
China
Xi Jinping acude a conmemorar por primera vez el control chino de Tíbet
En plena pugna por el legado del Dalai Lama, el presidente chino participa en el 60º aniversario de la creación de la Región Autónoma
Lhasa, la ancestral capital del Tíbet, se blindó esta semana para recibir al presidente chino, Xi Jinping, quien emergió de su avión con una khata blanca al cuello, la bufanda ceremonial tibetana que evoca hospitalidad, pero que aquí destilaba un trasfondo de control político. Una multitud coreografiada, con rostros de distintos grupos étnicos, ondeaba banderas chinas en un despliegue de fervor meticulosamente ensayado. Se trata de su segunda visita a la región, esta vez para conmemorar el 60º aniversario de la Región Autónoma de Xizang, el nombre mandarín del Tíbet, un hito que evoca la anexión china de 1951. Frente al Palacio de Potala, el corazón espiritual del Tíbet reducido ahora a museo, unas 20.000 personas se congregaron este jueves en un desfile para exaltar el progreso económico, pero también para recibir la consigna de que el Tíbet es China, y cualquier atisbo de rebeldía será aplastado sin contemplaciones. Las pompas no fueron un simple acto protocolar, en un momento de crecientes tensiones sobre el futuro del budismo tibetano y el sucesor del actual líder espiritual en el exilio en la India, el XIV Dalai Lama.
Desde una plaza frente al Potala, la antigua residencia del Dalai Lama hasta su exilio en India en 1959, Xi exhortó a las autoridades a reforzar la hegemonía del Partido Comunista Chino (PCCh), impulsando el uso del mandarín y doblegando la fe tibetana a los preceptos socialistas. “Hemos forjado una sociedad próspera y moderna en todos los aspectos”, proclamó, según la agencia estatal Xinhua, celebrando los logros de Xizang mientras delineaba un futuro donde la lealtad al Partido eclipse cualquier otra devoción. Mucho más contundente fue Wang Huning, alto cargo del Partido Comunista,“los asuntos del Tíbet son asuntos internos de China, y ninguna fuerza externa tiene permitido interferir. Todos los intentos de dividir la patria y desestabilizar el Tíbet están condenados al fracaso,” sentenció.
El PCCh busca unificar a los 1.400 millones de chinos bajo una sola identidad, y la singularidad tibetana —su idioma, su fe, su historia— es vista como un obstáculo. Por eso, Xi insistió en moldear el budismo tibetano para que encaje en el engranaje socialista, con un foco especial en la sucesión del Dalai Lama, reverenciado como dios vivo por millones, pero demonizado por Pekín como un agitador separatista.
El desafío del Dalai Lama frente al control chino
Entretanto, se libra una pugna trascendental. El actual Dalai Lama, Tenzin Guasto, con noventa años recién cumplidos, proyecta una sombra larga desde su exilio en India, adonde llegó tras su huida de Lhasa, tras un levantamiento fallido contra el dominio chino. Su reciente declaración —que él mismo designará a su sucesor— ha desatado una confrontación con Pekín, un conflicto que trasciende lo político y se adentra en lo sagrado.
En julio pasado, mientras celebraba su cumpleaños en Dharamsala, el líder espiritual reafirmó su posición: el gobierno chino, declaradamente ateo, no tiene autoridad sobre las tradiciones milenarias del budismo tibetano. Anunció que no sería el último y que su sucesor se reencarnaría fuera del gigante asiatico, en el «mundo libre», y que «el proceso de reconocimiento» sería competencia exclusiva de su Oficina, la única «con autoridad para reconocer la futura reencarnación». Una declaración totalmente inaceptable para Pekín que, en un intento por apagar los impulsos autonomistas, reivindica haber heredado el derecho de elección original de la dinastía imperial Qing, que prevé tres pasos fundamentales: la búsqueda dentro de su territorio, la extracción de los nombres de la urna de oro y, sobre todo, la aprobación del gobierno central. Pekín, siempre alerta en su afán por moldear el relato de su frontera occidental, parece dispuesto a intervenir.
El origen de esta tensión se remonta a 1951, cuando las fuerzas comunistas afianzaron su control sobre el Tíbet tras su victoria en la guerra civil china. En 1965, la región fue designada oficialmente, un paso que consolidó la autoridad administrativa de Pekín. Pero conquistar el alma de los tibetanos ha sido una tarea más esquiva. Venerado por millones, el Lama sigue siendo una molestia constante, su influencia global un desafío directo a la visión de soberanía absoluta del PCCh.
El caso del Panchen Lama es un precedente amargo. En 1995, el premio Nobel de la Paz nombró a Gendün Chökyi Nyima, un niño de seis años, como el 11º Panchen Lama, la segunda autoridad del budismo tibetano. Días después, el menor y su familia se esfumaron, engullidos por el opaco engranaje chino. En su lugar, Pekín colocó a su propio candidato, un hombre al que muchos tibetanos desprecian como una marioneta sin legitimidad.
Este episodio no fue un hecho aislado, sino parte de una campaña más amplia para remodelar el paisaje espiritual del Tíbet. Monasterios han sido destruidos, monjes encarcelados y la práctica del budismo sometida a la vigilancia estatal, todo en aras de forjar una identidad nacional unificada bajo la bandera comunista. Sin embargo, la resistencia del Dalai Lama desafía este proyecto en su esencia. Para los tibetanos, la selección de su líder espiritual es un ritual impregnado de misticismo, guiado por visiones y señales que trascienden el poder terrenal.
El Tíbet como trofeo estratégico
El Tíbet no es solo un campo de batalla espiritual; es un enclave vital para los intereses de la segunda economía mundial. Apodado el “tercer polo” por sus glaciares, es la cuna de ríos que nutren a India, Nepal, Bután y Myanmar. Este control hídrico otorga a Pekín una ventaja geopolítica formidable. Además, Xizang sirve como un escudo contra India, un rival con lazos históricos en la región, especialmente tras la influencia británica en el siglo XIX y el apoyo inicial de India a los tibetanos tras su independencia en 1947. La visita de Xi coincidió con un viaje del canciller chino Wang Yi a India, donde ambas potencias buscan reparar lazos dañados por un choque fronterizo en 2020, pero el megaproyecto millonario hidroeléctrico en el río Yarlung Tsangpo, que afecta a India, sigue siendo un punto de fricción.
La anexión del Tíbet, formalizada tras la victoria comunista en la guerra civil china, respondió a tres necesidades: asegurar los recursos acuíferos, neutralizar la injerencia extranjera y forjar una identidad nacional unificada. Desde 1965, Pekín ha transformado el territorio con infraestructura de doble uso: carreteras y ferrocarriles que impulsan el comercio, pero también facilitan el despliegue militar. Estas obras han consolidado el control chino, pero a un costo cultural elevado.
✕
Accede a tu cuenta para comentar