Oriente Medio
Irán después de Raisi: continuidad para tiempos turbulentos
La sucesión del presidente, muerto hace una semana en un accidente de helicóptero, no deberá suponer grandes cambios en la estrategia doméstica y exterior del régimen de los ayatolás
El contraste entre las ambiciones en materia nuclear y armamentística del régimen -que en la noche del pasado 13 de abril desafió a su mayor enemigo, Israel, al lanzar hacia su territorio hasta 300 drones y misiles— y el estado más que deficiente del helicóptero que trasladaba de regreso desde Azerbaiyán al presidente Ebrahim Raisi y al ministro de Exteriores, Hossein Amirabdollahian, antes de su fatal accidente es la metáfora más gráfica de la paradójica y compleja realidad iraní.
Comprometido en el frente doméstico por una difícil situación económica -una inflación desbocada— y la creciente desafección de su población -entre 2022 y 2023 las calles del país fueron escenario de una de las mayores expresiones de rechazo al sistema de las últimas décadas—, el escenario del conjunto de Oriente Medio tras el 7 de octubre ha evidenciado, sin embargo, la solidez de la estrategia de alianzas y expansión exterior del régimen.
Tras la tragedia del pasado domingo -todo apunta a que las deficiencias técnicas del aparato unidas al mal tiempo y la orografía del lugar, los valles de la provincia de Azerbaiyán Oriental, como las causas más plausibles del siniestro—, las previsiones constitucionales del régimen prevén la celebración de elecciones presidenciales el día 28 de junio. Habida cuenta de que el régimen se encargó de excluir a los candidatos más aperturistas antes de las últimas presidenciales de abril de 2021, la gran incógnita en estos momentos es si el sucesor de Raisi será ultraconservador -como él- o conservador.
En la arquitectura de poder de la República Islámica la última palabra en los grandes asuntos de Estado, empezando por la estrategia en política exterior, no recae en el presidente sino en en el líder supremo, lo que, a pesar del golpe sufrido, garantiza la continuidad en los últimos años del ayatolá Ali Jamenei, que cumplió 85 años el pasado mes de abril. “En general, no veo que vayan a producirse cambios importantes ni crisis en la gestión del Estado con el nuevo presidente, que será conservador o ultraconservador”, augura a LA RAZÓN el profesor Raffaele Mauriello, docente en la Facultad de Literatura Persa y Lenguas Extranjeras de la Universidad Allameh Tabataba’i de Teherán.
“Con todo, habrá elecciones, que tienen importantes elementos republicanos y democráticos, lo que nos puede deparar sorpresas, y el relevo en la persona que se convierta en presidente puede también suponer cambios en detalles de la gestión y en política interior como la gestión de la seguridad”, precisa el experto italiano, que atiende a este medio desde Teherán. “Raisi fue un ultraconservador que hizo especial incidencia en las relaciones regionales y con Rusia, China y América Latina”, recuerda Mauriello, quien evoca el protagonismo del también malogrado ministro de Exteriores Amirabdollahian, “un experto en Oriente Medio que sabía árabe”.
Por su parte, el analista político hispano-iraní Daniel Bashandeh estima que, “si bien la Constitución consolida la ideología revolucionaria, la acción política la marca el líder supremo y las Guardias Revolucionarias. Por un lado, es el líder supremo es quien marca las directrices generales mientras que las Guardias Revolucionarias tienen como objetivo el de salvaguardar la revolución, tanto en el plano nacional como en el internacional”.
“Esta colaboración ha sido consolidada en el plano político, donde Jamenei, por una razón de supervivencia política, ha centrado la acción en la política exterior para disminuir el poder de las demás instituciones políticas, sobre todo, la de la presidencia y que queden bajo su supervisión final. De esta forma, debilita amenazas que puede suponer la figura presidencial y liga el futuro de la nación a los acontecimientos internacionales. Por ello, la presidencia al final es un ejecutor de la voluntad del líder supremo”, concluye para LA RAZÓN el especialista hispano-iraní.
El escenario regional surgido del 7 de octubre ha mostrado como nunca antes lo rocoso de la estrategia del régimen en el tapete de Oriente Medio, donde Teherán amplía su influencia a través de una pléyade de entidades proxy, desde Hizbulá en Líbano hasta los rebeldes hutíes en Yemen pasando por milicias chiitas en Irak y Siria y, aunque aparentemente distante en lo jerárquico e ideológico, también de Hamás en Gaza.
Lejos de estar aislado, Teherán tiene en Rusia y China dos fieles socios, y en los últimos tiempos ha reforzado sus relaciones con India, logrado el principio de la normalización con Arabia Saudí, otrora su gran competidor regional, y mejorado sus relaciones con Pakistán y Azerbaiyán. “Hacer que los intereses nacionales dependan de la supervivencia del régimen se vuelve legítimo y, por lo tanto, se busca evitar la fragmentación. El hecho de que Irán trace una política exterior con presencia en la región debe ser interpretada desde la lógica de la supervivencia: es una forma de disuasión política para que cualquier amenaza permanezca fuera de sus fronteras. Así se puede entender que Irán tenga presencia fuera de sus fronteras y sea pragmático en su acción política”, explica Bashandeh.
Con todo, la desaparición del presidente y el ministro de Exteriores ha puesto de relieve el hecho de que el régimen ha abierto ya la carrera por la sucesión al líder supremo, el ayatolá Jamenei, al que ha podido verse especialmente frágil en la celebración de los funerales esta semana. Una responsabilidad, la máxima en la arquitectura del sistema nacido de la Revolución de 1979, para la que el desparecido Raisi estuvo llamado. El siguiente test para el sistema será elevar la participación en los próximos comicios presidenciales, especialmente baja en la cita de hace tres años.
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