Independencia de Kosovo

Kosovo: Diez años de independencia fallida

Esta región de los Balcanes celebra la ruptura con Serbia sumida en la corrupción y la pobreza. Cinco miembros de la UE, incluida España, no la reconocen como Estado

Miles de albanokosovares celebraron la independencia de Kosovo en Pristina en 2008
Miles de albanokosovares celebraron la independencia de Kosovo en Pristina en 2008larazon

Esta región de los Balcanes celebra la ruptura con Serbia sumida en la corrupción y la pobreza. Cinco miembros de la UE, incluida España, no la reconocen como Estado.

Aún quedan en las calles de Pristina rastros de la nevada del día anterior. Es lunes por la mañana y un gélido frío invernal mantiene a la gente dentro de cafés y restaurantes. Nadie diría, paseando por el bulevar Madre Teresa, que hace menos de dos décadas Kosovo vivió uno de los episodios más cruentos de la historia europea reciente. El país más joven (y uno de los más pobres) de Europa, una de tantas heridas aún latentes en los Balcanes, celebra el sábado 17 de febrero su primera década como Estado independiente.

Desde finales de los años 90, la ex provincia serbia de mayoría albanesa ha transitado por un conflicto armado, la tutela de Naciones Unidas y la creación y consolidación de instituciones propias tras su declaración unilateral de independencia el 17 de febrero de 2008. A pesar de ser considerado por muchos países, entre ellos España, como un peligroso precedente, Kosovo ha logrado el respaldo de buena parte de la comunidad internacional, pero su joven población –algo más del 50% de un total de 1,8 millones son menores de 25 años– sigue sin poder viajar libremente por el mundo y está atrapada en un país con un desempleo cercano al 33% y una clase política sumida en la corrupción.

Aunque son casos diametralmente opuestos, Kosovo es utilizado por algunas figuras soberanistas catalanas como ejemplo o justificante. Más allá de la declaración unilateral de independencia, el clima de persecución que vivieron los albanokosovares en el conflicto armado a finales de los 90, con más de 13.000 muertos (3.000 del lado serbio) y cerca de 900.000 desplazados, nada tiene que ver con la larga historia de autogobierno y autonomía de Cataluña.

A escasos minutos de la plaza Skanderbeg, héroe del pueblo albanés y libertador del yugo otomano a finales de la Edad Media, se encuentran las oficinas de la presidencia. Hashim Thaçi, actual presidente del Estado balcánico, recibe a LA RAZÓN en su despacho, decorado con retratos de ex presidentes, el texto de la declaraci de independencia kosovar y una foto del político y ex guerrillero estrechando la mano del Papa Francisco. Thaçi se muestra tajante: «Kosovo no es Cataluña, de la misma manera que España no es Serbia y que Rajoy no tiene nada que ver con el autoritarismo de Slobodan Milosevic». «Kosovo respeta la integridad territorial de España y tiene la misma postura que la Unión Europea sobre este asunto», zanja el mandatario. «Nuestro pueblo sigue muy agradecido por la labor que hizo España en Kosovo en misiones civiles y militares», añade, antes de afirmar de que «es el momento de que España reconozca Kosovo».

«Somos un Estado consolidado, contamos con el reconocimiento de 115 países y formamos parte de numerosas organizaciones internacionales», reitera Thaçi, «pero necesitamos mejorar el nivel de vida de nuestros ciudadanos, las cifras económicas y crear empleo». Apodado «La Serpiente» durante su época en las filas del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK, por sus siglas en albanés), la guerrilla que protagonizó la lucha contra las tropas serbias, Thaçi irrumpió en la política tras la guerra. Señalado en 2010 por el Consejo de Europa como el máximo responsable de una red de tráfico de personas y órganos, el presidente niega cualquier acusación y reitera su compromiso con la nueva Corte Especial encargada de investigar los crímenes de la UÇK establecida el año pasado en La Haya. «Es un momento histórico para la justicia en Kosovo y un paso más para preservar a nuestros principales socios europeos, de Estados Unidos y la OTAN», asegura el mandatario.

Al igual que Thaçi, el actual primer ministro, Ramush Haradinaj, también ex guerrillero, está acusado de crímenes de guerra. En su caso, además, pesa una orden internacional de arresto emitida por Serbia que le dificulta viajar libremente. Ambos son el claro ejemplo de una élite política ampliamente criticada por toda una generación de jóvenes sin oportunidades que cada año abandona el país en busca de mejores condiciones de vida. «El presidente Thaçi se ha convertido en una de las personas más ricas del país mientras el paro aumenta y la economía se deteriora; esto hace que nuestros jóvenes tengan poca fe en la clase política», critica Fitore Pacolli, diputada y jefa del comité de política exterior de Vetëvendosje («Autodeterminación», en albanés), principal partido de la oposición, socialdemócrata.

Aunque fuentes oficiales señalan un crecimiento por encima del 4% durante los últimos años y una disminución del desempleo, la realidad dista mucho de ser idílica. Mientras casi un tercio de la población vive en la pobreza, la mayoría de las familias no podrían sobrevivir sin las remesas que envían sus parientes desde el extranjero. Las estimaciones oficiales hablan de unos 340.000 kosovares viviendo fuera del país que contribuyen con cerca de 1.000 millones de euros anuales a la economía del país.

Alrededor de un tercio de los kosovares están en paro, número que asciende hasta cerca del 60% entre los jóvenes. «El país es rehén de la élite política que ha gobernado Kosovo desde la independencia», asegura Shpend Kursani, politólogo e investigador en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. A este desencanto institucional se une el recelo a la influencia de actores internacionales en el país. «La UE presenta constantemente informes sobre la situación de Kosovo que dicen que estamos progresando, pero, ¿de qué progreso estamos hablando? Ningún ciudadano puede verlo, sólo existe sobre el papel», manifiesta preocupada Pacolli.

La crisis de representación política en el país balcánico se nutre de la inestabilidad económica y de la imposibilidad de esta élite política de mejorar las perspectivas de sus ciudadanos. «En Kosovo, como en muchos otros países, hay una crisis de identidad institucional. Veo a Thaçi como presidente, pero no es mi presidente, ni él ni nadie del Gobierno. Por eso voto a Vetëvendosje con la esperanza de que las cosas cambien», asegura Gent Zeqiri, uno de los pocos jóvenes kosovares que han tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero. En un país donde el salario medio ronda los 400 euros, «solicitar un visado cuesta 175 euros, aunque después no te lo concedan», explica Zeqiri.

Otro de los grandes problemas de Kosovo es la corrupción generalizada y el crimen organizado. El poder judicial es constantemente señalado como susceptible a influencias políticas. La lucha contra estas irregularidades es esencial en el proceso de liberalización de visados. En este asunto, Thaçi eleva el tono por primera vez durante la entrevista. «La UE ha exhibido una doble moral con los estándares que ha exigido a los países de la zona y los que ha requerido al nuestro. Europa tiene que dejar de tratar a los kosovares como ciudadanos de segunda y dejar que viajemos libremente».

Las políticas domésticas en el proceso de construcción nacional se entremezclan con intereses extranjeros e incluso con el arbitraje de terceros países u organizaciones internacionales. La integración entre la comunidad albanesa (alrededor del 90%) y la serbia (alrededor un 8%, pero especialmente presentes en el norte) es un punto clave en la normalización de relaciones con Belgrado. El diálogo entre Serbia y su ex provincia, respaldado por la UE, se encuentra estancado. «Por un lado tenemos a una Europa ambigua, que no quiere enfadar a nadie y quiere que todas las partes sean felices, una utopía. El otro actor es Serbia, que a toda costa quiere ser miembro de la UE, y, por último, tenemos a Kosovo, que cometió un grave error al llegar a la mesa de conversaciones con un único objetivo: el reconocimiento por parte de Serbia», asegura Kursani. Una vez estabilizada la región tras el infierno de finales de los años 90, Bruselas se encuentra ante la paradoja de interceder para que Serbia reconozca a un Estado que cinco de sus miembros (España, Rumanía, Eslovaquia, Grecia y Chipre) aún no han aceptado como tal.

Apoyo internacional

La construcción de un Estado apoyado en actores internacionales forma parte de la edificación de naciones devastadas por la guerra. Muchos, como Kursani, acusan a estos actores de mantener tácitamente a la élite política kosovar en el poder. «A través de sus embajadas, EE UU y, en menor medida, Reino Unido, Francia y Alemania, proporcionan un apoyo encubierto y sutil a determinadas candidaturas políticas; sólo de esta manera se puede explicar que el partido del presidente estuviera los últimos 11 años en el gobierno», asegura Kursani. La lista de países con intereses en Kosovo tiene a la cabeza a EE UU, cuya bandera puede verse por el país en semejante proporción a la nacional. Al fin y al cabo, Bill Clinton, que goza de una estatua en Pristina y un bulevar con su nombre, fue uno de los garantes del bombardeo de la OTAN sobre Serbia, acción determinante para el final del conflicto con Kosovo, pero con un alto coste de civiles. Las embajadas de estos países, concluye el politólogo, «tienen una cantidad increíble de poder y cualquier debate informal se zanja con un ‘hay que escuchar lo que dicen, ellos nos liberaron’».

La primera década de vida de Kosovo presenta múltiples desafíos a una población que, con la guerra en el recuerdo, pero superados sus traumas, se encuentra atrapada ante un futuro incierto. En los bares y cafés de Pristina se respira un aire con ansias de renovación. Ahora es el turno de la ciudadanía más joven de Europa de devolver algo de esperanza a uno de los rincones más olvidados del continente.