Política

Brexit

La soledad más plástica de May

No fue invitada a la cena y tuvo que esperar durante más de seis horas en una habitación sola.

La primera ministra británica, Theresa May, ayer, a su regreso a Londres / Reuters
La primera ministra británica, Theresa May, ayer, a su regreso a Londres / Reuterslarazon

No fue invitada a la cena y tuvo que esperar durante más de seis horas en una habitación sola.

Las peores cumbres son aquellas que comienzan con buenos presagios. Ése parecía el horizonte del último encuentro de jefes de Estado y de Gobierno de los Veintiocho después de que los embajadores de los Veintisiete hubieran analizado la misiva enviada por Theresa May el día anterior.

El mensaje parecía claro: ultimátum a May, acuerdo sobre la fecha de prórroga (entre el 22 de mayo o el 30 de julio) y ruedas de prensa sobre las 19:00 horas. Después, en la cena se pasaría a hablar sobre China. Nadie descartaba una cumbre extraordinaria el día 28 según el resultado en Westminster. Nada podía salir mal. El mensaje de los líderes europeos en las conocidas como entradas a la cumbre parecían pactados al milímetro, con apenas matices. Pero la alocución de Theresa May durante más de 90 minutos con preguntas exhaustivas de sus colegas europeos dejó a la sala noqueada.

Una vez que May hubo abandonado el encuentro, el sentir mayoritario trastocó por completo los planes iniciales: había que discutir un plan B. La mandataria estuvo poco concisa, ambigua y muy poco convincente, según todas las fuentes consultadas. La «premier» británica, a diferencia de otras ocasiones, no se desplazó hasta su hotel sino que se mantuvo esperando el veredicto de los Veintisiete en una sala adyacente. Aquí empezó el frenesí.

Los Veintisiete rechazaron el primer borrador redactado por el presidente permanente del Consejo Europeo, Donald Tusk, con una propuesta de prórroga el día 22 de mayo y comenzaron a circular borradores contradictorios. May seguía esperando. Durante este periodo de tiempo se llegó a plantear que la prórroga se extendiera tan sólo antes del 9 de mayo, víspera de la cumbre de Sibiu, en Rumanía. Algunas delegaciones comunitarias incluso plantearon que se rebajaran las estrictas condiciones para conceder la prórroga, lo que se enfrentó con la negativa frontal del presidente de Francia, Emmanuel Macron, y la sorpresa de muchos que no se esperaban un borrador de estas características.

Al final, una propuesta de Francia y el Benelux consiguió el consenso de las capitales europeas. Antes, vía Twitter, el embajador búlgaro ante la Unión Europea, Dimiter Tzantchev publicó una fotografía dónde más de una docena de altos funcionarios se arremolinaban intentando vislumbrar el texto de una propuesta de compromiso. Entre los presentes, la jefa de gabinete de Jean-Claude Juncker, la española Clara Martínez, o la segunda de Michel Barnier, Sabiney Weyand. La composición de los personajes parece más propia de un cuadro barroco que de una cumbre europea. O lo que los ciudadanos europeos entienden por lo que pasa entre bastidores de un encuentro de este tipo. Acordado el texto, Tusk habló personalmente con May, que le pidió algo de tiempo para dar el sí definitivo. Vía Twitter, se anunció un receso en la reunión. La «premier» británica consultó la propuesta europea. Fuentes diplomáticas aseguran que «brevemente»y que no pueden confirmar con quién. El «sí» acabó llegando pasadas las once de la noche, tras una nueva charla con el presidente permanente del Consejo Europeo. El acuerdo comenzó a anunciarse. May permaneció unas seis horas en soledad, quizás conectada a Twitter como modo de enterarse de lo que acontencía. La «premier» no fue invitada a la cena. Cenó junto a una copa de vino tinto y tuvo que esperar en una habitación sola la contraoferta de sus aún socios. Se tomó una copa de vino tinto, La mejor metáfora de que Londres empieza a tener un pie fuera del club comunitario.