Cita en China

Xi, Kim y Putin entre tecnología militar puntera, langosta y sueños de inmortalidad

Xi Jinping se lució como maestro de ceremonias en Pekín recibiendo al líder norcoreano Kim Jong Un para una cumbre bilateral que no se veía en casi seis años

El presidente de la República Popular China, Xi Jinping, se lució como maestro de ceremonias en Pekín, recibiendo ayer al líder norcoreano Kim Jong Un para una cumbre bilateral que no se veía en casi seis años, tras un banquete de lujo. Y, como si fuera poco, Vladimir Putin se sumó previamente a los eventos, entre ellos un colosal desfile militar que parecía sacado de una superproducción. Entre sonrisas, apretones de manos y manjares, el cónclave de Kim revitaliza una alianza forjada en las cenizas ideológicas de la posguerra, e ilumina las complejidades de una region donde las lealtades históricas se entretejen con las exigencias de un mundo multipolar en efervescencia.

El Gran Salón del pueblo fue testigo del esfuerzo deliberado del Reino Ermitaño por recalibrar su arquitectura de apoyos externos. Consciente de las asfixiantes sanciones que constriñen la economía norcoreana, kim busca un ancla de estabilidad económica y diplomática. Este paso, sin embargo, trasciende la mera supervivencia: apunta a posicionar a Pyongyang como actor astuto, capaz de diversificar sus dependencias estratégicas. La creciente gravitación hacia Moscú, intensificada por la prolongada contienda ucraniana, ha generado vulnerabilidades que Kim pretende mitigar al reavivar los lazos con Pekín, especialmente en un momento en que el conflicto en Europa del Este parece aproximarse a un punto de inflexión. Este giro táctico refleja la necesidad de apuntalar un régimen aislado, así como la ambición de preparar el terreno para una eventual reanudación de negociaciones con Washington, en un contexto donde la diplomacia nuclear sigue siendo eje de tensión regional.

El líder norcoreano persigue no solo inyecciones de capital y legitimidad diplomática, también un contrapeso a su alianza con Rusia, cuya solidez podría verse erosionada si la guerra en Ucrania deriva en un armisticio inestable. Esta diversificación es crucial en un escenario donde Pionyang ha intensificado sus pruebas balísticas y nucleares, desafiando el statu quo y obligando a Pekín a un delicado funambulismo: abogar por la paz mientras veta en la ONU nuevas penalizaciones que podrían desestabilizar a su vecino y generar un caos migratorio o una intervención occidental en sus umbrales.

Pero no todo es geopolítico, economía, equilibrios internacionales, la guerra en Ucrania o la unidad contra el «neonazismo moderno». Además de la fastuosa parada militar, la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, el trasiego de jefes de Estado en lo que parecía la gran gala de un Nuevo Orden Mundial, también una plática fascinante entre Xi, Putin y Kim está dejando huella por el tema tratado: la inmortalidad. Fue grabada por la televisión estatal china mientras estos encabezaban la procesión en la plaza de Tiananmen. Los intérpretes tradujeron la insólita charla, como «hoy en día, a los 70 años la gente sigue siendo joven». «En el pasado, la gente rara vez vivía más de 70 años, pero hoy en día, a los 70... sigues siendo un niño». Y entonces Putin intervino: «La biotecnología está en constante desarrollo; los órganos humanos se pueden trasplantar sin cesar. Cuanto más se vive, más joven se es; las personas pueden vivir más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad. Según las previsiones, los seres humanos podrían vivir hasta 150 años en este siglo». Y es que, parece que el jefe del Kremlin está obsesionado con la renovación celular y formas de prolongar la salud y la longevidad humanas.

Oscilaciones en la esfera diplomática y disonancias doctrinales

Desde su instauración en 1949, cuando ambas naciones, moldeadas por el ideario marxista-leninista posterior a la conflagración global de 1939-1945, formalizaron sus nexos diplomáticos, el vínculo entre la República Popular China y la República Popular Democrática de Corea ha constituido una red de afinidades estratégicas y divergencias operativas. En el transcurso de la contienda peninsular (1950-1953), Pekín extendió su apoyo al gobierno de Pyongyang, cristalizado en 1961 mediante un convenio de asistencia recíproca en materia defensiva, el único de esa naturaleza rubricado por la potencia asiática. Dicho instrumento, prorrogado en 2021, se contrapone al progresivo alineamiento de la capital norcoreana con Moscú, que ha atenuado las interacciones bilaterales en épocas contemporáneas.

A pesar de su proximidad territorial y convergencia ideológica, las conexiones han surcado etapas de disenso. Durante la década de 1960, las discrepancias acerca de la pureza del socialismo y el acento norcoreano en la autarquía (juche) engendraron fricciones, intensificadas en los ochenta por la aproximación comercial de China hacia Corea del Sur. El ensayo atómico de Pyongyang en 2006 representó un hito decisivo: la dirigencia china, tildándolo de "provocación flagrante" al orden mundial, avaló penalizaciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, endureciendo su orientación con disposiciones autónomas en 2017 contra el polémico arsenal misilístico y nuclear del vecino. No obstante, en 2018, frente a la imprevista cita entre Kim Jong Un y Donald Trump, Xi reajustó su táctica, recibiendo al mandatario norcoreano en suelo propio y efectuando una visita a la capital en 2019, la primera incursión de un jerarca chino desde 2005.

Entrelazamiento económico indispensable

La economía norcoreana, inmersa en un ostracismo comercial y estrangulada por restricciones globales, se sustenta en la segunda potencia económica como su principal contraparte mercantil, acaparando el 98% de sus intercambios en 2023. Pekín suministra auxilio humanitario, primordialmente víveres y combustibles, para paliar las periódicas catástrofes alimentarias, que en la década de 1990 segaron entre quinientas mil y tres millones de existencias, conforme a cálculos de analistas occidentales. Hacia finales del año precedente, la ONU estimó que unos once millones de habitantes norcoreanos sufren malnutrición, exacerbada por calamidades ambientales y el riguroso hermetismo durante la pandemia. En 2015, China promovió iniciativas de integración infraestructural, tales como una vía naval para la exportación de antracita norcoreana y un ferrocarril de gran velocidad entre Dandong y Shenyang, si bien el sellado limítrofe durante la crisis sanitaria obstaculizó tales progresos.

China aspira a un precario equilibrio en la península coreana. La preservación del statu quo es su precepto cardinal, procurando eludir el derrumbe del aparato kimista, susceptible de desequilibrar el entorno regional y comprometer su integridad soberana. Pyongyang, por su parte, opera como un amortiguador estratégico ante la República de Corea, confederada con Estados Unidos. Aunque Pekín propugna la eliminación de armamento atomico para conjurar una proliferación belicosa, su oposición a nuevas represalias de la ONU en 2022 denota un realismo que antepone la ascendencia a la compulsión. Adicionalmente, el liderazgo de Xi constriñe el éxodo de súbditos norcoreanos, devolviéndolos en medio de censuras globales por transgresiones a las prerrogativas fundamentales.

El convenio defensivo de 1961 impone a ambas entidades la obligación de otorgar socorro bélico en supuestos de incursión foránea, pero Pekín ha precisado que no se inmiscuiría si Pyongyang inicia hostilidades. La extensión del acuerdo en 2021 fue enaltecido por órganos de difusión norcoreanos como un bastión contra el "hegemonismo", aunque el fortalecimiento de lazos entre Kim y el Kremlin ha suscitado recelo en los chinos, que se abstienen de involucrarse en la contienda ucraniana para salvaguardar sus relaciones con el Viejo Continente.

En suma, el nexo sino-norcoreano configura un laberinto sofisticado de cálculo pragmático, adhesiones conceptuales y jugadas tácticas, en el cual Pekín modula su respaldo a Norcorea para resguardar sus objetivos en un panorama asiático en perpetua transformación. Esta dinámica refleja las vicisitudes de la Guerra Fría remanente en el Extremo Oriente, y también ilustra cómo las grandes potencias navegan entre lealtades históricas y exigencias contemporáneas de multipolaridad.

En un contexto donde la proliferación nuclear y rivalidades superpotenciales delinean el horizonte, China posiciona a Corea del Norte como un activo indispensable, aunque volátil, en su arquitectura de seguridad regional. La evolución de esta cooperación podría reconfigurar las alianzas en Asia-Pacífico, influyendo en la postura de Washington y sus aliados, mientras Pekín busca consolidar su hegemonía sin precipitar confrontaciones directas. Así, este delicado baile diplomático perdura como testimonio de la resiliencia ideológica en un orden internacional cada vez más fragmentado, donde el pragmatismo prevalece sobre dogmas obsoletos.