Sociedad

«Lanzaron a su bebé pero no pude salvarlo»

La desesperación llevó a la gente a arrojarse al vacío y dejó imágenes desgarradoras.

La Razón
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«No me puedo quitar la imagen de la cabeza. Aquella mujer me mostraba a su niño y me decía: ‘¡Ayúdame, por favor, ayúdame! Sálvale a él’», pero yo no podía hacer nada. El fuego estaba devorando todo. Era un auténtico horror. No pude hacer nada por ella». Saida, de Somalia, no para de llorar. Vive a pocos metros de Grenfell Tower y como el resto de los vecinos de los bloques aledaños fue desalojada de madrugada ante el temor a que la mole de 24 plantas se desplomara. «Era una pesadilla. Aquellos gritos... Suenan una y otra vez en mi cabeza. Lo peor es cuando empezaron a lanzar a niños por la ventana con la esperanza de salvarlos. Yo soy madre. No quiero imaginar cómo tienes que estar para tirar a tu hijo desde esa altura para poder salvarlo. Es horrible», asegura. Una de las vecinas afirma que vio cómo lanzaron a un bebé desde el décimo piso y un hombre logró salvarlo. «Los padres hacían lo que podían. Todo ocurrió de madrugada y la mayoría estaban dormidos. Cuando algunos se percataron del humo era ya demasiado tarde. Comenzaron a tirar toallas y sábanas para poder bajar por ellas, pero los que vivían en los pisos más altos no tenían tanta suerte. La escena de aquellos padres tirando a su bebé no la voy a olvidar en la vida», admite Samira.

El barrio se encuentra a escasos metros de las mansiones de Notting Hill. Pertenece al exclusivo distrito de Kensington y Chelsea. En Londres, precisamente para evitar guetos, las zonas más ricas están mezcladas con las más pobres y las lujosas casas de diez millones de libras donde viven entre otros David Cameron convergen con altos bloques de protección oficial. La torre residencial de Grenfell era uno de ellos. Los vecinos perdieron lo poco que tenían. En la comunidad hay una gran mezcla de culturas y gran porcentaje de musulmanes. Al ser el mes de Ramadán, muchos hombres estaban en la mezquita cuando empezaron a recibir las llamadas de sus familias pidiendo auxilio. «Sami salió corriendo, pero no pudo llegar hasta su casa. Vive en el piso 21. Aún no ha encontrado a su mujer y a su hija», explica un vecino.

Las mezquitas, iglesias, colegios y centros sociales de la zona se convirtieron en campamentos base con decenas de voluntarios que intentaban calmar a las víctimas. En algunos sitios se llegaron a colgar carteles para que la gente dejara de traer ropa y comida hasta nuevo aviso porque estaban completamente desbordados. Muchos menores aún estaban en pijama con cara de terror. Algunos niños de la zona pidieron voluntariamente a sus padres llevar juguetes a las víctimas, como Clara, que con cinco años no había podido dormir. «Les ha traído sus muñecas para que se pongan un poco contentos», contaba su madre.

A media mañana, muchas personas que tenían familia viviendo en el bloque comenzaron a acercarse después de no encontrar a los suyos en los hospitales. «Por favor, ayúdenme. Mi hija y mi nieta vivían en la torre. No responden al teléfono. Nadie me dice nada. Por favor, ayúdenme», gritaba una mujer desconsolada. Otra, que logró salvarse, no tenía noticias de su hermano.

Con decenas de desaparecidos, las redes sociales se convirtieron en el mejor aliado para recabar datos. «Hay unos padres que están en el hospital y no encuentran a su hija. Ella se soltó de la mano con toda la locura. Vivían centenares de personas y había muy pocas salidas de emergencia. Fue un auténtico caos», comenta un joven de origen griego. «¿Alguien sabe algo de Abirun?», pregunta una vecina. «El teléfono está apagado, pero me han contado que la última vez que hablaron con ella comenzó a despedirse porque estaba completamente atrapada. Vivía en el piso 20. No creo que haya podido conseguirlo», responde otra. Lloros. Abrazos. Consuelos. Desconsuelos. Las imágenes son estremecedoras. Son muchos vecinos también los que se arrancan a aplaudir cuando hay el cambio de turno de las brigadas de bomberos. Sus caras lo dicen todo.