Unión eslava

¿Por qué le interesa a Putin Ucrania?

Para el líder ruso, ambos países eslavos comparten la misma unidad histórica, por lo que es vital mantener a Kiev bajo el control ruso

El presidente ruso, Vladimir Putin, es agasajado durante una visita a Ucrania en 2002
El presidente ruso, Vladimir Putin, es agasajado durante una visita a Ucrania en 2002Valerey SolovyevAgencia AP

Tras la desintegración de la URSS en 1991, Rusia trató de mantener su influencia en las nuevas repúblicas independientes con la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), pero no todos quisieron sumarse a ese proyecto teledirigido por Moscú. A parte del esperado “no” de las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) que habían sido anexionadas por Stalin durante la Segunda Guerra Mundial, Ucrania dio un portazo a la CEI para emprender su propio camino.

Un duro trago para Rusia, que, como los serbios con Kosovo, defiende que su identidad nacional nació en el Res de Kiev hace 1.200 años, cuando rusos y ucranianos eran las tribus dominantes en Europa oriental durante la Edad Media. La tradición eslava denominaba a Bielorrusia como la Rusia blanca y Ucrania como la Rusia pequeña.

Con un 17% de su población de origen ruso y un tercio de su población ruso parlamente, Ucrania siempre ha tenido dos almas: una occidental que sueña con integrarse en Europa y una oriental que aspira a mantener sus estrechos lazos con Rusia. La división entre el oeste y este del país estalló en la Revolución Naranja de 2014-2015, cuando las acusaciones de fraude electoral contra el prorruso Viktor Yanukovich sacaron a la población a las calles.

Sin embargo, las presiones económicas rusas con la guerra del gas y los enfrentamientos entre los dos líderes que habían encabezado las protestas, Viktor Yushenko y Yulia Tymoshenko, propiciaron la llegada al poder de Yanukovich en 2010. El nuevo presidente, presionado por Moscú, decidió romper el acuerdo de asociación con la UE en noviembre de 2013, lo que volvió a encender las iras de los ucranianos proeuropeos, que protagonizaron las masivas protestas de Maidán en Kiev. Pese a la dura represión policial, los manifestantes mantuvieron el pulso a Yanukovich hasta que el autócrata tuvo que huir del país a comienzos de 2014.

El miedo a perder a su hermano eslavo volvió a poner nervioso a Moscú, que en marzo de ese mismo año se anexionó la península de Crimea a través de una referéndum sin garantías no reconocido por la comunidad internacional. Al mismo tiempo, en un nuevo intento para desestabilizar Ucrania, Vladimir Putin empezó a armar a los separatistas del este del país, que terminaron declarando la independencia de las Repúblicas de Donestsk y Lugansk en medio de una guerra que hasta la fecha se ha cobrado la vida de 14.000 personas. Entretanto, Moscú se ha dedicado a repartir generosamente pasaportes rusos en la región de Donbás.

Las agresiones rusas contra la integridad territorial de Ucrania han derivado en un paulatino acercamiento de Kiev a la UE y la OTAN, a la que ha solicitado su ingreso, Un auténtico “casus belli” para el Kremlin, que acusa a la Alianza Atlántica de socavar su seguridad nacional colocando misiles que apuntan a su frontera. Para Moscú, Ucrania debería renunciar a su soberanía para decidir sobre su política exterior y convertirse en un país neutral entre la OTAN y la Federación Rusa. Putin, que considera la desintegración de la URSS como la mayor tragedia del siglo XX, siente nostalgia por los tiempos de la Guerra Fría en los que Rusia disfrutaba de su zona de influencia en el este de Europa.

Pero más allá de los motivos históricos, económicos y geoestratégicos, Rusia quiere controlar políticamente a Ucrania para eliminar cualquier posibilidad de que el país emprenda un camino a la democracia que pudiera llevar a la población rusa a pensar que hay regímenes más benignos que el autoritarismo de Putin, que reformó la Constitución en 2020 para perpetuarse en el poder. De ahí que el Kremlin apoye de forma entusiasta al dictador bielorruso, Alexander Lukashenko en su represión de la oposición tras el masivo fraude electoral de las presidenciales de agosto de 2020. Todo conato de revuelta democrática debe ser aplastado de raíz.