Tregua

Johnson sobrevive a la moción de censura y seguirá al frente de Reino Unido

El premier consiguió 211 votos a favor por 148 en contra, lo que le permite salir victorioso y estaría inmune ante nuevos retos por el plazo de un año. Sin embargo, sale tocado

Boris Johnson es plenamente consciente de la fuerza que pueden llegar a tener los rebeldes dentro del Partido Conservador porque, en su día, fue uno de ellos. Ningún mandatario sobrevive mucho tiempo cuando los tiene en contra. Por lo tanto, sabe que sus días en Downing Street podrían estar contados porque el escándalo del Partygate no da tregua.

El premier consiguió salir victorioso de la moción de confianza a su liderazgo que los rebeldes forzaron al mandar las 54 cartas necesarias (lo que supone el 15% de los escaños de la formación) al llamado Comité 1922, que reúne a los tories sin cartera. Johnson consiguió 211 votos a favor por 148 en contra.

En teoría, Johnson estaría inmune ante nuevos retos por el plazo de un año. Pero si el descontento continúa, las reglas de la formación podrían cambiar para forzar otra votación si así lo demanda el 25% de las filas.

En cualquier caso, existe una gran diferencia entre victoria aritmética y victoria política. A lo largo de la historia, se ha demostrado que los primeros ministros que han sobrevivido a un desafío de este tipo han acabado renunciando al poco tiempo por presión de sus propios parlamentarios. Pasó con Margaret Thatcher y más recientemente con Theresa May. En diciembre de 2018, ésta última consiguió el respaldo del 63% de su formación. Pero tan solo seis meses más tarde, salió entre lágrimas de Downing Street. En el caso del actual primer ministro, un 59% le ha apoyado en este voto de confianza, lo que supone que tiene el apoyo de un 4% menos.

A Johnson le notificaron oficialmente que se habían alcanzado las cartas necesarias para forzar moción de confianza el domingo por la tarde, mientras estaban en los actos del Jubileo de Platino para marcar los 70 años de reinado de Isabel II.

Los abucheos que recibió por parte del público a lo largo del fin de semana no pasaron desapercibidos a los suyos. Comenzó a circular por los grupos de WhatsApp de los conservadores un documento cuya autoría, al cierre de esta edición, se desconocía, pero que era realmente incendiario. El texto se hacía eco de unas devastadoras encuestas de opinión que aseguraban que solo el 25% del electorado tory ve al primer ministro como una figura que despierte confianza.

En este sentido, se recalcaba que había perdido el apoyo tanto en el llamado “Muro Rojo” del norte de Inglaterra -donde la promesa del Brexit hizo que los tories arrebataran a laboristas escaños que tenían desde la II Guerra Mundial- como en el “Muro azul” del sur -donde el tradicional electorado conservador se está planteando ahora dar su voto a los liberal demócratas-.

“Todo el propósito del Gobierno ahora parece ser el sustento de Boris Johnson como primer ministro -señalaba el documento- los parlamentarios tienen que defender lo indefendible, no por el bien del partido, sino por el de un solo hombre”.

En definitiva, en las últimas elecciones de 2019, Johnson consiguió una mayoría absoluta de 80 escaños, pero existen ahora grandes dudas sobre hasta qué punto conseguirá ser candidato del Partido Conservador para las próximas generales previstas en 2024.

El premier podría estar planteándose adelantarlas para el próximo año a modo de estrategia para reforzar su liderazgo. Pero, con la popularidad por los suelos y una economía donde la inflación podría llegar al 10%, no son pocos los que lo consideran suicidio político.

Johnson aseguró que había llegado el momento de pasar página y centrarse en las cuestiones que realmente importan a los ciudadanos. Con todo, el escándalo del Partygate le acompaña cual sombra maldita.

La investigación de Scotland Yard por las fiestas celebradas en Downing Street en pleno confinamiento llevó al primer ministro a ser multado, convirtiéndose así en el primer jefe de Gobierno en ser sancionado por violar la ley. Posteriormente, la investigación interna de la alta funcionaria de Sue Gray reveló los detalles de los eventos que hacen realmente complicado justificar que se trataban de “reuniones de trabajo”, excusa que sigue defendiendo el premier: pizzas, Prosecco, máquina de karaoke, música hasta altas horas de madrugada, una personas que acaba enferma e incluso un altercado entre dos de los asistentes.

Y ahora Johnson debe enfrentarse a una investigación parlamentaria por desacato. Si se determina que mintió a la Cámara de los Comunes cuando dijo en repetidas ocasiones que no se violaron las normas, en última instancia se podría forzar su dimisión.

En cualquier caso, el problema con Johnson va más allá del Partygate. Para muchos tories ha dejado de representar los valores de la formación. El paquete de ayudas para combatir la inflación presentado el mes pasado -el mismo al que previamente se había negado y luego terminó implementando a modo de cortina de humo-, con impuestos para las petroleras y más endeudamiento para las ya debilitadas arcas públicas tiene más firma laborista que conservadora.

En la reunión a puerta cerrada que celebró con las filas antes de la votación, el premier les prometió a los suyos reducir impuestos. Pero los parlamentarios se han cansado de un liderazgo a modo veleta, según sople el aire. Y el electorado también. En su día, a Thatcher no le importaban los abucheos porque, para bien y para mal, tenía una ideología fijada. La filosofía política de Johnson, sin embargo, es más bien como la de Groucho Marx: “estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. Como buen populista la suerte le había acompañado hasta ahora. Pero para muchos se ha llegado al principio del fin.