Internacional
El primer día del raulismo
El presidente cubano, Raúl Castro, se ha asegurado la incondicionalidad del Ejército y del partido para evitar fisuras tras la muerte de Fidel.
El presidente cubano, Raúl Castro, se ha asegurado la incondicionalidad del Ejército y del partido para evitar fisuras tras la muerte de Fidel. La oposición interna, vapuleada y en el ostracismo político, no supone un desafío para el mandatario, de 85 años, para el que ya se planifica su sucesión.
Los Castro y sus más fieles seguidores controlan en Cuba todos los ministerios y las principales empresas e instituciones, formando un intrincado y poco visible sistema de poder que fue asegurado con la sucesión de Fidel en su hermano Raúl, incluso antes de que el comandante en jefe enfermara y dejara el poder hace más de diez años. Cuando Carlos Valenciaga, entonces jefe de despacho de Fidel Castro, anunciara el 31 de julio de 2006 que el comandante cesaba temporalmente en sus funciones al frente del Gobierno por problemas de salud, y dejaba a cargo a su hermano Raúl, hacía ya mucho tiempo que el proceso de transición de uno a otro había comenzado de forma silenciosa pero sostenida.
El primero de los pasos más o menos visible de Raúl fue asegurarse siempre el mando casi único y la lealtad de los principales oficiales de las Fuerzas Armadas, pero también del Ministerio del Interior, la poderosa estructura de seguridad interna, a la cual se subordina el servicio de contraespionaje, la Policía, los bomberos y hasta los cuerpos paramilitares de seguridad.
Luego, tras el alejamiento temporal de Fidel, comenzó un proceso gradual de sustitución de cargos, por razones más o menos justificadas, que llevó al ostracismo a figuras relevantes de la joven guardia, como el propio Valenciaga, el ex ministro de Exteriores Felipe Pérez Roque o Carlos Lage, cerebro de muchos proyectos económicos del comandante. Por ello, cuando en 2008 se hacía oficial que Raúl pasaba al frente del Gobierno y del partido, en la práctica ya llevaba allí desde hacía mucho tiempo. Poco a poco, en apenas diez años, Raúl ha ido poniendo en puestos decisivos de la economía y el Gobierno a sus más leales colaboradores, que hoy dirigen importantes ministerios o instituciones clave, como Transporte, Economía y Planificación, Turismo, Contraloría, Aduanas, Aviación o Comunicaciones, entre muchos otros. Pero el principal movimiento ha sido ir supeditando al control de los militares, en activo o aparentemente «retirados» a casi todas las empresas más poderosas, como Gaviota S.A., un grupo de turismo de integración vertical, que administra decenas de hoteles propios o en convenio con capitales extranjeros, tiene su propio servicio transportista, su tour operador y agencia de viajes e incluso una pequeña aerolínea de vuelos chárter.
Gaviota para 2020 gestionará más de 50.000 habitaciones en todo el país, según sus propios anuncios oficiales, lo que es una cifra impresionante si se tiene en cuenta que en toda Cuba hay ahora unas 65.000 habitaciones de hotel. El inmenso grupo turístico dirigido por los militares, además de planificar nuevos hoteles, en los últimos años ha ido absorbiendo otras hoteleras, como el grupo Habaguanex S.A., que dirigía toda La Habana Vieja.
Algo similar sucede con las TRD o tiendas recaudadoras de divisas, con cientos de instalaciones diseminadas por todo el país, o con otras entidades que comercian al por menor, como la Corporación Cimex, que también controla el expendio de combustible en convenio con la estatal Cupet.
Detrás de todas ellas y de una decena de las principales empresas que deciden la vida económica del país, incluyendo quienes pueden invertir o no, se encuentra el todopoderoso e invisible general de brigada Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl Castro.
Aunque las maniobras castristas son poco transparentes para el cubano común, lo que sí saben los de a pie es que las Fuerzas Armadas y el partido, con Raúl a la cabeza, tienen muy bien asegurado el poder para los próximos años, y por ende la muerte de Fidel tiene un significado más histórico-simbólico que realmente político.
La propia disidencia, vapuleada y en el ostracismo político, está dividida y fragmentada, y en la mayor parte de los casos carece de un liderazgo protagónico que le pueda garantizar un papel en el futuro escenario.
Mientras, el partido y las Fuerzas Armadas dan una imagen de solidez y unión, y son muy raros los casos, y todavía más que se conozcan públicamente, los que se atreven a cuestionar la dirección de Raúl.
Esta imagen de unidad monolítica y cerrada podría reforzarse más con la poca inteligente política de Donald Trump, que acaba de partir aguas con el Gobierno de Raúl y la política de «buena vecindad» que había tratado de impulsar su antecesor, Barack Obama, al tildar de «brutal dictador» al fallecido Fidel, algo que no le perdonará nunca el hermano Castro en el poder.
Sin embargo, la muerte de Fidel ha puesto de forma silenciosa en la discusión pública el tema de Raúl en el poder, porque, por mucho que se le «vea» fuerte, acaba de cumplir 85 años y tendría 87 cuando deje, si es verdad lo que anunció, oficialmente su cargo de presidente en 2018. Está claro que la maquinaria de sucesión a dedo ya ha comenzado, aunque todo permanecerá, una vez más, ajeno a la oponión pública. «La naturaleza no perdona», me dijo un amigo ayer cuando hablábamos en voz baja del tema. «Y eso será lo que más se pregunte la gente cuando pasen los días de duelo oficial por la muerte de Fidel: ¿Y ahora qué?».
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