Guerra en Siria
La difusa línea roja
«Hemos sido muy claros con el régimen de Asad. Nuestra línea roja está en el uso o el despliegue de armas químicas». Barack Obama nunca pensó que esta frase que pronunció hace un año podría convertirse en su condena. Ahora, rivales políticos y compañeros ideológicos la emplean contra él como arma arrojadiza, exigiéndole que por una vez cumpla su palabra y reaccione al ataque químico del pasado día 21 agosto.
Por un lado los republicanos, encabezados por el senador y ex candidato presidencial John McCain, llevan meses exigiendo a Obama que intervenga en Siria y defienda los intereses estadounidenses en Oriente Medio. Pero además, para los conservadores la intervención debe ser «low cost», porque el presupuesto de EE UU no puede permitirse un aumento del techo de gasto. Por otro lado, los aliados europeos, Francia y Reino Unido, ya han comenzado a tocar los tambores de guerra para intentar arrastrar a EE UU. Curiosamente, las mismas potencias que en 1916 dibujaron las fronteras que han provocado casi todos los conflictos de Oriente Medio quieren ahora volver a intervenir. Por último, los activistas en favor de los derechos humanos reclaman a EE UU que ataque amparándose en la llamada R2P o «responsabilidad para proteger». Según esta doctrina auspiciada por Naciones Unidas, la soberanía no es un derecho de los estados sino una responsabilidad que, cuando no es respetada, como ocurre en el caso de Asad, la comunidad internacional debe responder.
A pesar de todo, el presidente sigue mostrándose reacio a intervenir. El aspecto económico continua pesando de forma decisiva en cualquier decisión política en el país, y una guerra, por breve y limitada que sea, tendría un coste muy elevado para el erario público estadounidense. Además, el riesgo estratégico es elevado porque un excesivo castigo a Damasco podría inclinar la balanza a favor de los grupos vinculados a Al Qaeda. Sin embargo, es el lado psicológico de una nueva guerra lo que más frena a Obama. EE UU sigue condicionado por el «síndrome de Irak», el miedo a entrar en una guerra de la que pueden no salir en diez años. Por esto, la invasión terrestre –la opción más eficaz para evitar que las armas químicas caigan en manos de los terroristas– está totalmente descartada. Asimismo, la opinión pública estadounidense no se muestra muy a favor de la intervención. Según revelaba esta semana el «Washington Post», tan sólo el 25% apoyaría la guerra si se llegara a demostrar que Asad estuvo tras el ataque químico.
Sea cual sea su respuesta, Obama puede tener en el conflicto sirio una oportunidad para dejar clara su posición estratégica en Oriente Medio. La decisión que adopte podría poner punto y final a la indecisa política exterior que mantiene su administración en la zona desde la llamada «Primavera Árabe». También podría confirmar si el Gobierno estadounidense quiere seguir siendo una potencia relevante en la región, como lo ha sido tradicionalmente o, por el contrario, prefiere aislarse en Washington hasta que amaine el temporal de la crisis económica.
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