Muere Thatcher

Historia de una traición

Thatcher tuvo que enfrentarse en su ocaso político a una revuelta interna en el Partido Conservador

Margaret Thatcher, aclamada por sus correligionarios «torys» en el congreso del partido de 1989
Margaret Thatcher, aclamada por sus correligionarios «torys» en el congreso del partido de 1989larazon

LONDRES- Después de más de una década viviendo en Downing, Street a Margaret Thatcher se le llegó a olvidar que su cargo tenía fecha de caducidad y que, algún día, tendría que dejar las riendas del poder. Cuando llegó el momento, le costó aceptarlo. Aunque lo más doloroso fue saber que la echaban, que no se iba por su propio pie. Y los que lo hacían no eran los electores, sino sus propios compañeros de partido. Aquella traición jamás la perdonó y durante los diez primeros años de su vida alejada de la primera línea política se dedicó a ser una voz crítica y molesta contra aquellos que, sin escrúpulos, la dieron la puñalada por la espalda.

El Partido Conservador tiene fama de ser poco sentimental, incluso despiadado, a la hora de deshacerse de un líder. Con tres victorias a sus espaldas, Thatcher tuvo que luchar hasta el final contra sus propias filas para demostrar que era la persona más adecuada para el cargo. Siempre impuso su autoridad, aunque ello conllevara un carácter áspero y unos modales que no tenían problemas para mostrar públicamente desaires a los miembros de su Gabinete.

Pero en el otoño de 1989, se hicieron visibles los primeros signos de debilidad. En octubre de ese año, sufrió la dolorosa pérdida de Nigel Lawson. Dejó el cargo de Canciller después de casi siete años de éxito y de haber contribuido a fraguar el «thatcherismo». Dos meses después, Sir Anthony Meyer también presentó su dimisión. Un año más tarde, su euroescepticismo le costó la salida de Sir Geoffrey Howe y de varios europeístas de peso que, durante su renuncia, aprovecharon para advertir cómo la «Dama de Hierro» se estaba cargando el Gobierno y el país.

En medio de la tempestad, la líder conservadora decidió asistir a una cumbre europea en Fontainebleau. En su ausencia, los diputados aprovecharon para realizar una votación sobre su liderazgo. Era una revuelta interna en toda regla. Cuatro de cada 10 diputados creyeron que la mujer que los había llevado a tres victorias electorales generales no podía alcanzar una cuarta. Aquel argumento era pura mentira.

Los altos cargos del Partido Conservador no temían que Thatcher les llevara a la derrota en las urnas, lo que les preocupaba era que ella consiguiera un cuarto mandato. Aquello conllevaría la celebración de un referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido al euro. A la «Dama de Hierro» le horrorizaba la idea de la Europa federal y la moneda única y se daba por hecho que la consulta popular terminaría con un rotundo «no». Los planes europeístas de Geoffrey Howe y Michael Heseltine se iban por tanto al traste. Además, muchos querían ascender en sus puestos y dar un giro a la formación. Orgullosa hasta el final, Thatcher aceptó el reto y se presentó a las votaciones internas, pero finalmente, el 22 de noviembre de 1990, retiró su nombre de la segunda vuelta.

A las 7:30 horas llamó a su secretario privado para comunicarle su dimisión. Llevaba a sus espaldas muchos días de presión. A las nueve de la mañana se comunicó la decisión al Gabinete y más tarde a la Cámara de los Comunes. Siguiendo la fría tradición británica, tras la noticia se siguió el orden del día previsto: la Guerra del Golfo. La «Dama de Hierro», con un impoluto traje azul, lo había preparado minuciosamente, como de costumbre. Aquella tarde, respondió con un estilo que superó sus días más gloriosos.

«Para mí, en aquel momento, cada frase formaba parte de mi alegato ante el tribunal de la historia. Era como si estuviese hablando por última vez, y no sólo por última vez como primera ministra. Y aquel poder de convicción se pudo transmitir y grabar en las mentes de quienes estaban presentes en la Cámara», dice en sus memorias.

Los quince años siguientes a la salida de Thatcher fueron una auténtica guerra civil para el Partido Conservador. John Mayor acabó como líder para parar a Michael Heseltine. William Hague y más tarde Iain Duncan hicieron lo mismo para detener a Ken Clarke. Era una guerra sucia y un sistema envenenado. La fama de «Nasty Party» (Partido Suicio) no se ganó a la ligera.

David Cameron se convirtió en el primer líder que no venía marcado por aquellas batallas internas. Había pasado suficiente tiempo y los «tories» volvían a estar preparados para volver a Downing Street.

La última vez que Thatcher cerró tras de sí la puerta del 10 de Downing Street fue el 28 de noviembre de 1990. «El equipaje estaba prácticamente hecho. Bajé de mi apartamento al estudio por última vez para comprobar que no se nos olvidaba nada. Me produjo una fuerte sensación ver que no podía entrar porque ya se me había retirado la llave», explica.

Fue imposible reprimir las lágrimas. Saludó a la gente que la esperaba en la calle y se metió en un coche acompañada por su inseparable marido, Denis, «hacia el destino desconocido que pudiera deparar».