Seúl

La decepción que siguió a la euforia

Desertores y surcoreanos albergan pocas esperanzas tras la reunión entre Kim y Moon. Tras muchos años de hostilidad, descartan la reunificación.

Ssoonie Kim, de 45 años, abraza un periódico con la portada dedicada a la histórica cumbre intercoreana del viernes
Ssoonie Kim, de 45 años, abraza un periódico con la portada dedicada a la histórica cumbre intercoreana del vierneslarazon

Desertores y surcoreanos albergan pocas esperanzas tras la reunión entre Kim y Moon. Tras muchos años de hostilidad, descartan la reunificación.

A falta de ver en qué medidas concretas se traduce, el encuentro que el viernes mantuvieron el presidente surcoreano, Moon Jae In, y el líder norcoreano, Kim Jong Un, dejó un gran sabor de boca a todos los implicados. Los medios internacionales se hicieron eco ayer de una reunión que abrió la puerta a la desnuclearización y a la paz. Incluso dentro de las fronteras de Corea del Norte, los periodistas del régimen que habitualmente tardan días en compartir una actualidad que a veces ignoran, se encargaron de contar a sus ciudadanos los compromisos y hazañas de su líder supremo como «un logro inmortal que quedará grabado con brillo en la historia de la unificación de la nación coreana». Un asunto, el de la reunificación, que aún parece muy lejano de materializarse.

El día después de esta histórica reunión sirvió para digerir los acuerdos alcanzados y analizar su viabilidad, algo para lo que, coinciden expertos y ciudadanos, se debe esperar al próximo encuentro entre Kim y el presidente de EE UU, Donald Trump. Pese a que las dos anteriores cumbres intercoreanas terminaron en fracaso, la declaración conjunta que ambos países firmaron en esta ocasión volvió a abrir la puerta a la esperanza de una única Corea para miles de miembros de las familias que la guerra de Corea separó entre el Norte y el Sur –se calcula que fueron alrededor de diez millones, aunque en la actualidad quedan unas 140.000–, y de desertores que no han podido volver a pisar su lugar de origen desde que huyeron.

Ése es el caso de Grace Jo, una desertora que contiene su optimismo y observa los acontecimientos con cautela. «Todavía no puedo ver un resultado bueno y positivo de esta reunión», aseguró a LA RAZÓN esta joven que en la actualidad reside en EE UU y para la que todos los mandatarios involucrados están tratando de sacar provecho. Conocedora de la situación, su realismo no puede evitar chocar con sus sentimientos de querer volver a una tierra en paz, a una Corea única. «Me gustaría ver la reunificación de las dos Coreas», manifestó esta norcoreana-americana cuya voz representa a la de cientos que como ella huyeron durante años de la tiranía de tres generaciones de líderes de la misma familia.

La infancia de Grace pasó de largo, pero su historia, como denuncia la joven de 26 años, quedará como una más entre millones y millones. Con tan sólo cinco años y medio, todo su universo giraba en torno a qué llevarse a la boca. Su familia la había convencido de que comiera todo lo que pudiera encontrar, así que ella, enferma y débil, obedecía. En una ocasión, su abuela encontró cinco ratones recién nacidos, se los cocinó y ella se los comió.

Nacida en 1991, le tocó vivir la hambruna que en los 90 acabó con la vida de entre uno y dos millones de norcoreanos, una tragedia resultado de las políticas del líder de entonces, Kim Jong Il, padre del actual dictador. De su familia cercana sólo le quedan su madre y su hermana –ambas viven con ella en EE UU–. Su abuela y sus hermanos murieron de inanición, y su padre, arrestado tras escapar a China en busca de provisiones con las que alimentar a sus vástagos, falleció de camino a prisión víctima de las torturas de los oficiales de su propio país.

De aquella época únicamente le quedan amargos recuerdos. Ni siquiera una foto de familia con la que honrar la memoria de sus hermanos, algo demasiado peligroso si en su huida era interceptada. A lo largo de una década, Grace salió del país comunista en tres ocasiones cruzando el río a nado para una vez en suelo chino, esconderse y malvivir evitando chivatazos o que las autoridades le dieran captura y la devolvieran a la tiranía. En su tercer intento, logró por fin escapar de las garras del régimen.

«El viaje de mi familia hasta encontrar la libertad duró diez años. No fue hasta que nos asentamos en EE UU cuando sentí que finalmente estaba a salvo», recuerda. Con su relato, Grace pretende compartir las dificultades sufridas por los desertores norcoreanos y hacer un llamamiento a las sociedades democráticas para ayudarles a adaptarse a una vida sin miedo y en libertad de la que fueron privados en su país de origen. Desde que en 1953 se firmó el armisticio entre los dos lados del Paralelo 38, más de 30.000 norcoreanos han logrado desertar al país vecino, aunque desde la llegada del actual líder y de sus órdenes de reforzar las fronteras y tirar a matar, el número ha disminuido considerablemente.

Para todos ellos, el acercamiento entre las dos Coreas es una oportunidad única de poder reunirse con sus seres queridos –si es que todavía viven– y volver a su tierra natal. Por eso, estos colectivos continúan buscando la reunificación como una posibilidad real, algo que, por el contrario, los expertos ven cada vez más lejano. Es más factible que se firme la paz en la Península y se busquen otras formas de convivencia, como un estado federado, como apuntan algunos. «La reunificación no está en el programa de ninguno de los gobiernos. Hay muchos otros problemas y asuntos urgentes a debatir que no dejan espacio para la reunificación. Corea del Norte es un estado real, con un régimen que nunca aceptará rendirse y reunificar la península bajo la bandera del Sur», afirma a este diario la experta María Rosaria Coduti.

A todo esto hay que sumar la voluntad del pueblo surcoreano, en el que mientras las viejas generaciones abogan por la unidad, los más jóvenes no le encuentran el sentido a convivir con un régimen del que saben muy poco y del que sólo han recibido amenazas. Una actitud que ya se mostró en los Juegos Olímpicos de Invierno, cuando la juventud protestó por la inclusión de jugadoras norcoreanas en el equipo de hockey femenino y por hacerles desfilar bajo la misma bandera, una enseña de fondo blanco con la silueta de la península en azul claro que estos días luce por numerosos puntos del país como muestra de su deseo de paz y reunificación.

«A diferencia de los mayores de 60 años, que aún comparten un sentimiento de identidad nacional con los norcoreanos, muchos de entre 20 y 30 años simplemente perciben a Corea del Norte como un ''enemigo'' o un ''extraño''», reflejaba un estudio publicado recientemente por el Instituto Asiático de Estudios Políticos, con sede en Seúl. «Muchos veinteañeros son indiferentes a la unificación y no la consideran un asunto urgente», explican.

Yuhrih Park, surcoreana de 24 años afincada en Hong Kong, indica a LA RAZÓN cómo desde este 2018 se había comenzado a interesar por la política de su país. «No esperamos la reunificación, sólo un tratado de paz, la reunificación queda muy lejos», manifestó. Esta joven anhela volver en un futuro a un país en paz y relató cómo sus padres contaban los días para el encuentro mientras sus amigos observaban los acontecimientos con mayor distancia. Entre otras razones, por la falta de conocimiento sobre el Norte y por unos datos económicos que escuecen. Las estimaciones sobre el coste de la reunificación llegan hasta los 5.000 millones de dólares, un importe que recaería casi por completo en Corea del Sur. Con este panorama, queda por ver cómo se van dando pequeños pasos para curar las heridas de una guerra que durante 65 años ha separado a familias completas. La comunión de éstas dependerá de que se empiecen a cumplir los acuerdos. Uno de ellos, el próximo encuentro entre familiares en la aldea de la Paz de Panmunjom.