Opinión

La victoria del sultán Erdogan

La expansión de la OTAN hacia el Norte tiene un alto coste sobre todo para los 100.000 kurdos residentes en Suecia

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, a su llegada a Madrid
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, a su llegada a MadridSergio PerezAgencia AP

Troya, también conocida como Ilión, fue una antigua ciudad situada en Anatolia, casi a la entrada del estrecho de los Dardanelos, en la actual Turquía. Troya fue la capital de una importante entidad política que adquirió su notoriedad gracias a ser el escenario de la más famosa guerra de la historia. El final de esta ciudad, de todos conocido, resultó en la acuñación del término metafórico utilizado en el titular de este artículo por el cual se refiere a la táctica de debilitar a un objetivo desde dentro para su próxima neutralización.

Hoy nos encontramos ante un aliado que parece estar dispuesto a actuar en contra de los intereses comunes de seguridad de Occidente. Y es que en la OTAN contamos precisamente con la República de Türkiye (disculpen el lío, este cambio de nombre ha sido impuesto recientemente por Erdogan). Sea como fuere, resulta que nos encontramos ante un verdadero caballo de Troya dentro de la organización de seguridad más importante del mundo, en principio, compuesta exclusivamente por democracias avanzadas. En principio ya que Turquía, miembro de la alianza desde 1952, dista mucho de poder ser considerada como tal. Perdonen, la República de Türkiye.

Algunos podrán preguntarse cómo Ankara, eterno aspirante a entrar en la Unión Europea, pudo ser admitido con tal celeridad en la alianza atlántica. La respuesta reside, como no, en la geopolítica. Al inicio de la Guerra Fría, Washington temía que Moscú se hiciera finalmente, aunque fuera de manera indirecta, con Estambul, su eterna aspiración, otorgando así a Rusia el control de los Dardanelos y el Bósforo, y por tanto acceso al Mediterráneo. Erigiéndose sobre una constitución laica, Ankara se convertía, pues, en uno de los baluartes occidentales ante el avance del comunismo.

Si bien esta alianza resultó fructífera para ambas partes durante unas décadas, desde la llegada al poder de Erdogan se viene dando que las actuaciones de la República de Türkiye en la escena internacional hayan convertido a Ankara en un verdadero verso suelto dentro de la organización. Erdogan ha querido jugar un papel determinante tanto en el Mediterráneo como en el Egeo, llegando incluso a protagonizar serios episodios de confrontación con supuestos aliados como Francia, o incluso Grecia, el eterno rival. Además, Ankara ha querido jugar sus cartas en escenarios como Libia o Siria, incluso como intermediador entre Rusia y Ucrania.

Este vuelco al exterior no es más que un intento por parte de Erdogan de desviar la atención sobre su flagrante incapacidad de gestionar la economía de uno de los países más relevantes del escenario geopolítico global. Y es que, a pesar de las carencias democráticas del sistema, Erdogan debe temer la respuesta de un pueblo que ha visto como la inflación superaba el 73% el pasado mes de mayo.

Esto mismo es lo que hemos observado ante la petición de entrada en la OTAN por parte de Suecia y Finlandia. Ésta debía de ser validada por los 30 miembros de la alianza, República de Türkiye inclusive. Mientras el resto de los aliados aplaudían esta decisión y prometían un acceso rápido con la cumbre de Madrid como fecha

clave, resulta que diversos portavoces del presidente turco anunciaron en diferentes foros su oposición a cualquier nuevo ingreso si Suecia, en particular, no aceptaba ciertas condiciones previas. Cabe destacar que, según el Presidente de Finlandia, Erdogan le habría prometido su apoyo para un rápido ingreso de ambos países.

No es la primera vez que Erdogan ha utilizado el chantaje como estrategia para conseguir sus objetivos en materia de política exterior. Muchos recordarán, aún, los infames episodios durante la crisis de refugiados sirios durante la cual Ankara no dudó en utilizar los flujos de personas como arma en su pugna con Bruselas.

Hoy la historia no es muy diferente. Ante el envite de Moscú, Helsinki y Estocolmo han querido reforzarse en materia de defensa ante un posible ataque ruso, dejando atrás décadas de neutralidad y pidiendo el acceso a la OTAN, poniéndose así bajo la protección de la alianza. Erdogan se negaba a aceptarles a menos que Suecia, que cuenta con una población de más de 100.000 kurdos, se abriera a entregar a ciertos individuos miembros de esta minoría, incluyendo a periodistas, a los que considera terroristas.

Cabría preguntarse acerca de la validez de estas demandas si el gobierno que las hiciera fuera en verdad democrático y garante de las libertades individuales de esta gente. La realidad, como hemos dicho anteriormente, es que Erdogan lleva años dirigiendo a su país a la deriva, hacia una realidad cada vez más distópica, en un camino marcado por una vuelta al nacionalismo más turbio, entremezclado con un islamismo intolerante, que está destruyendo los cimientos laicos sobre los que Mustafa Kemal Ataturk había erigido la República de Turquía.

Y verán, Ankara lleva años siendo un socio incómodo para la alianza. Varios miembros han impuesto, a lo largo de los últimos años, un embargo armamentístico a los turcos. Estados Unidos echó a la República de Türkiye del programa de F-35 (quizás la aeronave de combate más avanzada del planeta) después de que Ankara se hiciera con los sistemas antimisiles S-400 rusos. Canadá impuso a su vez restricciones cuando parte del material que le había suministrado fue utilizado por las fuerzas azeríes en la guerra contra Armenia en 2020. Por último, la Unión Europea impuso también un embargo armamentístico tras el ataque por parte de las fuerzas turcas a la milicia YPG kurda en Siria.

La actual República de Türkiye es un caballo de Troya dentro de una organización con la que no comparte ni objetivos ni principios. Si bien es cierto que algunas acciones, como el cierre de los estrechos a buques de combate rusos, han de ser tenidas en cuenta, la realidad es que Ankara actúa, única y exclusivamente, en beneficio propio.

No olvidemos que, si bien Erdogan no se encuentra cómodo dentro del orden liberal, sabe bien que el mayor rival geopolítico que ha tenido su país en los últimos siglos ha sido Rusia. Quizás sea hora de hacerle entender a los turcos que, dentro de una alianza, hay que estar todos dispuestos a remar en la misma dirección.

La triste realidad es que Ankara ha acabado aceptando la entrada de Estocolmo y Helsinki dentro de la alianza. Pero esta cesión ha tenido un elevado precio. Para empezar los suecos y finlandeses han acordado rebajar la presión en términos de

embargos de armas a Ankara. Pero los mayores perdedores serán de nuevo los kurdos, pueblo que supo enfrentarse al mal del Estado Islámico heroicamente, y que, como no, volveremos a abandonar. Erdogan toma turno en la partida y ha conseguido, una vez más, mover las fichas a su antojo, y sigue demostrando que no es un socio de fiar.