Opinión

La gran estafa rusa

El Kremlin está llevando a cabo una desvergonzada expropiación de las empresas internacionales con la excusa de las sanciones occidentales

Un Burger King en Moscú
Un Burger King en MoscúMAXIM ZMEYEVREUTERS

La guerra del Kremlin contra Ucrania no sólo provocó la imposición de cientos de sanciones occidentales a Rusia, sino que también provocó el éxodo de numerosas empresas internacionales del mercado ruso. Más de mil de ellas pusieron fin a todos sus negocios en el país o intentaron posponer sus operaciones en Rusia. Desde el principio de esta retirada, el Gobierno ruso dejó claro que la tarea no sería fácil.

Primero parecía que muchas empresas tenían que cerrar o cesar a nuevos propietarios, ya que era extremadamente costoso mantener las instalaciones. El caso ejemplar es el de McDonald’s, que operaba 853 restaurantes en Rusia a principios del año 2022. Tras varios meses intentando deshacerse de ellos, la corporación estadounidense los vendió al empresario ruso Alexander Govor, que antes era propietario de su red de franquicias del Lejano Oriente. Aunque hasta estos días no se había revelado el valor del acuerdo, McDonald’s amortizó 1.300 millones de dólares por el cese de sus operaciones en Rusia. Muchos minoristas reconocidos a nivel mundial como IKEA (que perdió 170 millones de dólares en Rusia en 2022), Inditex, Uniqlo, H&M, Decathlon etc. siguieron vendiendo (o, mejor dicho, transfiriendo) sus negocios a la gestión local y las pérdidas combinadas de estas últimas ascendieron a 65.000 millones de rublos, unos 850 millones de dólares.

Pero a partir de agosto de 2022, las autoridades rusas prohibieron por completo la salida de empresas procedentes de países «hostiles» de varios sectores, como las finanzas, las infraestructuras y la energía, o simplemente impidieron a las empresas extranjeras sacar sus beneficios del país o venderlos en condiciones «razonables» (como ocurre en el caso del Raiffeisen Bank austriaco). Pero a medida que la brecha entre Rusia y Occidente se hacía más grande, los últimos elementos de legalidad empezaron a descuidarse. Mientras Nissan de Japón vendía todos sus activos en Rusia, valorados en unos 686 millones de dólares, a una empresa controlada por el Ministerio de Industria ruso con la condición de que podría pedir su recompra en siete años, la francesa Renault dejó de controlar su planta de producción en Moscú por un simbólico rublo. Y hace tan sólo un mes la filial rusa de la alemana Volkswagen AG fue demandada por la rusa GAZ, controlada por el oligarca Oleg Deripaska.

Con todo, esto no hizo más difícil para el presidente Putin acusar a los fabricantes de automóviles occidentales de arruinar la producción de vehículos rusos, que ahora se ha reducido en dos terceras partes con respecto a 2021. Muchos empresarios rusos se beneficiaron enormemente de este traspaso de activos, mientras que algunas de ellas no pudieron obtener beneficios en sus primeros doce meses de actividad.

Pero la medida más increíble fue la introducción de una «tasa voluntaria que las empresas extranjeras que deseen abandonar el mercado ruso deberán pagar al Estado y si no lo hacen deberán cederle un 10% de su «valor de mercado». La cantidad se redujo después al 5%, calculando como base el mismo «valor de mercado». Si alguien desea vender su negocio a un nuevo propietario por un rublo, deberá pagar una tasa adicional por finalizar tan jugoso trato. Así que no sería una exageración decir que el Kremlin quiere que las empresas extranjeras continuaran sus operaciones en el país (lo que en algunos casos se vuelve problemático, ya que, por ejemplo, el Banco Central Europeo presiona al Raiffeisen para que se marche) o que si se van pierdan hasta el último céntimo de su inversión y paguen al Gobierno ruso una «tasa de salida».

Yo diría que el proceso en curso parece el mayor robo comercial de la historia orquestado por un Estado soberano. Algunos analistas estiman las pérdidas globales de las empresas extranjeras en Rusia en la asombrosa cifra de 240.000 millones de dólares, cifras más moderadas llegan a los 70.000 millones de dólares, pero si se trata de todas las amortizaciones (si se supone que ninguna empresa occidental, salvo Shell, que actualmente vendió su negocio de Sakhalin al amigo de Putin Leonid Mikhelson por 94.200 millones de rublos y que se le permitió retirar este dinero de Rusia). Esto supera todas las pérdidas irreparables que las empresas occidentales experimentaron en Venezuela bajo los Gobiernos de Chávez y Maduro – y supera en 30 veces lo que el propio Gobierno ruso ganó en 1995-1996 cuando vendió empresas estratégicas a empresarios nacionales estableciendo una oligarquía y bloqueando un desarrollo industrial como el de China.

Todo el que esté familiarizado con los negocios internacionales sabe lo rápido que vuelven los inversores a los mercados periféricos después de los fracasos, pero espero que no vuelvan pronto a Rusia después de la desvergonzada y cínica expropiación que el Kremlin está llevando a cabo.