Mitch McConnell

Trump arranca una subida récord del gasto público

El presupuesto más expansivo desde la Gran Recesión acaba con un cierre del Gobierno de horas

Donald Trump
Donald Trumplarazon

El presupuesto más expansivo desde la Gran Recesión acaba con un cierre del Gobierno de horas.

El presupuesto más expansivo, derrochador y manirroto. Así ven algunos los presupuestos finalmente aprobados en Washington. Una partida que garantiza la estabilidad durante los dos próximos años a costa de elevar el techo de gasto hasta límites no vistos desde la Gran Recesión. Fruto del acuerdo en el Senado, donde los líderes de los dos partidos, el republicano Mitch McConell y el demócrata Chuck Schumer celebraron que su acuerdo para evitar el enésimo cierre de la Administración pública. Pero el pacto tenía que votarse. En el Senado y posteriormente en el Congreso. Con mayorías republicanas y con buena parte de los demócratas a favor, ¿qué podía fallar? Pues la desafección de un senador díscolo. La traición anunciada de un disidente como el senador Rand Paul. Adalid del sector más libertario de los republicanos, se negó a entregar su voto si no se aprobaba antes una enmienda contra los dispendios públicos. Su pulso duró lo suficiente para retrasar los plazos y provocar que, para cuando el acuerdo llegó al Congreso, no quedara más remedio que cerrar el Gobierno federal durante ocho horas. Enterraba la imagen pactista forjada por unos partidos muy dañados por su incapacidad para ponerse de acuerdo.

El presupuesto aprobado garantiza unos gastos mastodónticos. Unidos a la tremenda rebaja de ingresos que supondrá la reforma fiscal recientemente acordada, disparará el déficit al tiempo que riega con hasta 165.000 los presupuestos del Ejército. Normal que un Mitchel eufórico declarase que «por vez primea en años nuestras fuerzas armadas dispondrán de los recursos que necesitan». El resto del presupuesto, hasta llegar a un total de 300.000 millones, se repartirá entre los 20.000 millones dedicados a las inversiones en infraestructuras, que necesitan urgentes remodelaciones y mejoras desde hace años, los casi 6.000 millones para la sanidad infantil etc.

A nadie se le oculta que para alcanzar este pacto fue necesario olvidarse de los «dreamers». Hasta hace apenas dos días fueron el caballo de batalla demócrata, obligatorio e invendible, mientras la Casa Blanca los transformaba en ficha de casino y objeto de transacción como contrapartida por los 25.000 millones para la construcción del muro . El hecho de que los demócratas hayan aceptado sacar a los «dreamers» del debate se traduce en que vuelve a quedar en el limbo el futuro de 800.000 menores de edad amenazados de expulsión. Aunque quién sabe si no por mucho tiempo: Mitchells ha honrado su promesa y la próxima semana la situación de los «dreamers», y en general la posibilidad de una reforma migratoria, será debatida en el Senado. Incluso se rumorea con la posibilidad de alcanzar un acuerdo histórico. A estas alturas, con las elecciones legislativas cada vez más cerca, con unos republicanos divididos entre la fidelidad y el odio a Trump y unos demócratas desarbolados y huérfanos de liderazgo, la cuestión se antoja clave.

Entre tanto, y a falta de algo mejor, tocaba primar las exhibiciones políticas. Mejor cuanto más ruidosas. De forma que la sobreactuación de un Paul acostumbrado al teatro fue el epílogo a la exhibición previa de la líder demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi. Que habló durante horas y horas a favor de los soñadores y abusó de una preocupación legítima, la posibilidad de que casi un millón de niños criados en Estados Unidos acaben abandonados en unos países que no conocen, para darse al melodrama. Pelosi y su plusmarca de ocho horas, el discurso más largo en el Congreso del último siglo, ofrecía una cierta redención ante las críticas por ignorarlos en el acuerdo. El problema para los demócratas es que mientras que Paul es una figura casi exótica, Pelosi y sus ocho horas de «speach», tal y como explican analistas como Chris Cilliza en la cadena CNN, sirve para catalizar odios: simboliza todo lo que detesta el votante republicano.