Opinión
El último viaje de los monarcas británicos
La fidelidad a la tradición y la homogeneidad en todos sus detalles caracterizan los funerales reales
Para un cristiano, el último paso, el de la muerte, es en realidad el primero de otra Vida. El dolor que experimentamos cuando alguien cercano fallece halla el consuelo en la promesa de la vida eterna y, no obstante, es sano y bueno manifestar el dolor por la falta de la persona que se va. Cuando ésta es un monarca, esas manifestaciones de duelo adquieren tintes que rebasan lo íntimo para volverse colectivo. A raíz del fallecimiento de la reina Isabel II del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte nos podemos preguntar cómo se desarrollaron las exequias de sus antecesores en el trono.
Su tatarabuela, la reina Victoria, llamada “la Abuela de Europa”, por la enorme expansión de su linaje entre las familias reales del continente, fue una de las soberanas que más tiempo ha reinado. Falleció en 1901 en la isla de Wight, en su mansión Osborne House, que ella misma -y su adorado marido el príncipe Alberto- habían mandado edificar. Allí entregó su alma a Dios, rodeada de sus hijos y nietos. Como en el caso de su tataranieta Isabel II, el cuerpo sin vida de Victoria realizó un largo peregrinar desde la isla de Wight, en barco y luego en tren hasta la estación que lleva el nombre de la soberana decimonónica, de ahí en un armón, el llamado “gun carriage”, hasta la estación de Paddington para desde ese lugar ser trasladado al castillo de Windsor.
En Frogmore, en el parque contiguo a ese castillo, Victoria había hecho construir un imponente mausoleo para su marido el príncipe consorte Alberto. Allí, ante su hijo Eduardo VII, su nieto el futuro Eduardo VIII y luego duque de Windsor y su también nieto el emperador Guillermo II de Alemania, en cuyos brazos falleció la soberana, el féretro de ésta fue depositado.
Quizás uno de los más interesantes funerales de Estado fuera el acaecido tras la muerte del hijo y sucesor de Victoria, el rey Eduardo VII, el 20 de mayo de 1910. Fueron representantes de 70 Estados pero la razón de lo extraordinario de ese funeral fue la única e irrepetible concentración de soberanos europeos que acudieron. Es muy conocida la foto tomada en el castillo de Windsor en la que se podía ver reunidos a Jorge V del Reino Unido, Alfonso XIII de España, Federico VIII de Dinamarca, Haakon VII de Noruega, Fernando I de los Búlgaros, Manuel II de Portugal, Guillermo II de Alemania, Jorge I de los Helenos y Alberto I de los Belgas. Ni en Bulgaria ni en Portugal ni en Grecia hay ya monarquía, aunque en alguno de esos países no les vendría mal retornar a ese régimen para que existiera alguien neutral y ecuánime que limara asperezas y ejerciera un sano poder moderador y arbitral.
Tras permanecer en el salón del trono del Palacio de Buckingham, los restos del monarca fueron en procesión hasta Westminster Hall donde miles de personas pudieron rendirle homenaje durante tres días, llegando a medio millón los que pasaron ante el catafalco en la capilla ardiente, quedándose sin poder entrar unas 25.000 personas. El funeral se celebró quince días más tarde. Una multitud de entre tres y cinco millones contemplaron la procesión, custodiada por 35.000 soldados. Como es habitual, fue el arzobispo de Canterbury quien realizó el rito religioso mientras el Big Ben daba 68 campanadas, una por cada año de vida del difunto rey. El féretro fue trasladado en tren hasta Windsor. El funeral, en la capilla de San Jorge de ese castillo, fue parecido al de su madre, pero fue enterrado dentro del templo, mientras que la reina Victoria lo había sido en el Real Mausoleo de Frogmore. Más tarde, en 1919 se haría un monumento para él y su esposa la reina Alejandra, en mármol verde y negro, donde ambos fueron sepultados.
Jorge V, hijo de Eduardo VII y de la reina Alejandra, que fue quien reemplazó el histórico nombre de Sajonia-Coburgo-Gotha por el de Windsor, para evitar cualquier referencia a lo alemán en la denominación de la dinastía, recibió honores fúnebres precisamente en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, tras morir el 20 de enero de 1936 en Sandringham, Norfolk. Antes fue velado en Westminster Hall, en Londres.
Su hijo Jorge VI falleció, al igual que su padre, en Sandringham House, en la mañana del 6 de febrero de 1952 estando su hija Isabel de viaje. Su féretro estuvo primero en la iglesia de Santa María Magdalena de Sandringham. De ahí fue trasladado cinco días más tarde en tren a Londres llegando a la estación de King’s Cross. Durante los tres días que estuvo abierta su capilla ardiente en Westminster Hall pasaron a rendirle homenaje 304.000 personas. Luego, fue llevado en procesión -la primera televisada- desde la estación de Paddington, para ser transportado luego al castillo de Windsor en cuya capilla de San Jorge se celebró el funeral, enterrándosele en el panteón real. Posteriormente, en 1969 fue reubicado en la capilla conmemorativa de Jorge VI en San Jorge donde se le unieron el cuerpo de su esposa la reina Isabel y las cenizas de su hija Margarita. Eduardo VIII rey abdicatario, hermano y sucesor de Jorge VI, no tuvo funerales de Estado. Tras dejar el trono se convirtió en Duque de Windsor y, a su muerte en París el 28 de mayo de 1972 a causa de un cáncer de laringe, su cuerpo fue trasladado a Windsor en cuya capilla de San Jorge fue velado ante Isabel II, la familia real y la duquesa de Windsor. Se le sepultó en el cementerio real de Frogmore, tras el mausoleo de sus abuelos la reina Victoria y el príncipe consorte Alberto. En 1986, la duquesa Wallis falleció y fue enterrada discretamente junto a su marido.
Durante varias generaciones, desde 1820, la empresa de William Banting dirigió los funerales de miembros de la familia real. Así, lo hicieron ese año con el de Jorge III, en 1830 con el de Jorge IV, en 1834 con el duque de Gloucester, en 1861 con el príncipe consorte Alberto, en 1884 con el príncipe Leopoldo, duque de Albany, y la reina Victoria en 1901. Los funerales solían tener lugar en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Ahí fueron los de Felipe, duque de Edimburgo, al igual que los del Duque de Gloucester. En 1925 se celebraron los de la reina Alejandra, esposa de Eduardo VII. Los de la reina madre Isabel, abuela del actual monarca Carlos III, así como los de Diana, princesa de Gales y del conde Mountbatten de Birmania, asesinado por el IRA en 1979 tuvieron lugar en la Abadía de Westminster, donde desde 1760, tras el realizado por Jorge II no se había celebrado ningún funeral de rey o reina titulares hasta el de Isabel II el 19 de septiembre de 2022.
Quizás una de las características comunes de todas estas ceremonias de exequias regias es la altísima participación de soberanos y jefes de Estado extranjeros. Por otra parte, si uno contempla los catafalcos y capillas ardientes -lo que los británicos denominan “Lying-in-State”, instalados en Westminster Hall, comprobaremos la fidelidad a la tradición y la homogeneidad en todos sus detalles: bandera real con las armas de la dinastía, corona, flores, velas, cruz, guardia de honor… todo siguiendo un idéntico ceremonial que sirve, entre otras cosas, para ligar presente y pasado, una de las muchas funciones de las monarquías.
Amadeo-Martín Rey y Cabieses es doctor en Historia. Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia
✕
Accede a tu cuenta para comentar