Muere Thatcher

La mujer antideclive

La mayor amenaza de Gran Bretaña era un sector público sindicalizado al que presentó batalla

La Razón
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El predecesor de Thatcher como primer ministro, el amistoso pero olvidado Sunny Jim Callaghan, confió en una ocasión a un amigo que pensaba que el declive de Gran Bretaña era irreversible, y que la labor del Gobierno británico consistía en poner la mejor cara posible a ese declive. Hacia 1979, hasta ese objetivo tan modesto parecía más allá de la capacidad de la clase política británica, y el país recurrió a una dama que era uno de los pocos afiliados del partido supuestamente conservador que no compartía las tesis de Callaghan. Ella invirtió ese declive en un vuelco, dentro del país y en el extranjero. La Guerra de las Malvinas, ilógica a nivel nacional y en sí misma, tuvo un enorme impacto global: después de Vietnam, de la caída del Shah, de las tropas cubanas en África y de la anexión soviética del suelo entre Camboya y la isla de Grenada, el mensaje británico a la Junta Militar argentina dejó atónito a todo hijo de vecino, del politburó moscovita a sus satélites de todo a cien en los palacios presidenciales, todos los cuales se venían imaginando que el mundo libre había dejado de luchar por serlo.

En cuanto al frente nacional, con motivo de las bodas de plata de su paso por la Administración, firmé la siguiente valoración en el «Daily Telegraph»:

«Nada más producirse la caída de Thatcher, me encontraba en el pub bebiendo con su hija Carol tras un programa de radio. Un colega de la profesión, un «poeta radical», decidió ponerse paternalista «in loco parentis», que en latín literal significa «cuando el pariente demente no está presente». Tras recitar la larga lista de los diversos crímenes de doña Thatcher, se plantó delante de Carol frente a frente y lo resumió todo: «Básicamente, tu mamá se ha cargado por completo a la clase obrera».

Carol se lo tomó como siempre con humor. Y hay que decir que tan terrible sentencia perdió mucho cuando dijo «tu mamá» en lugar de «Thatcher Vatcher», en referencia a la palabra «carnicero» que los encendidos tribunos de los obreros vomitaban sin esfuerzo desde el fondo de los bares.

Por otra parte, tenía algo de razón: básicamente, su mamá acababa de cargarse por completo a la clase obrera. Es decir, Thatcher entendió que la mayor amenaza con diferencia a cualquier futuro viable que pudiera tener Gran Bretaña era un sector público sindicalizado que se recompensaba con un estilo de vida que no estaba dispuesto a ganarse trabajando. De manera que presentó batalla, y se aseguró de ganar. En la era pre-Thatcher, los sindicalistas tenían linaje, principalmente porque se encargaban de obtener todo lo que faltaba en sus familias. El sistema de gobierno de Gran Bretaña se resumía con la desagradable frase «cerveza y bocadillos en el portal 10» –que significaba que los líderes sindicales acudían al número 10 de la calle Downing a reclamar lo que los convencería de no convocar una huelga, y ser agasajados con las viandas antes mencionadas por un primer ministro reducido al papel de propietario de un pub de mala nota.

Para 1990, cuando Thatcher fue desahuciada de la Administración por el acto de matricidio de su ingrata formación política, la diferencia que había marcado era tal que en las tertulias televisivas, a ningún productor se le pasó por la cabeza invitar a un solo sindicalista. Nadie sabía ya de ningún nombre. Ésa es la diferencia entre un verdadero Terminator, y un sucedáneo a lo Schwarzenegger.

Sobre la fuerza de su personalidad, en una Conferencia de la Commonwealth en Vancouver, montaron una especie de «viernes informal». Los mandamases de Oz, Canadá, Belize, Papúa Nueva Guinea y todos los demás se presentaron de americana de pana y camisa abierta sin corbata, y entonces Thatcher bajó las escaleras vestida con el traje sastre azul marino como de costumbre con las hombreras ochenteras. Me parece que fue Bob Hawke, el «premier» australiano, el que hizo la observación: «49 caballeros respetando el protocolo y una mujer que se lo salta. Y nos hizo sentir que éramos nosotros los que nos habíamos equivocado».

El término «descanse en paz» no parece apropiado para el óbito de Thatcher. Ojalá ahí arriba tengan un pedestal XXL, y se estén preparando para tener una vigorosa tertulia esta noche.