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La Casa Blanca pone los cimientos del «America first»

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La Casa Blanca pone los cimientos del «America first»larazon

Aunque son escasas las leyes de gran calado aprobadas en su primer año, Trump no renuncia a construir el polémico muro con México, a derogar el Obamacare ni a frenar la llegada de inmigrantes.

El primer año de Donald Trump al frente de la Casa Blanca se puede resumir en diez pilares en los que se sustenta su peculiar estilo de gobernar.

1. El muro y los inmigrantes

Durante unos días de la pasada semana pareció posible alcanzar un acuerdo para salvar el DACA (por Deferred Action for Chilhood Arrivals), el programa instaurado para evitar la expulsión de los menores y jóvenes que llegaron a EE UU como ilegales y que han hecho la práctica totalidad de sus vidas en el país. Pero las incendiarias declaraciones del presidente durante su reunión con los congresistas republicanos y demócratas, en las que habría llegado a definir a ciertos países como «lugares de mierda», descarrilaron cualquier pretensión de pacto. De fondo, claro, la contrapartida exigida por el presidente. No menos de 18.000 millones de dólares para la construcción del muro en la frontera, gran promesa electoral durante las elecciones de 2016, más otros 11.000 millones suplementarios para contratar nuevos agentes de fronteras y, en general, fortalecer una demarcación que él, y buena parte de sus votantes, consideran clave. Se estima que, de encallar definitivamente el DACA, 1.000 menores al día perderán su condición de residentes legales.

2. La amenaza del «Rusiagate»

Resulta imposible olvidar las llamadas de Donald Trump a los «hackers» rusos, si estaban escuchando, durante la campaña electoral del 2016. Les pedía nada menos que robaran y aireasen los polémicos emails de su rival, Hillary Clinton. Nunca hasta entonces un candidato a la presidencia había tenido el cuajo de alentar la acción de los servicios secretos de una potencia extranjera contra una ciudadana de EE UU. Aquella actitud, pero sobre todo la sospecha de que parte de su campaña, o al menos personas situadas en puestos claves, habría podido colaborar con los rusos, propició un incendio que, primero, devoraría al entonces director del FBI, James Comey, y que finalmente acabaría por desembocar en una investigación liderada por un fiscal especial, Robert Mueller. Michael Flynn, ex consejero de Seguridad Nacional, y Paul Manafort, ex jefe de campaña, se encuentran entre las víctimas más evidentes de una investigación que podría cerrarse en las próximas semanas con consecuencias imprevisibles.

3. Corea del Norte

Imposible a estas alturas resumir el vertiginoso juego de guerra, o mejor guerra fría, entre la dictadura acaudillada por Kim Jong Un y un Trump mercurial. El primero ha probado con éxito varios proyectiles nucleares, cada vez más potentes, y los expertos coindicen en que podría estar muy cerca, quizá a menos de un año, de disponer de la tecnología necesaria para dirigir un misil contra el territorio continental de EE UU. El problema, obvio, es cómo responder a las provocaciones de una satrapía que parece muy dispuesta a hundirse mientras arrastra con ello tanto a Corea del Sur como a Japón. Poseedora de un Ejército con los cañones enfilados hacia Seul y un siniestro arsenal de armas químicas, nucleares y bactereológicas, Corea del Norte se cierne como un adversario tan formidable como impredecible. Contará, y mucho, la estrategia de la Casa Blanca con China, a la que trata de convencer para que presione definitivamente a su inquietante aliado.

4. Histórica reforma fiscal

Seguidor de los demócratas durante años, como buen empresario hijo de la siempre liberal Nueva York, costaba creer en las promesas «reaganianas» de Trump. Esos mensajes a bajar los impuestos, que parecían más cercanos al ideario del Tea Party que a sus auténticas convicciones, sonaban a marketing. Todavía más en el contexto de un país acuciado por la deuda pública y el déficit galopante. Pero llegó la hora de sacar adelante una reforma legislativa y Trump dejó mudos a quienes dudaban de sus credenciales. Lo hizo con una histórico rebaja fiscal, aprobada por el Senado el pasado diciembre, y que supondrá un recorte de impuestos para las empresas de más de mil millones de dólares anuales. Los demócratas, por su lado, lo acusan de poner en peligro la estabilidad de las arcas públicas y de disparar peligrosamente el déficit.

5. Adiós al multilateralismo

Otro de los compromisos cumplidos del magnate es la puesta en marcha de la política aislacionista. Trump demoniza los tratados de libre comercio como causas del declive de la industra americana y de su clase media. Así que poco después de tomar posesión firmó un decreto para salir del Tratado Transpacífico (TPP), dejando a China como gran actor comercial en la zona. Las negociaciones para lograr un acuerdo comercial con la UE se han ralentizado y las del NAFTA, con México y Canadá, actualmente en curso, corren el riesgo de descarrilar. Por algo su lema de campaña era «América primero». El otro aldabonozo fue la retirada del Acuerdo de París para luchar contra el cambio climático que, a juicio de Trump, es un invento de los chinos para restar competitividad a la industria americana.

6. Más músculo militar

La doctrina de defensa de la era Trump pasa por aumentar el gasto en seguridad en 54.000 millones de dólares. El equipo del presidente presentó en marzo un borrador de presupuesto «para volver a ganar guerras». Su apuesta por modernizar el arsenal nuclear es firme y su confianza en los tratados de desarme, como el New Start firmado con Rusia poco antes del final de la Guerra Fría, es más bien escasa. Aunque reniega del tradicional intervencionismo exterior y se ha quitado el traje de gendarme mundial, el inquilino del Despacho Oval ha apostado por engrasar la industria bélica. «Espero que no tengamos que utilizarlo, pero nadie se va a meter con nosotros», ha asegurado el presidente, siempre orgulloso de los multimillonarios contratos para la venta de armas que firma en sus viajes al exterior.

7. La sombra del racismo

Aunque son casi incontables los charcos sulfúricos en los que ha nadado, ninguno tan espectacular, polémico y peligroso como cuando tardó más de 48 horas en condenar las manifestaciones nazis de agosto. Sí, acabó por decir que «el racismo es maligno, y aquellos que causan violencia en su nombre son criminales y matones, incluyendo al KKK, los neonazis, los supremacistas blancos y otros grupos de odio, repugnantes para cuanto amamos como estadounidenses». Pero entre medias había muerto asesinada una víctima de esos grupos racistas, Heather Hayer, y el escándalo por la actitud presidencial fue mayúsculo. Desde entonces, y hasta ayer mismo, otros fuegos retuvieron la atención del público. Pero siempre estuvo, y sigue, la sombra o sospecha del racismo. Lo atestigua el lío más reciente y salvaje, con un Trump que, presuntamente, habría insultado a varios países de África y al vecino Haití.

8. «Esa prensa deshonesta»

La relación de Trump con la Prensa resulta inquietante. Son incontables las ocasiones en las que ha acusado a los medios tradicionales, y especialmente al «Washington Post», la CNN, la NBC y el «New York Times», sus bestias negras, de actuar para perjudicarle. Llegó a pedir en Twitter que el Congreso los investigue, dijo, por inventar y difundir noticias falsas. Pero que nadie olvide que, antes que en los platós políticos, Trump forjó sus armas en los programas de telerralidad y domina sus códigos como muy pocos. Los medios vivieron días de audiencias disparadas gracia a la atención casi obsesiva que le dedicaron durante la campaña. Nadie ha hecho más por desacreditarlos y, a la vez, nadie ha engordado más sus maltrechas economías que Trump. Alguien que odia a los periodistas al tiempo que muere por sus atenciones, caricias y titulares.

9. Obamacare, el obstáculo

«Nadie imaginaba que lo de la atención sanitaria fuera tan complicado». Palabra de un Trump incrédulo y deprimido. Incapaz de entender por qué costaba tanto enterrar el Obamacare. Lo más devastador para su moral y, de paso, para la imagen del partido, la tozuda negativa de tres senadores republicanos, y entre ellos su archinenemigo John McCain, a apoyar el plan del Senado. Aquel gesto de McCain, con el pulgar extendido hacia abajo, sentenciaba los esfuerzos por derogar la ley más vilipendiada por el presidente. No pudo ser. No hubo forma de concitar los recortes a los que aspiraba el sector más próximo al Tea Party, con las pretensiones de los republicanos, digamos, moderados, partidarios de reformar el Obamacare, pero no, en absoluto, de dinamitarlo. Como contrapartida, Trump ha firmado órdenes que, teóricamente, fomentarían una mayor competencia entre las aseguradoras y, al mismo tiempo, anuncia recortes en las ayudas para adquirir seguro a las rentas más bajas. Es decir, si no puedes con Obamacare y tampoco encuentras plan alternativo, procede a su demolición por partes.

10. El contrapeso de los jueces

El sistema judicial ha sido quizá el gran contrapoder de esta presidencia, sobre todo en lo tocante a seguridad e inmigración. Los jueces frenaron el veto de entrada a EE UU a ciudadanos de varios países de mayoría musulmana. «Esto demuestra lo roto que está nuestro sistema de justicia y lo injusto que es», lamentó el presidente. Al mismo tiempo, Trump se aseguró que la balanza ideológica del todopoderoso Tribunal Supremo estadounidense se inclinara hacia el conservadurismo con la elección de Neil Gorsuch como juez vitalicio. Además, batió dos récords, al nominar a 43 candidatos judiciales y lograr la confirmación en el Senado de 12 magistrados de los tribunales de apelaciones.