Estado Islámico
«Es duro ver cómo asesinan a tu pueblo y violan a tus mujeres»
Los peshmerga, acostumbrados a luchar contra iraquíes y turcos, resisten la embestida del EI. «Esta guerra no podemos perderla»
«Es duro ver cómo toman tu aldea, asesinan a tu pueblo y violan a tus mujeres». Esta reflexión en voz alta se la escuchamos a Sarim, un «peshmerga» –guerrero kurdo–, que desde su trinchera apunta una y otra vez con su lanzagranadas a las banderas negras del Estado Islámico (EI) que ondean en los tejados de Suleiman Beg –nordeste de Irak–, a tan sólo 200 metros de los sacos de arena que nos protegen. No dispara, únicamente imagina la jugada una y otra vez, esperando ansioso la orden que no llega. La historia de Suleiman Beg se repite por todo el Kurdistán, sobre todo en la frontera con Siria.
En los últimos días el EI ha tomado más de un centenar de pueblos de mayoría kurda en los alrededores de la ciudad de Kobani, en la provincia septentrional siria de Alepo. Reconquistar las aldeas y ciudades no es tan fácil. Sólo así se explica que los kurdos mantengan posiciones y sólo avancen cuando tienen la estrategia muy clara.
En Suleiman Beg, el coronel Hakim Krem evita dar el número de combatientes que integran su batallón. Asegura que ahora los pasos se dan despacio, y que las órdenes vienen de arriba. Aunque los kurdos siguen combatiendo por libre, han establecido una alianza con su antiguo enemigo, el Ejército iraquí, y Estados Unidos para combatir una amenaza común.
Las bestias negras del EI
Sus movimientos son medidos. Su colaboración es vital en la lucha contra el terror. La primera línea de contención. Si los peshmerga caen, las puertas del norte de Irak también lo harán. De esta lucha los kurdos esperan sacar tajada y lograr avances en el camino hacía su independencia, o al menos mayor autonomía. Están acostumbrados a luchar contra los turcos y los iraquíes pero este enemigo es diferente. «Más sanguinario, más primitivo, más salvaje» si cabe.
«Tienen un armamento superior al nuestro. Sus francotiradores han entrenado durante meses, con rifles que superan en distancia a los nuestros. Además, han interceptado armas al Ejército iraquí, y munición que fue entregada en su día por los norteamericanos. Los soldados huían despavoridos y ellos tomaban sus fusiles y explosivos, mucho más modernos. También han empezado a financiarse con los secuestros y el petróleo de las zonas tomadas», afirma Hakim Krem.
«Vuelan sistemáticamente todo. Vuelan los puentes, vuelan las carreteras, vuelan los edificios institucionales. Cortan cabezas, arrasan con todo a su paso. De dónde sacan tantos explosivos y armamento. Tienen el soporte de algún medio externo» agrega el coronel, sin atreverse a revelar quién financia a estos grupos.
El Estado Islámico proclamó un califato en Irak y Siria el pasado 29 de junio en los territorios de Siria e Irak que controlaba, y por la dura oposición que están mostrando, los pesmergas –que en kurdo significa «sin miedo a la muerte»–, tanto en el territorio sirio como el iraquí, se han convertido en una de las bestias negras de los extremistas suníes. Tampoco es la primera vez que los kurdos trabajan codo con codo con los norteamericanos. En 1988, mediante el llamado Acuerdo de Washington, se desplegaron agentes de la CIA en el Kurdistán, en lo que sería el nacimiento de una relación de cooperación entre los peshmerga y Estados Unidos para luchar contra el Gobierno de Sadam Husein. De hecho, el papel de los soldados kurdos fue vital para la caída del fallecido dictador.
Sin miedo a la muerte
Avanzar empotrados con los pesmergas no es tarea fácil. Tras el armamento entregado por los alemanes y el apoyo prometido por otros países europeos como Italia, cuidan a cada periodista occidental que se acerca al frente de Jalawla, una localidad situada al sureste de Kirkuk. Con una carretera minada de explosivos y rodeada de pueblos tomados por el EI, es complicado incluso que cualquier taxi te acerque hasta el primer «check point». Cuestión de dólares y persuasión.
El primer puesto de control no impresiona. Una bandera kurda sostenida por un montón de piedras y una casa cuartel de paredes de hormigón y techo de mimbre, insuficientes para detener los rayos del sol, a 54 grados de temperatura. Aquí los permisos no sirven, sólo la diplomacia del té. Se trata de insistir y de conversar durante días y horas hasta que algún general decide asumir los riesgos, atraído por las cámaras y la posibilidad de que su nombre aparezca en los medios internacionales.
Es así como el capitán Yama Madid nos monta en su «pick-up» (furgoneta) y nos traslada hasta el frente de batalla. Por el camino atravesamos Hosseny, una zona recientemente liberada. Esquivamos una ambulancia de la Media Luna Roja que voló por los aires. También se observan grandes boquetes y restos de combatientes que pisaron los IED –artefactos explosivos improvisados. Pero a Madid no parece inquietarle todo esto. Acelera hasta llegar a un cerro. Antes de subir, corta unas rajas de un melón que lleva en el maletero. Arriba, en una improvisada trinchera, un grupo de unos quince combatientes se enfrentan en esos momentos a tiro limpio contra los yihadistas. El capitán sonríe mientas apunta con su fusil. Morteros lanzados desde posiciones más alejadas iluminan el horizonte. Parecen rayos de luz, fuegos artificiales en medio del atardecer. Aunque sus soldados se arrastran agachados para evitar el fuego cruzado, él permanece erguido, observando Jalawla con los prismáticos.
Dicen que nunca tuvo miedo, ni siquiera cuando era un joven soldado que luchaba contra las tropas de Sadam Husein. El resto de su brigada porta Kalashnikov, pero él empuña un M-16, un arma norteamericana que recientemente le entregaron los germanos.
«Su estrategia de combate data del medievo, no son un Ejército, son una manada de animales. Sadam gaseaba a nuestra gente, ellos asesinan a cuchillo, pero no tienen códigos. Matan musulmanes, algo que ni siquiera Al Queda hace. Están llegando voluntarios jóvenes de todo el Kurdistán e incluso del extranjero», afirma el capitán. Y agrega: «Minorías como los yazidíes, los kakai o los cristianos están empuñando las armas para proteger a su familia o simplemente en busca de venganza. Todo esta gente quiere matar a un terrorista, pero los soldados iraquíes luchan por dinero. Nosotros, los peshmerga, luchamos por nuestra tierra. Es una guerra que no podemos perder».
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