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Macron, el joven ambicioso que desguazó el bipartidismo francés

Tras cinco años en el Elíseo, el impaciente presidente que quería reformar Francia se ha transformado en un tecnócrata experto en gestionar crisis

Emmanuel Macron aspira a ser reelegido con los votos de quienes le detestan
Emmanuel Macron aspira a ser reelegido con los votos de quienes le detestanGUILLAUME HORCAJUELOAgencia EFE

Decía François Mitterrand que «él sería el último de los grandes presidentes de la República francesa». «Después de mí, todos serán contables y financieros», se lamentaba la «esfinge socialista». Puede que estuviera vaticinando la llegada al Elíseo del joven y ambicioso Emmanuel Macron (Amiens, 1977), que se convirtió en 2017 en el jefe de Estado más joven de la V República fundada por el general Charles De Gaulle en 1958.

Sin embargo, el presidente es mucho más que un financiero aunque se hiciera rico en la banca de inversiones Rothschild. Nacido en una ciudad de provincias al norte de París, Macron, Manu para sus amigos, sobresalía desde bien niño. Como pianista precoz ganó varios premios y en el colegio jesuita de La Providence destacaba con luz propia entre Impaciente y carismático entre sus compañeros con esa imagen de «golden boy» de ojos azules y las ambiciones de un nuevo Napoleón.

Precisamente fue en su adolescencia cuando Macron demostró que, pese a su acomodada vida, no estaba dispuesto a resignarse a los convencionalismos, sino que aspiraba a buscar su propio camino. Ya a los doce años sorprendió a sus padres, médicos de profesión, al decirles que quería bautizarse y tomar la primera comunión. Y se salió con la suya. Pero el gran choque de trenes en casa llegó a los quince años, cuando conoció a su profesora de teatro, Brigitte Trogneux, casada con un banquero y madre de tres hijos. Ella tenía 39 años y él solo 15, pero nació un amor inquebrantable que sobrevivió a las críticas familiares y al paso del tiempo. «Volveré y me casaré con usted», cuentan que prometió el joven «Manu» a su profesora antes de marcharse a París a cursar el último año de bachillerato.

Y cumplió su palabra: a los 18 años, ambos retomaron su relación. En la capital francesa, Macron conquistó la soñada libertad e inició su meteórica carrera académica: Filosofía, Sciences Po, Escuela Nacional de la Administración (ENA, fábrica de los líderes políticos y empresariales franceses) y, con 25 años, ingresó en la Inspección General de Hacienda (IGF). A partir de aquí comienza su fulgurante carrera en los círculos de poder de Francia.

A través de Pierre Jouyet, hombre que ha desempeñado cargos de responsabilidad con Jacques Chirac, Lionel Jospin, Nicolas Sarkozy y François Hollande, entra en la Comisión Atalli sobre las reformas económicas, la organización Young Leaders de la French American Foundation y participa en 2014 en una reunión del restringido Club Bildeberg. Cercano al reformista Michel Rocerd, militó brevemente en e Partido Socialista (PS), entre 2006 y 2009 y trató sin éxito de competir por un escaño en la Asamblea Nacional por su ciudad natal.

En estos foros conoce a los grandes nombres de las finanzas francesas, que tanto apoyo en el mundo empresarial y en el «establishment» internacional le han granjeado en su aventura presidencial. Como empleado desde 2008 en la banca de negocios Rothschild, de la que llega a ser socio, Macron obtiene pingües beneficios de la compra por Nestlé de una filial de la química Pfizer. Pero su objetivo no era ser millonario, sino lograr su independencia. De ahí que colaborara al mismo tiempo en el programa económico del socialista François Hollande durante la primarias del partido de 2011 y después en la campaña de 2012 como encargado de las relaciones con el mundo empresarial.

Tras su victoria, se convierte en máximo asesor económico del nuevo presidente socialista desde su cargo de secretario general adjunto del Elíseo. Es allí donde tiene la oportunidad de conocer a la canciller Angela Merkel y completar su agenda de contactos internacionales. Él viajó en el avión que sufrió el impacto de un rayo cuando el presidente Hollande se dirigía a Berlín para entrevistarse por primera vez con la canciller. No se puede entender el giro reformista de la política económica del presidente francés en 2014 sin la influencia de Macron, que en agosto sustituye al izquierdista Arnaud Montebourg como ministro de Economía.

Desde su puesto intenta poner en marcha una política liberalizadora y transformadora con las constantes zancadillas de una parte del Partido Socialista. Su rivalidad con Manuel Valls, que veía en el joven Macron un rival en sus ambiciones presidenciales, y las diferencias con Hollande por tratar de retirar la nacionalidad francesa a los sospechosos de terrorismo hicieron a Macron tirar la toalla en agosto y recuperar su libertad de acción. Poco antes había creado En Marcha, un movimiento que buscaba conformar un espacio político más allá de los partidos. Una especie de «start up» que aglutinara a los millones de descontentos con la izquierda y la derecha tradicional.

Al tratarse de un movimiento y no un partido como tal, permite adherirse a militantes y dirigentes con carné en otras formaciones, como es el caso del alcalde de Lyon, el heterodoxo Gérard Colomb, el primer socialista en apoyarle abiertamente en una hazaña de la que pocos le creían capaz. Aupado por el «dégagisme» (el voto de castigo a los viejos partidos) y el rechazo al discurso ultranacionalista de Marine Le Pen, este joven impaciente que soñaba con ser presidente de la República ha logrado convencer a sus compatriotas de ser un producto nuevo a pesar de haber crecido en el más puro «establishment». Un presidente «pret-à-porter» para el mundo 3.0 que viene.

Su primer mandato ha estado marcado por la pandemia y las protestas de los “chalecos amarillos”, que frenaron el impulso reformista con el que ganó las elecciones en 2017. La reforma del mercado de trabajo y del transporte ferroviario salieron adelante de forma inesperadamente rápida, pero la reforma de las pensiones y el aumento de los impuestos al gasoil le enfrenaron a amplios sectores de las sociedad. Su intención ahora es reducir los niveles de desempleo, limitar el acceso a algunas prestaciones por desempleo y elevar la edad de jubilación a los 65 años. También dijo que quiere centrarse en la educación y la sanidad, incluyendo un enfoque en la atención preventiva.

Quien a a los 39 años se convirtió en el presidente más joven de Francia ya no se presente como un reformista impaciente, sino como un tecnócrata eficaz para afrontar las crisis que aguarden al país en el futuro. “Habrá más crisis” y cuando lleguen los franceses “ya tendrán una cierta idea de la forma en que voy a actuar”, aseguró al presentar su programa.

Macron, tachado de “presidente de los ricos” y detestado por muchos por su arrogancia y talante altivo, reúne más opiniones negativas que positivas entre sus conciudadanos (58% frente a 42%). Sin embargo, en una de las paradojas de la polarizada política francesa actual, será reelegido gracias a los votos de quienes le detestan.