
Oriente Medio
La incertidumbre sobre el desarme de Hizbulá marca el primer aniversario del asesinato de Nasrala
La campaña militar israelí del pasado otoño dejó a la milicia chií muy debilitada, aunque lejos aún de su disolución

La exhibición de un juego de luces con el rostro del mítico secretario general de Hizbulá Hassan Nasrala en la noche del jueves sobre las rocas de Rauché, en Beirut, fue la comidilla el pasado viernes en la capital y el conjunto del Líbano. Después de haber aceptado las exigencias de las autoridades locales, centenares de partidarios de la milicia y partido político proiraní se congregaron en el popular recodo de la costa de Beirut para homenajear a su malogrado líder en vísperas del primer aniversario de su asesinato en su escondite del sur de la capital libanesa.
Finalmente hubo juego de luces y vaya si las hubo, no solo en las rocas de las instagrameables rocas de las palomas sino en otros edificios circundantes: el rostro sonriente de un bonachón Nasrala, el emblema de la organización chií y hasta un montaje fotográfico con el propio Nasrala flanqueado por los Hariri, padre e hijo, lo que no pocos libaneses interpretaron como una burla macabra -aunque en teoría se trató de un guiño al vecindario de Ras el Beirut, de mayoría suní- habida cuenta de que cuatro miembros de Hizbulá fueron condenados por el asesinato el 30 de diciembre de 2005 del que fuera primer ministro libanés en dos etapas.
¿Muestra de debilidad o desafiante demostración de fuerza? Quizás lo uno y lo otro a la vez. Nadie duda de que un año después de la desaparición de su líder carismático y de la severa campaña militar llevada a cabo por las fuerzas israelíes en los feudos de Hizbulá en el sur del Líbano, el valle de la Becá y el Dahiyeh beirutí, la organización chií -a la que EEUU y la UE consideran entidad terrorista- se encuentra muy menguada.
No en vano, desde que Tel Aviv y el nuevo liderazgo de Hizbulá -desde el 29 de octubre pasado el veterano Naim Qassem es su secretario general- acordaran un alto el fuego el pasado 27 de noviembre, la milicia chií ha sido incapaz de volver a atacar suelo israelí. Los especialistas aseguran que sus nuevos mandos militares son jóvenes e inexpertos y que la ofensiva israelí supuso la eliminación de al menos el 80% de su arsenal, aunque nadie se atreve a asegurar cuál es el verdadero potencial de la organización un año después del asesinato de Nasrallah.
Es precisamente la entrega del resto del arsenal de una organización que hasta hace poco más de un año contaba con un armamento más sofisticado y unos soldados mejor entrenados -y pagados con petrodólares iraníes- que las propias fuerzas armadas libanesas centra la agenda de las nuevas autoridades libanesas desde comienzos de año.
Presionado por la Administración Trump, el tándem compuesto por el presidente Joseph Aoun y el primer ministro Nawaf Salam vienen asegurando desde su llegada a las dos primeras magistraturas del país que ha llegado el momento de que el Estado libanés recupere el monopolio de las violencia e instan tanto Hizbulá como a Hamás y otras milicias presentes en suelo libanés a que entreguen sus armas. Una perspectiva, la de la disolución de la última milicia nacida de la guerra civil (1975-1990), que la mayoría de la población libanesa saluda, aunque está lejos de ser un sentir unánime.
Pero, nueve meses después de la toma de posesión como presidente del que fuera jefe de las fuerzas armadas libanesas, el proceso sigue sin haber resuelto ninguna de sus profundas interrogantes. Hay pocas certidumbres más allá de que, como recordaba ayer Anthony Samrani, redactor jefe de L’Orient-Le Jour, “Hizbulá está muy debilitada, no es sino la sombra de lo que fue, está aislada en la escena interior y bajo la presión de las bombas israelíes y la llegada al poder en Siria de un régimen que la detesta, y que la decisión de desarmarse o no depende de Teherán”.
No en vano, a nadie se le escapa que, aunque este mes el ejército libanés revelaba un plan para hacer efectivo el desarme antes de final de año, el éxito de aquel no dependerá de lo que puedan pactar el presidente Aoun y el secretario general Naim Qassem, un clérigo de 72 años cuyo predicamento y carisma no es ni sombra del que gozaba Nasrala, sino de lo que puedan negociar Irán y EEUU en un contexto de tensión regional y debilitamiento del ‘eje de la resistencia’.
Por ahora Qassem sigue apelando precisamente a la “resistencia” e insistiendo en que de ninguna manera habrá desarme. Al fin y al cabo, no hay otra raison d’être para Hizbulá que el martirio y la guerra abierta contra el “enemigo sionista”. En una reciente entrevista, el enviado de Trump para Siria, Tom Barrack, advertía de que si las autoridades libanesas son incapaces de imponer su autoridad y hacerse con el control del armamento de la organización, será Israel el que termine el trabajo y aseguraba que Hizbulá está aprovechando el impasse para comenzar a rearmarse.
Entretanto, y como ya ocurriera en el multitudinario funeral de Nasrala el 23 de febrero pasado, observado de manera intimidante desde el aire por varios aviones de combate israelíes, el viernes las FDI se invitaron al duelo por el desaparecido líder de la Hizbulá al bombardear varios puntos del valle de la Becá donde se sospecha que la milicia sigue escondiendo armamento pesado en vísperas de un otoño que se plantea decisivo.
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