Terrorismo yihadista
En la guarida de los Kouachi: «Saludaban y agachaban la cabeza»
LA RAZÓN entra en el domicilio de Said en Reims y de Cherif en París. La vanguardia, junto a Coulibaly, del yihadismo francés
Said y Cherif Kouachi han pasado del más absoluto anonimato y discreción a copar la portada de medios internacionales. Estos dos jóvenes, de 34 y 32 años, respectivamente, han mantenido a todo Occidente en vilo durante más de 54 horas. Dos hermanos de origen argelino que pasaron de jugar al fútbol y relacionarse con sus vecinos del barrio 10 de París, a convertirse en los terroristas más buscados de toda Francia. Muy pronto, con tan sólo diez años, perdieron a sus dos padres y, junto a otro hermano y a una hermana pequeña, se quedaron huérfanos.
Pasaron de la capital a un pueblo del interior, Treignac, donde estuvieron seis años, hasta 2000. Su paso por el orfanato, el centro Monédières, no fue mala. Es más, como recogen varios medios galos, sus educadores no dan crédito a lo ocurrido el miércoles por la mañana en la redacción de «Charlie Hebdo». «Durante su estancia aquí se esforzaron mucho por mejorar sus calificaciones. Recuerdo que Cherif estaba ilusionado con ser futbolista profesional, mientras que Said era un poco más introvertido y trabajador, pero no dejaban de ser dos críos que jugaban con el resto y no causaban ningún tipo de problema», explica a LA RAZÓN el jefe de estudios del centro, Patrick Fournier. Y añade: «No encuentro explicación a lo ocurrido». Tampoco la encuentran los vecinos del barrio de la Cruz Roja de Reims donde Said, el mayor, vivía desde hace dos años. Sophya, una joven musulmana que acude a la misma mezquita a la que cada día –salvo los viernes– iba el mayor de los Kouachi no deja de sorprenderle lo que escucha en las noticias sobre los jóvenes: «Aquí tenemos delincuencia. Hemos tenido ladrones y gente que trapichea con droga, pero nunca un terrorista», afirma atónita.
Said, ya adulto, jamás había vivido fuera de París, es más, es en la capital donde, tras pasar por varias casas de acogida como su hermano, decidió instalarse, en el barrio 19. Como apunta el diario local «Le Parisien», fue empleado del ayuntamiento de la capital durante dos años, de 2007 a 2009. Era un contrato para jóvenes y su misión era ir puerta por puerta explicando a los parisinos cuál era la mejor forma de reciclar. Tenía que hablar con los porteros de las viviendas de varios barrios y dar algunas recomendaciones. Le tuvieron que cambiar de distrito en cuatro ocasiones. Las relaciones sociales no eran lo suyo y pronto fue despedido. Su currículum laboral se cierra aquí. Desde entonces permanecía un paro.
Hace un par de años, se traslada a unas viviendas de protección oficial del barrio de la Cruz Roja, en Reims, poco después de casarse con una vecina de allí. Se instalan en la avenida Bonaparte, a escasos metros de la casa de los padres de su esposa. En la terraza del primer piso en el que vivían permanecen dos bicicletas, aunque la rutina de Said y de su mujer no implicaban usarlas. «Sólo saludaban y agachaban la cabeza», afirma Martine, una de las vecinas que compartía edifico con los terroristas. «Con ella apenas hablé porque siempre estaba encerrada en casa», añade. Tenía dos hijos, pero a pesar de que a unos metros de su casa hay un escuela infantil, «ella siempre estaba encerrada en casa con ellos». Como afirman sus vecinos, «si la viera por la calle sin ‘‘hijab’’ no la reconocería. No se bien cómo es». Según fuentes de la invetigación, en el domicilio de Said se encontró una exhaustiva lista de objetivos en París entre los que se incluía la sede de la Dirección General de la Seguridad Interior, en las que, al parecer, los hermanos podrían haber pensado atacar.
La relación con su vecindario, con la carnicería o la panadería era de cortesía, guardando las distancias para buscar el anonimato. Las mujeres que acuden a la misma sala de oración a la que iba Said tampoco saben ni el nombre de su mujer: «No es como nosotros –afirma mientras señala su ropa–. Es una integrista». La vecina es tajante. No lo son tanto los hombres que rezan en una sala anexa. «Said era discreto, solía llegar tarde y se colocaba al final de la sala», asegura un vecino. El imán de la mezquita, Abdelhamid Alkahalifa insiste: «Aquí solo venía a orar y nunca vino con su hermano. Era un hombre muy silencioso, pero jamás imaginé que podría hacer algo así». Su aspecto no difería de muchos de los que acuden cada día a rezar, aunque su actitud introvertida no pasaba desapercibida. «Hace como un mes que no le vemos por aquí», afirma Bouchard. El imam insiste en condenar la muerte de once personas en el local de «Charlie Hebdo», así como lo ocurrido en Porte de Vincennes, donde también fallecieron cuatro personas: «Esto no es lo que nos ha enseñado nuestro profeta. El odio no es la respuesta, ni lo será nunca». La pista de Said se pierde aquí.
«La célula Buttes Chaumont»
La trayectoria de su hermano Cherif la describe bien la Policía gala y también algún reportaje en la televisión del país que le muestra, en 2004, como un joven con aspiraciones de rapero, pero que pronto se inclina por la yihad. Al igual que su hermano, una vez se traslada a París, al distrito 19, su vida da un vuelco. Su contacto con la mezquita de Addawa, la mas importante de la capital, le convierte en un fanático. Fue en 2003, con el inicio de la guerra de Irak. Antes, sólo había intentado ser un veinteañero más, que se ganaba la vida como repartidor en Primo Pizza. Fue su contacto con Farid Benyettou lo que le inició en el extremismo. Este joven imam de 27 años al que le gustaba que le llamaran «emri» fue uno de los principales reclutadores de yihadistas.
Cherif pronto dejó la mezquita para acudir a «clases particulares», las que Benyettou daba en su casa. Vídeos de las atrocidades que Estados Unidos hacía en Irak y los libros que les recomendaba su «emir» fraguaron lo que más tarde se conoció como la célula de «Buttes Chaumont», el nombre del parque en el que se reunían y entrenaban. Aunque era su intención, no llegó a viajar a Irak, la Policía interceptó antes los documentos que le explicaban a usar un Khalashnikov. Su destino fue la cárcel de Leury-Merogis que, en lugar de rehabilitarle, le radicalizó aún más porque allí conoció a su nuevo «emir» o mentor, Djamel Beghal, condenado por intentar atentar contra la embajada de Estados Unidos. Salió en 2006 y empezó a trabajar de pescadero en un supermercado, pero lo que le radicalizó definitivamente fue su peregrinación a La Meca, dos años más tarde. Ahí conoció a su esposa Izzana Hamyd y se trasladaron a vivir al apartamento 143 de la calle Basly, en un suburbio de París, Grebbevilliers. Zacharias, musulmán de origen tunecino, vivía puerta con puerta: «Los dos eran respetuosos y amables, pero jamás pude ver más que los ojos de ella. Si entraba un hombre en el ascensor, se salía». Su actitud distante también la compartía Chérif que «jamás miró a los ojos a mi mujer». Casi ningún vecino tuvo contacto con ellos. «Sólo les veíamos salir hacia la mezquita», añade uno de ellos.
Es más, muchos tuvieron conocimiento de su nombre la noche del miércoles, horas después del asesinato en la redacción de la revista satírica. «La Policía desalojo todo el edifico –sostiene Zacharias–, detuvo a su mujer y se llevaron varios ordenadores». Y es que Izzana, aunque no hablaba apenas con el vecindario, era uno de los principales vínculos con otro de los yihadistas, Amedy Coulibaly. Tenía largas conversaciones con su esposa, ahora en búsqueda y captura, Hayat Boummeddienne. Curiosamente el padre de ésta, un musulmán ultrareligioso era el responsable de organizar peregrinaciones a La Meca. Salvo Said, tanto Coulibaly y su mujer,como Cherif, participaron en 2010 en los campos de entrenamientos que los yihadistas tienen en el centro de Francia, a cuatro horas y media de París, en Murat, en la región de Cantal. Desde entonces su relación no dejó de estrecharse hasta coordinarse el pasado viernes y atrincherarse en dos puntos diferentes de París. Todo por «Al Qaeda en Yemen», como ellos mismos reivindicaron.
✕
Accede a tu cuenta para comentar