Colombo

El vigilante del tren del tsunami, diez años después

Hace diez años una ola gigante de más de nueve metros engullió y vomitó un tren dejando un número aún hoy no oficial de 1.800 muertos y unos pocos supervivientes, uno de ellos el supervisor, que una década después sigue haciendo la misma ruta en, como se le conoce en Sri Lanka, el "tren del tsunami". "La gente me llama el vigilante del tren del tsunami", dijo a Efe con una media sonrisa Wanigaratne Karunatilleke, al inicio de otra jornada más de trabajo subido a los trenes que atraviesan la antigua Ceilán.

Como cada día este hombre de tez oscura y pelo cano de 55 años entra en el compartimento del revisor y abre su maletín. Saca una carpeta con el documento en el que apuntará las incidencias del viaje, una bandera verde y un silbato.

Al partir se inclina dejando caer la mitad de su cuerpo por la puerta del vagón asido a una barandilla, ondea la banderola y silba.

Así ha venido haciéndolo desde 1985 y así lo hizo también el 26 de diciembre de 2004, un día que cambiaría para siempre su vida pero no su trabajo.

"Todavía trabajo en la misma línea y cada vez que paso por el sitio recuerdo lo que pasó", señaló sentado y con la mirada perdida.

El Samudra Debi, o la Reina de la Costa, como se llamaba el tren que cubre uno de los recorridos entre Colombo y Galle, fue interceptado por el tsunami aquel día con un pasaje de alrededor de 1.200 personas registradas y un número indeterminado de pasajeros sin asiento.

Karunatilleke narra que el tren se detuvo en Peraliya, una localidad costera a mitad del recorrido, tras la señal de alarma que se disparó por el aumento del nivel del agua.

El revisor se quitó la ropa y se tiró fuera del compartimento para tratar de ayudar a la gente de la localidad, que viendo cómo el mar venía subiendo corrió hacia el tren buscando refugio. Muchos lograron ponerse a salvo para cuando llegó la primera ola, que sólo separó uno de los vagones del resto.

"Luego llegó la segunda ola", narró impotente una vez más Karunatilleke.

El mar se llevó todo por delante, redujo vagones a amasijos de hierros y los lanzó contra casas y árboles con cientos de personas atrapadas en el interior y todos aquellos que se habían subido a los techos para resguardarse.

El 99% de los 2.500 habitantes que tenía Peraliya murió aquel día ahogado bajo el agua y el lodo o arrollado por cascotes, escombros y árboles triturados.

"Me metí en un vagón de segunda clase y cerré las ventanas, el compartimento también se separó del tren y empezó a flotar como si fuera un bote hasta que se detuvo", contó el revisor.

El vagón quedó en un lugar cercano a donde el vivía y caminando y preocupado por la suerte de su mujer y sus tres hijos llegó como pudo a su hogar.

"Se estaban preparando para venir a buscar mi cuerpo pensando que estaba muerto", indicó.

Como budista cree que fue "afortunado", pero asegura que le entristece haber tenido que vivir "semejante catástrofe"en aquel tren.

Durante "dos o tres meses"se despertó por las noches con pesadillas hasta que el íncubo empezó a desaparecer, pero a pesar de todo nunca pensó en renunciar a seguir revisando los billetes de los pasajeros en ese tren y su familia tampoco se lo pidió.

Apenas días después de que el país recordara a los más de 30.000 fallecidos por las olas del maremoto ocasionado en Sumatra hace una década, Karunatillek dice en tono de reproche que si hubiera sabido lo que era un tsunami habría salvado muchas más vidas,

"No creo que vuelva a ver otro tsunami en toda mi vida, si tan sólo hubiera sabido lo que era un tsunami podrá haber salvado muchas más vidas de los pasajeros de aquel tren", insistió.

Todo el mundo conoce a Karunatilleke en Sri Lanka. Se ha convertido en un emblema y un símbolo de cómo el país se repuso a una tragedia que sigue clavada en los recuerdos de todos y cada uno de los cingaleses.

"No me consideran un héroe y no espero que la gente lo haga, pero muchos me respetan por ser el guarda del tren del tsunami", afirmó.E