Muere Thatcher

La «relación especial» que tumbó la guerra fría

La unió a Reagan la determinación en ganar la batalla de las ideas a la Unión Soviética

Bailando con el presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca en 1988
Bailando con el presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca en 1988larazon

El término «relación especial» que utilizan estadounidenses e ingleses para definir la conexión única entre Estados Unidos y Reino Unido, se usó por primera vez en un discurso pronunciado en 1946 por Winston Churchill. Su nivel de cooperación no tiene precedentes entre grandes potencias en sus actividades económicas, comerciales, militares o de inteligencia, entre otros campos.

En esta relación destacan, sobre todo, el trato cercano del primer ministro Harold Macmillan con John F. Kennedy o Margaret Thatcher con Ronald Reagan. Más reciente, es la sintonía de Tony Blair con Bill Clinton primero y con George W. Bush, después. El respaldo de Londres siempre ha sido muy conveniente para justificar ante la población que cuenta con el respaldo internacional, ya que Londres tiene cuenta como país extranjero, en cualquiera de sus empresas fuera de sus fronteras. De esta forma, el buen trato dispensado entre la primera ministra británica y el presidente Reagan término en el diccionario político: se les consideró «almas gemelas ideológicas».

Desde su primer encuentro, la Dama de Hierro lo dejó bastante claro: «Sus problemas son nuestros problemas y cuando ustedes buscan amigos, estamos ahí» expresó en 1981. Compartió con el conservador estadounidense su filosofía de libre mercado, pocos impuestos, Gobierno pequeño, gran Ejército y su determinación en ganar la guerra de las ideas a la Unión Soviética. Thatcher pasará a la historia como una de las la políticas más estadounidenses de Europa en Estados Unidos. Perfecta para servir a los intereses de Washington en Europa. Uno de los momentos más emotivos de esta relación fue en el funeral de Reagan en el verano de 2004. Thatcher viajó a Estados Unidos, en contra de la opinión de sus médicos debido a su delicada salud, para despedirse del republicano. A pesar de la buena relación entre ambos, manifestada con el acuerdo de 1982 para sustituir la flota Polaris británica con equipamiento estadounidense o el discurso de Reagan ante el Parlamento británico, la «Dama de Hierro» sorprendió a los asistentes cuando se reclinó sobre el ataúd del fallecido. Emocionó a todos los estadoundienses, que suelen mirar con desdén y a la vez admiración a los británicos. Les encanta odiar al Reino Unido, disculpan siempre los ingleses. Aún así, su confianza se puso a prueba con el apoyo tardío de Reagan en la guerra de las Malvinas en 1982. Después Thatcher se quedó sola cuando dio el visto bueno del despegue de aviones estadounidenses F-111 de bases británicas para el bombardeo de Libia en 1986. Entonces, justificó la decisión para ayudar a Reagan en su lucha contra el terrorismo. Tampoco gustó en Londres la falta de consultas en 1983 cuando Estados Unidos invadió la isla de la Commonwealth de Granada.

Su gran sintonía provocó la dimisión del secretario de Defensa británico en 1986 Michael Heseltine, crítico de esta relación entre estados de «almas gemelas ideólogas». Era más favorable a la integración europea. Su renuncia estuvo motivada por la «Opa» a la última manufacturera de helicópteros británica de una empresa de Estados Unidos, ya que consideró que, a la larga perjudicaría, al Reino Unido. Todos estos gestos hicieron a más de uno preguntarse si la británica era consciente de para qué país trabajaba. En cambio, al otro lado del Atlántico, no hacían más que esbozar sonrisas.

A finales de los 80, su influencia fue fundamental para cambiar la idea que se había hecho Washington sobre Gorbachov. Ahora corresponde a los historiadores valorar la importancia de su relación. Quizá les interese más que la de Roosevelt y Churchill o Blair y George W. Bush. A los estadounidenses siempre les encanta examinar la vida privada de los políticos para juzgar su trabajo en la pública. Y después de todo sólo Ronald Reagan solía preguntar a su equipo que «es maravillosa, ¿verdad?», después de hablar con ella por teléfono incluso cuando era para recibir alguna regañina de Londres.