Crisis en Egipto
La teoría del complot contra Mursi se abre paso en Egipto
Esta semana la Bolsa egipcia registró grandes ganancias. El clima es de euforia ante la perspectiva de una mejora de la economía tras la marcha del ineficiente Gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Esta semana la Bolsa egipcia registró grandes ganancias. El clima es de euforia ante la perspectiva de una mejora de la economía tras la marcha del ineficiente Gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Parece que con la salida del presidente Mohamed Mursi, los principales problemas que sufrieron los egipcios en los pasados meses se han resuelto mágicamente: las interminables colas en las gasolineras –que alcanzaron su punto álgido la semana anterior a la deposición de Mursi– han disminuido, y los cortes en el suministro de agua y luz son menos frecuentes y duraderos. Esta repentina «normalidad» hace pensar que las crisis cíclicas de los últimos meses –exacerbadas en las semanas anteriores a la convocatoria de manifestaciones del 30 de junio–, fueron de alguna forma provocadas. Por eso, las teorías conspiratorias en torno a ello circulan en las calles y en la Prensa.
«Por supuesto, el mujabarat (los potentes servicios secretos egipcios) y el «amn el daula» (la seguridad del Estado, el órgano más brutal de la época de la dictadura) estuvieron moviendo hilos para causar esas crisis y que los egipcios llegaran al 30 de junio realmente hartos», explica a LA RAZÓN un periodista local que prefiere permanecer anónimo. «Desde hace tiempo trabajaban en contra del presidente Mursi y vieron en el 30 de junio la oportunidad para darle el golpe de gracia», asegura. Ese día millones de personas bajaron a la calle para pedir la dimisión del presidente y el Gobierno de los Hermanos Musulmanes. Al día siguiente, el Ejército emitió un ultimátum de 48 horas «para satisfacer las demandas del pueblo», en lo que fue interpretado como un aviso de golpe de Estado, que finalmente se consumó el 3 de julio, con la deposición de Mursi a manos de los militares.
«La situación degeneró durante el mandato de Mursi: la incompetencia de su Gobierno y de su primer ministro Hisham Qandil causaban las crisis. No podemos culpar al Estado profundo o a terceras manos de ello», asegura a este periódico Ahmed Sarhan, un portavoz del ex candidato presidencial Ahmed Shafiq, derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales frente a Mursi.
Shafiq era considerado el candidato de Mubarak y de esa casta que había nacido a la sombra de su régimen. Los empresarios y familias poderosas que se beneficiaban bajo la dictadura también habrían estado oponiendo resistencia activa a Mursi. Ejemplo de ello es el magnate cristiano Naguib Sawiris, que el Gobierno islamista atacó directamente, acusándolo de fraude fiscal. Sawiris apoyó públicamente –no se sabe si económicamente– al grupo Tamarrud, que recogió 22 millones de firmas para pedir la dimisión de Mursi y la celebración de elecciones anticipadas en menos de dos meses.
La hazaña del grupo hace pensar que no eran sólo un movimiento improvisado de jóvenes, sino que recibieron el empuje y financiación de actores más potentes. Mursi tampoco contaba con la colaboración de buena parte de las instituciones egipcias, de la importante burocracia y de los ministerios que permanecieron hostiles al islamista. Los propios funcionarios llegaron a repartir los folletos de Tamarrud y algunos fueron expedientados.
La Policía, que había estado en huelga de brazos caídos prácticamente desde hace un año, ha regresado poco a poco a las calles egipcias e incluso ha estado celebrando con los manifestantes anti Mursi la marcha del mandatario. La creciente falta de la seguridad en Egipto era una de las grandes quejas de los ciudadanos, acostumbrados a vivir en un país sin criminalidad gracias al estado policial existente en la época del ex presidente Mubarak.
El deterioro de la seguridad había sido constante desde la revolución del 2011, pero la sensación de caos aumentó considerablemente durante el mandato de Mursi, que no contaba con la colaboración de los aparatos de seguridad para controlar la calle. Mursi siempre sostuvo que había «manos negras» que boicoteaban su labor y en su último desesperado discurso, antes de ser apartado del poder, culpó al viejo régimen por los fallos de su año horribilis. Sin duda, los problemas estructurales que Mursi heredó de Mubarak, jugaron en contra del islamista.
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