Crisis migratoria
La inmigración vuelve al centro del debate de cara a las presidenciales en EE UU
Republicanos y demócratas mantienen posiciones encontradas en la antesala del año electoral
El primer día de un presidente es importante para la buena relación con sus seguidores los siguientes cuatro años, y Donald Trump lo sabe. Por eso, en uno de los últimos mítines del 2023, el expresidente les ha prometido hacerse cargo de la inmigración, una cuestión que preocupa por igual a todos los estadounidenses independientemente del partido que apoyen. «En mi primer día de regreso a la Casa Blanca voy a poner fin a todas las políticas de fronteras abiertas de la Administración Biden, voy a parar la invasión en la frontera sur y comenzaré la más grande y masiva operación de deportación en el país», dijo el exmandatario ante una entregada multitud en New Hampshire.
La cuestión migratoria sigue siendo tema central en la política de EE UU. Los republicanos la han usado como moneda de cambio en sus negociaciones para los presupuestos destinados a seguir apoyando a Ucrania e Israel, y en las encuestas aparece como uno de los asuntos que más preocupa a los estadounidenses. Dos tercios de la población cree que la inmigración es algo bueno para el país, mientras que el 27% la considera mala.
Pero, según el mismo estudio de Gallup, el porcentaje que la considera positiva ha ido disminuyendo desde 2014, cuando la aceptación era del 64%. A esto se suma que el número de aprensiones en la frontera ha alcanzado máximos históricos en el 2023, con 2,5 millones de indocumentados tratando de entrar a Estados Unidos desde México. La realidad migratoria es especialmente dura en Arizona, donde su gobernadora, la demócrata Katie Hobbs, se ha visto obligada a enviar a la Guardia Nacional a los territorios de entrada al país para controlar la situación.
La cuestión incluso está dividiendo a los demócratas a nivel interno. Sobre todo, después de que el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbot, decidiera enviar miles de solicitantes de asilo a los territorios demócratas con solo un billete de ida, para presionar así al presidente Joe Biden y que reforzara la seguridad en la frontera. A la idea poco después se unieron otros estados republicanos, como Florida, donde su gobernador Ron DeSantis ha llegado incluso a fletar aviones para enviar migrantes indocumentados a territorios demócratas.
Más de 150.000 solicitantes de asilo han pasado por la Gran Manzana en los últimos 18 meses, y cerca de 67.000 se han quedado a vivir en sus refugios, hoteles reconvertidos en espacios de emergencia o incluso en sus calles amparados por las ayudas sociales de la ciudad. La llegada masiva de todos ellos ha tensado al máximo los sistemas de ayuda de la ciudad santuario, obligada por ley a dar cobijo a todo el que llegue sin uno. De nada han servido los viajes a Washington de la gobernadora neoyorquina Kathy Hochul o del alcalde de la ciudad de Nueva York, Eric Adams, rogando más ayuda federal.
«Este asunto destruirá la ciudad de Nueva York», ha dicho en más de una ocasión Adams. «Aquí ya no cabe nadie más, estamos al límite, la Casa Blanca ha decidido conscientemente que es mejor política dejar sufrir a Nueva York que intentar solucionar el problema», son algunas de las frases que los estadounidenses llevan meses escuchando por parte del líder neoyorkino, que incluso viajó a la frontera entre Texas y México para disuadir a los recién llegados de viajar a Nueva York, asegurando que la Gran Manzana está tremendamente saturada y aquí no tienen futuro.
La misma situación viven otros estados demócratas como Boston o California, que enfrentan también una sobrepoblación de solicitantes de asilo. La Administración Biden se refugia en que tiene las manos atadas porque en el Congreso los legisladores no consiguen ponerse de acuerdo en materia de inmigración, pero está empezando a dar su brazo a torcer en medidas que hasta ahora no había apoyado. Y todo porque la frontera sur se ha convertido en el punto más débil de los demócratas de cara a las próximas elecciones presidenciales.
Por su parte, los republicanos aseguran que si ganan los comicios del 2024 ampliarán el sistema de detención de inmigrantes y fortalecerán la presencia de patrullas fronterizas en las zonas limítrofes con México, además de poner en marcha un ambicioso despliegue militar en la frontera y llevar a cabo deportaciones a gran escala. El candidato republicano favorito según las encuestas, Donald Trump, incluso va más allá. Propone aplicar un programa de deportación masiva basado en el de Dwight Eisenhower de 1954, que se conoció como «Operación Espalda Mojada», y que según un exagerado Eisenhower de la época acabó con la deportación de un millón y medio de inmigrantes, aunque las cuentas oficiales históricas aseguran que fueron menos.
Además, el exmandatario dice que no descarta aplicar la separación de familias si es necesario, un enfoque que ya provocó varias quejas y demandas durante su presidencia e incluso un juez federal llegó a prohibir la práctica durante al menos ocho años. Trump ya dejó claro durante su presidencia anterior que quería dar mayor poder a la Guardia Nacional y los agentes locales para que pudieran arrestar y deportar inmigrantes indocumentados, además de ampliar los centros de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) para retener a las personas que estaban en pleno procesamiento y tenían que comparecer a un tribunal, para que no desparecieran dentro de las fronteras de EE UU y se acabaran quedando de manera ilegal en el país.
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