Internacional
Mugabe, otro “libertador” africano que acabó masacrando a su pueblo
El dictador que gobernó casi cuatro décadas Zimbabue muere a los 95 años. Cometió masacres y llevó al país a su peor crisis, pero muchos presidentes africanos aún le veneran
El dictador que gobernó casi cuatro décadas Zimbabue muere a los 95 años. Cometió masacres y llevó al país a su peor crisis, pero muchos presidentes africanos aún le veneran
Contra lo que habrían esperado quienes admiraron su lucha contra el dominio blanco en sus tiempos de guerrillero, la muerte de Robert Mugabe este viernes a los 95 años ha provocado muy poca tristeza entre los millones de zimbabuenses expulsados de su país por su autoritarismo colectivista.
Hijo de un carpintero y nacido en Rhodesia del Sur en 1924, Mugabe se formó para ser maestro en una misión católica, y cursó estudios universitarios en la vecina Sudáfrica. Tras implicarse en la fundación de la guerrilla que le llevaría al poder, Mugabe fue detenido en 1964 en Rhodesia y pasó diez años en la cárcel.
A su salida de prisión dirigió la guerra de guerrillas que acabó forzando al gobierno rodhesio del díscolo Ian Smith a aceptar la transición a una democracia multirracial, ya por entonces una vieja exigencia de Londres que había llevado a Smith a declararse independiente del Reino Unido.
En 1980, tras un proceso negociador celebrado por todos, Mugabe y su movimiento ex guerrillero ganaron las elecciones. Culto, sagaz y profundamente influenciado por la estética y la cultura británicas, Mugabe parecía el niño mimado de la mismísima Reina, y lo tenía todo de cara para hacer de la recién nacida Zimbabue el primer gran caso de éxito en África.
Y así pareció que sería. Como tantos otros regímenes socialistas, al de Mugabe se le celebraron grandes avances sociales y haberle devuelto al pueblo el orgullo.
Pero su naturaleza autoritaria no tardaría en aflorar. Nerviosos ante la desafección que veían entre la minoría ndebele, a la que pertenecía la otra gran figura de la independencia, Joshua Nkomo, Mugabe y su élite de la tribu mayoritaria shona lanzaron a lo largo de la década de los 80 uno de los peores genocidios del África moderna.
Hasta 20.000 ndebeles perecerían en la región de Matebeleland fusilados, quemados o enterrados vivos y rajados por las bayonetas de la Quinta Brigada, que con instrucción norcoreana ejecutó esta operación para aniquilar al potencial disidente
Con escalofriante precisión poética, el régimen llamó a la operación “Gukurahundi “, una palabra shona que designa la primera lluvia tras la estación seca que limpia el campo de paja.
Solo el ciego más ciego podía dejar de ver lo que estaba ocurriendo en Matebeleland, pero el prestigio del Tío Bob, como se le conoció popularmente en el sur de África, sobrevivió relativamente intacto, en el continente y en Occidente.
Tuvo que ser un programa de redistribución forzosa de la tierra, como con el que ahora coquetea Sudáfrica, y las ocupaciones por la fuerza de las granjas de los blancos en el año 2000 lo que abriera los ojos del mundo sobre el verdadero Bob.
Con el tejido productivo destruido y las habituales políticas comunistas de nacionalizaciones e impresión descontrolada de dinero en pleno apogeo, Zimbabue conoció durante la década del 2000 una de las peores crisis inflacionarias de las que hay memoria.
Paralelamente, Mugabe siguió reprimiendo a sus críticos y a la oposición -entre los que crecía sin parar el número de sus hermanos shonas- para mantener el sistema de partido único marxista que apuntalaban sus camaradas de la guerrilla convertidos en generales.
Esa represión actuaba en silencio contra disidentes incómodos que morían o eran secuestrados por el servicio secreto del régimen, y tuvo su pico en las elecciones que Mugabe perdió entre en 2008. El baño de sangre contra la oposición que siguió a una derrota que Mugabe no habría reconocido llevó a una intervención regional que impuso un gobierno de coalición.
Gracias a las políticas realistas del ministro de Finanzas Tendai Biti, el cargo opositor más decisivo en aquel gobierno, el país salió de la hiperinflación y su economía empezaba a reconstituirse. Otras elecciones bajo la sospecha del fraude devolvieron todo el poder en 2013 al ZANU-PF de Mugabe, que dio al traste con la recuperación y aún tiene al país sumido en las conocidas estrecheces venezolanas.
La oposición ya no volvería a moverle la silla a Mugabe, que sin embargo fue depuesto por sus propios generales -entre ellos el Cocodrilo Mnangagwa, hoy presidente y hombre clave en Gukurahundi- cuando quiso imponer a su joven mujer para sucederle.
Tras apartarlo del poder, los generales aceptaron mantener todos los privilegios de los Mugabe. Bob y su exsecretaria y segunda mujer Grace, que ahora tiene 54 años, siguieron cobrando de las maltrechas arcas nacionales y viajando a Singapur gratis.
Él, para tratarse de sus achaques y acabar muriendo en un lujoso hospital asiático y ella, para acompañarle e ir de compras, que por algo se le llama “Gucci” Grace. Pese a todos sus desmanes y sus políticas catastróficas, Mugabe sigue considerado un potentado entre la mayoría de presidentes de África, que quizá le consideren un ejemplo de cómo mandar casi 40 años y morir en la cama a cargo del Estado.
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