ira. La indiferencia es la que sienten la mayoría de los estadounidenses que, a varias décadas del final de la Guerra Fría y con el terrorismo islámico como primer enemigo, contemplan Cuba con una distancia muy semejante a la que sienten los españoles por el conflicto del Sáhara Occidental. Sí, es cierto que Castro es un villano, pero está muy viejo y muy gastado. Para este sector, ampliamente mayoritario, la visita de Obama a Cuba presenta paralelos con aquel 25 de octubre de 1971, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la resolución 2758 y la representación legítima de China en la ONU dejó de ser la que tenía por capital Taipei y derivaba del régimen del generalísimo Chiang Kai Chek para ser sustituida por la de la dictadura comunista de Mao Ze Dong, cuya capital era Pekín.

Salvando las distancias, claro está, porque aquello significó abandonar institucionalmente a uno de los más firmes aliados y combatientes contra el comunismo como era Chiang. Pasar por alto el enfrentamiento, cuerpo a cuerpo, que Estados Unidos había sostenido con la China roja en la guerra de Corea y aceptar un cambio más que drástico en la política exterior a impulsos de un republicano Nixon que pensaba que del acercamiento a China nacerían beneficios especialmente económicos para los Estados Unidos.

La «Realpolitik» –la política del realismo– se había impuesto a cualquier otra consideración empezando por las ideológicas y por los precedentes de décadas. Lo mismo sucede ahora. Todas las fuentes consultadas por el autor de estas líneas desde hace más de dos años –de senadores a congresistas, de «lobbystas» a abogados, de politólogos a analistas– daban a entender claramente que, en cualquier momento, Estados Unidos restablecería relaciones diplomáticas con Cuba y, más pronto que tarde, comenzarían los negocios. Que Obama haya acudido a la isla acompañado de «business men» y que éstos además incluyan a cubano-americanos difícilmente puede ser más elocuente.

En el punto opuesto de la indiferencia y a no poca distancia del pragmatismo de los negocios está el exilio cubano, pero, muy especialmente, el de Miami. En esa bella ciudad del sur de la Florida no faltan los que ven a Castro detrás de cada desgracia histórica, lo mismo si se trata del asesinato de Kennedy que de la política de Cristina Kirchner. Pero se trata de una minoría. Los cubanos de Nueva Jersey y del centro de la Florida son menos radicales. A medida que han ido pasando los años, los Castro les han ido importando menos absorbidos en la brega cotidiana. Del deshielo lo que más les inquieta es lo que tardará en abolirse la ley de ajuste que otorga refugio político a cualquier cubano que ponga la planta del pie en territorio americano. Esa ley, guste o no, tiene ya plomo en las alas. Digan lo que digan algunos, la distensión entre Estados Unidos y Cuba parece totalmente irreversible y lo que más lamentan los norteamericanos que ya han visitado la isla es que no se podrán obtener jugosos beneficios antes de ocho o diez años.

La manera en que los cubanos de la isla están viviendo todo –viaje de Obama incluido– es diferente. Recuerda, de hecho, las ilusiones de aquel pueblecito castellano retratado en «¡Bienvenido, Mr. Marshall!». Del presidente norteamericano –al que muchos se sienten cercanos siquiera por aquello del color– esperan casi todo. Que tras su llegada haya más libertad, más consumo y más trabajo. Es verdad que el último presidente que estuvo en Cuba, el puritano Coolidge, se negó a beber daiquiris por eso del alcohol y confundió con amables jovencitas a las prostitutas que lo saludaban por las calles de La Habana. Sin embargo, ya ha llovido mucho –especialmente en materia de miseria revolucionaria– y son millones los que sueñan con hoteles y casinos que esparzan algo de prosperidad para el común de los cubanos. Esta vez parece que, a diferencia de lo que pasaba en la genial película española, los americanos se detendrán y, aunque no regalen nada, harán negocios.

En cuanto a los cubanos de la isla están en el «Bienvenido Mr. Obama».