Turquía

Gaziantep, la zona cero del terremoto: "La gente está tirada por las calles"

La devastación provocada por los terremotos es de una escala monstruosa. El balance supera los 25.000 muertos, pero la ONU alerta de que la cifra puede doblarse

Dada su proximidad con la frontera con Siria, Gaziantep se convirtió en un gran refugio humano. Con una población de aproximadamente 1,2 millones de habitantes, esta histórica ciudad turca es la sexta más grande del país. Decenas de miles de sirios cruzaron la frontera huyendo de la guerra civil, con el reto de reconstruir sus vidas aquí. Bakier Soulo, de 28 años, arrastra un incurable postrauma por los bombardeos. Ahora, su misión es sobrevivir al frío encendiendo hogueras en la calle, junto a otras familias de turcos y sirios que quedaron sin techo. La localidad, ubicada a unos 33 kilómetros del epicentro del terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que ya ha dejado 25.000 muertos (aunque la ONU ya advierte de que la cifra podría doblarse), ya no es segura para nadie. «Creíamos que vivir al otro lado de la frontera nos traería seguridad. Pero nos vemos reviviendo los traumas del pasado», contó Ahmad al-Rifai, joven originario de Alepo. Su ciudad natal, hecha añicos por la artillería del Ejército de Bachar Al Asad –y los cazas rusos- ha quedado más maltrecha si cabe tras el gran seísmo.

La sensible fábrica social de Gaziantep se ha venido abajo, como buena parte del castillo de la era romana que preside la ciudad desde lo alto de una colina. Considerada como una de las ciudadelas mejor conservadas de Turquía, sus sólidas murallas no lograron resistir los temblores. Los dos países afectados son considerados cunas de la civilización humana, que albergan valiosas antigüedades o lugares catalogados como patrimonio mundial de la UNESCO. La adaptación de los sirios en la ciudad fue difícil. Además de afrontar unas precarias condiciones económicas y sociales, han sido frecuentes víctimas de agresiones racistas por parte de residentes locales. La mayoría se asentaron en las zonas humildes de la localidad, plagadas de estructuras precarias que no lograron mantenerse en pie. Dado el lento despliegue de las ayudas estatales, la mayoría permanecen acampados en plazas, donde han desplegado colchones y mantas. Nadie tiene certeza de volver a tener un hogar en el futuro próximo.

Además de perder a incontables familiares y amigos, lo que muchos sirios están viviendo en Gaziantep les retrotrae sentimientos del pasado. El miedo de perderlo todo, la incapacidad de dormir, sentir los muros temblar. El trauma les persigue al otro lado de la frontera.

En el recinto de la mezquita de Bahaeddin Nakiboglu, decenas de hombres sostenían seis ataúdes verdes, preparados para ser enterrados. Frente a ellos, el imán local pronunciaba la plegaria para despedir a los muertos. «Allahu Akbar» (Dios es grande), replicaban los congregados antes de darles el último adiós. La ceremonia fue más corta de lo habitual, ya que el complejo está colapsado de ataúdes esperando. Al otro lado de la mezquita, las mujeres lloraban y trataban de reconfortarse en grupo. «Hay un funeral tras otro», se lamentaban los presentes.

El turco Can, residente en Londres, estaba trabajando cuando se enteró del terremoto. Trató de contactar incesantemente con su padre, que no contestaba las llamadas. Tomó un vuelo al día siguiente a Estambul, y se desplazó hasta Nurdagi, su pueblo natal. El lugar donde nació y creció se convirtió en un amasijo de escombros. «Todas las casas y edificios colapsaron. No tengo palabras. He perdido a mi padre, mi tío y mi abuela. Trataron de escapar, pero no lo lograron», explicó a France 24.

Sin alimentos

Can también dio fe de las quejas extendidas sobre la lentitud en la respuesta de las autoridades turcas. «La gente está tirada en las calles. No hay agua, pan, nada. Simplemente, esperan», protestó. La procesión de vehículos blancos descargando ataúdes continuaba: es la nueva rutina en toda la provincia de Gaziantep.

Mientras los equipos de rescate apuran los últimos rayos de esperanza para encontrar supervivientes, los lugareños hacen cola en algunas panaderías, que distribuyen gratuitamente pan de pita. La ayuda mutua también es clave para levantar improvisados campamentos, especialmente en los barrios poblados por refugiados sirios. A Mohammad, el terremoto le agarró mientras estaba trabajando. «Me siento como un idiota por vestir buena ropa en esta situación, espero que la gente entienda que no es por elección», contó luciendo una chaqueta de calidad.

«Sentarnos uno junto al otro, frente al fuego, hace que la situación sea más humana», consideró Koser. Es uno de los cientos de congregados en la céntrica plaza de Sih Fetullah, donde estableció su campamento junto a su madre y un hermano. También trabajaba en un turno nocturno cuando ocurrió el temblor, y entre el caos trató de llegar a su casa. Rápidamente entendió que ya no era un lugar seguro. «Preferimos permanecer en un terreno abierto», concluyó. Todavía es difícil calcular la dimensión exacta de la tragedia, mientras organismos de ayuda internacional estiman que millones de personas han quedado sin techo a ambos lados de la frontera.