Guerra

Destrucción, banderas soviéticas y sin apenas vecinos: Así es Lisichansk ocupada por los rusos

El último bastión de Lughansk invadido por las fuerzas rusas tras la retirada de sus adversarios ucranianos aparece como una ciudad fantasma tras acoger combates cruentos

Coches de policía ucranianos tumbados, acribillados a balazos, complejos de edificios gubernamentales calcinados y agujereados por los proyectiles y la cúpula dorada de una iglesia ortodoxa dañada. La entrada de un reportero de Reuters en Lisichansk, capturada el domingo por Rusia y sus aliados separatistas, encontró pocos civiles en una ciudad que alguna vez fue el hogar de casi 100.000 personas y una destrucción generalizada, testimonio de la ferocidad de la batalla para tomarla.

De los pocos civiles que continúan en la ciudad, todos ellos mujeres, inspeccionan los daños, mientras los vehículos blindados tripulados por las fuerzas respaldadas por Rusia recorrían las calles. La bandera roja de la victoria soviética -símbolo de la Segunda Guerra Mundial adoptado por las tropas rusas- cuelga sobre la entrada de un edificio del gobierno local destruido, con las oficinas del interior expuestas a los elementos.

La caída de Lisichansk en manos de Rusia fue saludada como un momento determinante por Moscú, que ahora tiene el control total de la región de Lugansk, uno de los objetivos militares de lo que el presidente Vladimir Putin llama su “operación militar especial” para eliminar lo que ha considerado una amenaza para la seguridad nacional de su país.

Por su parte, para Ucrania, la toma de la ciudad ha sido una dolorosa derrota en lo que considera una guerra de agresión injustificada destinada a arrebatarle franjas de su territorio y dejarla más pequeña y débil. Las autoridades sostienen que la ciudad tiene poco valor estratégico y que fue capaz de mantener a raya durante semanas a las fuerzas rusas que intentaban tomarla y a una ciudad cercana, mientras recuperaba parte del territorio en el sur del país.

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Guerra UcraniaAntonio Cruz

En Lisichansk, el lunes, un reportero de Reuters que visitó la ciudad con la ayuda de la autoproclamada República Popular de Lugansk, respaldada por Rusia, encontró una ciudad que, salvo el sonido de los pájaros, estaba inquietantemente silenciosa en algunos lugares después de que la mayoría de sus vecinos huyeran.

Olga, una jubilada de 67 años que se había quedado en la ciudad, acogió con satisfacción la nueva calma.

“La situación es buena ahora. Lo único que tememos es que vuelvan los combates”, dijo, y afirmó que lo primero que quería hacer era visitar a sus hijos en Rusia. Añadió que su objetivo era “seguir viva”.

En otras partes de la ciudad, un edificio del gobierno local de ladrillo gris calcinado, con el emblema ucraniano, permanecía vacío, sin ventanas en los pisos superiores.

Las calles estaban llenas de coches quemados y los restos de al menos dos patrullas de la policía, una de ellas boca abajo con el parabrisas acribillado a balazos.

Un largo centro comercial de poca altura tenía muchas de sus ventanas de cristal destrozadas y la cúpula dorada de una iglesia ortodoxa estaba agujereada con el tejado debajo despojado de su estructura metálica.

Quedan visibles algunos signos de la identidad ucraniana de la ciudad: una pequeña pila de pasaportes ucranianos desordenados dentro de la oficina del fiscal local sin techo y una bandera ucraniana abandonada en una carretera no lejos de una furgoneta arrugada.