Atentados en Boston
Heridas de guerra en suelo americano
Sorpresa médica por el alto número de amputaciones entre las víctimas
La pequeña Victoria busca a Tyler, un veterano de Afganistán que la ayudó justo después de la explosión de la primera bomba en la línea de meta del maratón de Boston. Incluso el gobernador de Massachusetts, Deval Patrick, ha hecho un llamamiento para localizar a este soldado porque a la niña le gustaría darle las gracias por haberle salvado la vida. Victoria ha relatado una de las historias más conmovedoras de la tragedia, al recordar cómo Tyler la cogió en brazos y ella rompió a llorar de miedo. Entonces, él le mostró las cicatrices de sus heridas de guerra para intentar consolarla. Le dijo que no se preocupase porque iban a salir de aquello como él se había librado de los ataques en Afganistán.
Para Nicholas Yanni, de 32 años, el día de la maratón iba a ser una gran fiesta. Estudiante del Bunker Community College, se colocó cerca de la meta para ver llegar a su mujer, Ann Yanni, de 31 años, que en los últimos días no había hecho nada más que hablar de la carrera. En cambio, ayer habló con los periodistas desde el Centro Médico Tufts y explicó los hechos casi de carrerilla, como si tuviese en la cabeza la sucesión de imágenes que vio después de la explosión. «Fue como si un cañón se hubiese disparado», recordó Yanni, que al principio pensó que se trataba de fuegos artificiales. Su mujer recibió impactos de metralla. Estaba sangrando. «Entonces cogí algo para hacer un torniquete, y empecé a enrollarle camisetas alrededor de la pierna», dice.
A los 176 heridos, de los que ayer 70 permanecían en hospitales, les queda un largo camino antes de llegar a la meta de la recuperación, física y psicológica. Los médicos destacan el gran número de amputaciones que se han visto obligados a realizar y la cantidad de clavos alojados en los cuerpos.
Sin embargo, como si quisieran desafiar al autor o autores del acto terrorista, muchos ciudadanos corrían ayer por el Parque Boston Common y las calles adyacentes al lugar de la explosión mirando al frente. En la calle Newbury, cerca del escenario de la tragedia, se podía leer: «Boston es fuerte. Somos fuertes», aunque se respiraba una atmósfera de tristeza. Eduardo Rosales, de 38 años, dijo que había ido a reflexionar sobre lo que había pasado. «No pienso dejar de correr maratones. Tampoco voy a dejar de venir a Boston por esto. Hay que seguir», explicó este corredor venezolano.
Ayer los trabajadores de la cafetería Au bon pain atendían a los clientes despacio, como si no quisiesen hacer ruido. Algunas tiendas estaban abiertas. Otras todavía cerradas, como si quisieran guardar luto por lo ocurrido.
Conmoción nacional en EE UU
Las banderas de todos los edificios públicos de EE UU ondean a media asta desde que el atentado del lunes contra la maratón de Boston despertara el fantasma del 11-S. En la ciudad, aún conmocionada, se sucedieron los homenajes a las tres víctimas. Sin duda, la ceremonia más emotiva fue la que recordó al niño de ocho años Martin Richard. En la imagen, una joven llora frente a un memorial.
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