Venezuela
La economía se hunde, la represión crece
El país se ahoga en la crisis política y la inflación podría llegar al cien por cien, la más alta del planeta
Transición o no transición, esa es la cuestión en Venezuela. En medio de una grave crisis social y económica, la palabra cambio levanta ampollas entre el oficialismo. Una palabra prohibida que ha convertido en herejes a quienes osan pronunciarla. Pero lejos del susurro, el grito se hace fuerte, y es que el mayor pecado del Gobierno chavista en estos 16 años ha sido dejar crecer el odio entre hermanos.
De nuevo ayer el país vivió en sus calles la polarización, un círculo vicioso que se repite de manera cíclica durante la era chavista. Por su parte el presidente Nicolás Maduro invitó al pueblo, a movimientos sociales, a consejos comunales y a estudiantes a la gran marcha antiimperialista que se celebró en Caracas. Del otro lado, en San Cristóbal –Estado de Táchira–, se celebró una movilización por la vida, el respeto y contra los asesinatos. Los padres de Kluiverth Roa Núñez, el niño asesinado esta semana por un funcionario de la Policía Nacional, que reprimía una protesta pacífica encabezaron la marcha. A ella también asistieron líderes estudiantiles, integrantes de la Mesa de la Unidad Democrática –que aglutina a los partidos de la oposición– y la sociedad civil, en un intento de mostrar unidad. Kluivert fue el último de los 44 muertos que se han cobrado las protestas, un adolescente convertido en mártir a balazos.
La violencia se ha convertido en uno de los cuatro jinetes del apocalipsis que cabalga sobre Venezuela. Con una tasa estimada de 82 asesinatos por cada 100.000 habitantes, Venezuela cerraba 2014 en el segundo puesto de la clasificación mundial de homicidios, sólo por detrás de Honduras. El sociólogo Roberto Briceño León afirmaba: «Este fallo de la justicia nos convirtió en un país agobiado por la impunidad, donde el crimen no se castiga. Lo más dramático es que estos crímenes sin castigo mandan un mensaje muy peligroso a los jóvenes –que ya están al borde de la violencia–, les dice que si matan muy probablemente el delito quedará impune». Briceño León añade que de este gran total de homicidios registrados durante los últimos catorce años, las autoridades policiales solamente han detenido a 15 mil personas, lo que da una base para calcular los porcentajes de impunidad. El 97% de los delitos queda sin castigo.
Este cóctel mortal de impunidad, falta de valores y corrupción policial estalla en las protestas, que con la consigna de «tomemos las calles» hace tiempo que los «rojillos» tenían dominadas las principales arterias de Caracas. El Gobierno ha optado por la represión, unas veces policial y otras, paramilitar. Los llamados «motorizados», la caballería armada de las milicias civiles se han convertido en una lanza de ataque contra los jóvenes, pero también en un quebradero de cabeza para el propio Maduro, incapaz de controlarlos y «alimentarlos». Ante el vacío de poder muchos han optado por montar grupos delictivos que actúan con impunidad. La camiseta roja con la sonrisa de Chávez estampada es su armadura.
La «caza de brujas» también se extendió a la oposición. El dirigente de Voluntad Popular, Leopoldo López, lleva más de un año apresado sin pruebas, y como compañeros de celda tiene a otros tres alcaldes opositores. El último en entrar en la prisión de Ramo Verde fue el de Caracas, Antonio Ledezma, y los próximos en la lista: el diputado Julio Borges –a quien la Asamblea ya ha iniciado el proceso para retirarle los fueros– y la líder de Vente Venezuela, Marina Corina Machado, expulsada del hemiciclo por viajar a Panamá y pronunciarse. «En Venezuela, toda persona que piensa diferente está en la lista de los conspiradores», comenta Borges.
Pacto de transición
Pero el verdadero delito por el que son perseguidos Ledezma, López y Machado es el de suscribir un comunicado en el que llaman a los venezolanos a un «Acuerdo Nacional para la Transición» en paz y, para ello, proponen un programa basado en tres agendas: político-institucional, social y económica. Tanto los funcionarios como el propio presidente venezolano han denunciado conatos de golpe de Estado y planes desestabilizadores por parte de los sectores de la derecha venezolana, apoyada por EE UU. Pero el mandatario tiene razones para estar intranquilo, ya que desde que gobierna ha estado rodeado de lobos, una manada comandada por el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Según una investigación de la Administración para el Control de Drogas –DEA–, Cabello sería el jefe del cartel de Los Soles, llamado así porque lo integrarían generales del alto mando gubernamental. Todo indica que mientras les permitan seguir con sus negocios estarán tranquilos, pero la tregua podría romperse.
Maduro se encuentra debilitado sin capacidad de maniobra ante el colapso de la renta petrolera. Con el barril del petróleo por debajo de los 50 dólares, el país podría caer en bancarrota en 2015 y algunos presupuestos de sus Misiones –planes sociales– se han recortado hasta un 80%. De hecho un estudio del Deutsche Bank dice que Venezuela necesita un barril de US$140 para cumplir con su presupuesto y financiar su déficit fiscal. La economía nacional depende del petróleo, pues el 95% de los dólares que entran al país viene de la exportación petrolera.
En consecuencia, el país atraviesa por un recrudecimiento de su crisis de desabastecimiento que está llevando a los venezolanos a pasar más de ocho horas diarias en las afueras de los supermercados. Por primera vez se han empezado a ver escenas de tensión en las colas y consignas contra el Gobierno por parte de las clases más pobres –el grueso de su electorado–. Además, con el país en recesión, la inflación sigue en aumento. La agencia Standard & Poor’s señaló que la economía de Venezuela podría contraerse hasta un 7% en 2015 y la inflación llegaría al 100%, la más alta del planeta.
Esta situación está generando a Maduro mayores dificultades para controlar las distintas facciones del chavismo, algunas de las cuales ya podrían estar maniobrando para destituirle. Aunque todavía le quedan cuatro años de Gobierno, la amenaza de un golpe de Estado o un referendo revocatorio podría truncar sus sueños de grandeza. Buena parte de su futuro se decidirá en las próximas elecciones parlamentarias que se celebrarán este año, aunque sospechosamente, todavía no tienen fecha.
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