Atentado en Moscú
La filial centroasiática del ISIS reivindica su poderío con el atentado en Moscú
El denominado Estado Islámico del Gran Jorasán exhibe su capacidad operativa lejos de su centro operativo afgano tres meses después de la matanza perpetrada en un funeral en Irán
Menos de tres meses después del doble atentado suicida llevado a cabo en un acto en recuerdo de Qasem Soleimani en el cementerio de Kermán (Irán) –que se saldó con 85 muertos–, la filial del Daesh en Asia Central, el denominado Estado Islámico de la Provincia del Gran Jorasán (ISIS-K por sus siglas en inglés) demostró con la matanza el pasado viernes en el Crocus City Hall moscovita haber sido capaz de burlar a los servicios de Inteligencia de una potencia como Rusia y una gran capacidad operativa desde su centro de mando afgano.
La organización yihadista no perdona a Moscú haber sido uno de los principales responsables del derrocamiento del Califato en tierras de Irak y Siria en el mes de marzo de 2019, en auxilio de uno de sus principales aliados, Bachar el Asad. Con su matanza perpetrada el pasado viernes en un centro de conciertos situado al noroeste de Moscú la organización terrorista venga también el apoyo del Grupo Wagner a varios gobiernos de África subsahariana y occidental en su lucha contra la insurgencia yihadista, liderada por las ramas locales de Al Qaeda y el Estado Islámico.
El antagonismo de Vladimir Putin con Occidente, acentuado con la invasión de Ucrania, no ha alterado la consideración de Rusia como enemigo por parte de la organización terrorista. En su canal de Telegram, la organización asumió la autoría de la matanza, el mayor atentado en suelo ruso desde que comenzara la guerra se había cobrado 137 vidas, como parte de «la guerra abierta» contra «los países que combaten el islam».
El Estado Islámico de la Provincia del Gran Jorasán –antiguo término en la tradición islámica que englobaba los actuales territorios de Irán, Turkmenistán y Afganistán– nació a caballo entre 2014 y 2015 en Afganistán a raíz de la incorporación de antiguos militantes talibanes pakistaníes y afganos, de Al Qaeda y del Movimiento Islámico de Uzbekistán con objeto de fundar una nueva filial terrorista con posiciones más radicales y prácticas más brutales.
En 2016 la rama del Estado Islámico en la vieja provincia persa del Jorasán contaba con unos 6.000 combatientes y, aunque la cifra se ha reducido en los últimos años, no así su capacidad letal. Un informe de Naciones Unidas de 2023 dejaba constancia de que la rama con base afgana del Estado Islámico había adoptado un modus operandi más horizontal que jerárquico y vertical, lo que proporciona a sus militantes una mayor flexibilidad. Desde su regreso al poder en Kabul en agosto de 2021, la rama centroasiática del Daesh se ha convertido en uno de los principales enemigos de los talibanes afganos, aunque estos han evitado hasta ahora pérdidas territoriales.
Además de afganos, pakistaníes, turcos o iraníes, la militancia del ISIS-K la componen combatientes procedentes de demarcaciones territoriales del sur de la Federación Rusa y nacionales de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central –como Tayikistán, Uzbekistán y Azerbaiyán– a los que mueve un acusado resentimiento hacia el Kremlin y su inquilino desde hace un cuarto de siglo.
Hay constancia de ciudadanos rusos en la organización desde 2017, lo que sin duda ha ayudado a la organización a golpear de una manera tan brutal como el pasado viernes en Moscú. Con todo, las autoridades rusas han identificado como extranjeros a los once detenidos sospechosos de haber organizado la matanza del Crocus City Hall y acusa a cuatro ciudadanos de Tayikistán de haber perpetrado el tiroteo en el interior del espacio lúdico moscovita.
Gran parte del éxito operativo de la rama centroasiática del Estado Islámico se debe a su líder, Sanaullah Ghafari, de 29 años. Nombrado emir del grupo en 2020, Ghafari salvó la vida de manera milagrosa en una emboscada talibán en Afganistán el pasado junio y se estima que vive refugiado en Pakistán. Afgano de etnia tayika, se le atribuye el incremento en el número de reclutas tayikos en la organización terrorista, incluidos los autores del atentado de Moscú.
No es la primera vez que el Estado Islámico golpea en Rusia. De hecho, se cuentan hasta seis acciones terroristas desde 2016. En septiembre de 2022 militantes del Daesh reivindicaron el atentado suicida perpetrado contra la Embajada rusa en la capital afgana, que se saldó cons seis muertos.
La posibilidad de un atentado como el que acabó produciéndose el viernes pasado en las afueras de Moscú había sido advertida este mismo mes por la Inteligencia estadounidense a las autoridades rusas, que desoyeron el aviso. No en vano, el 7 de marzo el Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa anunció haber desarticulado en la provincia de Kaluga una célula del Daesh que pretendía atacar una sinagoga moscovita.
La matanza del Crocus City Hall ha desatado el temor de que las autoridades rusas, en el inicio de un nuevo mandato presidencial de Putin que se prevé aún más represivo, aumenten la discriminación contra la comunidad islámica, que en Rusia supone el 15% de la población y más de 20 millones de almas.
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