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«Los cascos blancos», héroes anónimos al rescate de los sirios

Los sirios vuelven a tener esperanza con “los cascos blancos”, porque saben que si quedan atrapados entre los escombros de un ataque, estos héroes anónimos intentarán rescatarlos, incluso poniendo en peligro sus propias vidas. En muchas zonas devastadas por el conflicto, un camión de bomberos o los servicios de emergencia son un lujo que no se ha visto desde el inicio de la contienda que azota Siria, por lo que algunas víctimas quedaban enterradas bajo los edificios sin que nadie las socorriera.

Pero ahora, un grupo de voluntarios de la Defensa Civil siria, conocido como los cascos blancos, no duda en acudir para intentar salvarlas.

Uno de ellos es Hosam, de 23 años, que estudiaba Filología Inglesa antes del conflicto y actualmente es el jefe de este grupo en Idleb, en el norte de Siria.

Cuando comenzaron las protestas antigubernamentales en 2011, este joven participó en ellas, e incluso ayudó a organizarlas, pero en el momento en que surgió la violencia y le invitaron a unirse a la lucha armada, él lo rechazó.

“Creía que debía ayudar, pero de forma pacífica, nunca empuñando las armas”, recuerda Hosam, en una entrevista a Efe por internet.

Una experiencia similar tuvo Mayed, otro de los miembros de la Defensa Civil, de veinte años y estudiante de Ingeniería Agrícola, que quería colaborar “de una manera distinta”.

Ambos tomaron un curso hace un año y dos meses para convertirse en cascos blancos, la Defensa Civil siria que actúa en áreas bajo control rebelde, ya que no tienen permiso para operar en zonas en manos del Gobierno, aunque dicen que no les importaría y que de hecho han salvado a soldados de Ejército regular.

Precisamente, porque su labor principal es salvar vidas, también están en lugares controlados por el grupo yihadista Estado Islámico (EI), como la ciudad de Al Bab, en la provincia de Alepo, donde los radicales no interfieren en su trabajo.

La guerra impone duras condiciones y algo tan simple como una llamada telefónica de socorro es una rareza cuando las telecomunicaciones fallan la mayor parte del tiempo.

Por eso, dependen de oteadores que les avisan en cuanto ven un avión por el cielo y de sus propios ojos que no pierden de vista lo que ocurre por encima de sus cabezas para ver dónde caen los proyectiles. Aunque otras veces son los propios ciudadanos quienes acuden a sus sedes para pedir auxilio.

Si los aparatos pasan de largo los oteadores avisan al área siguiente para que el equipo de la Defensa Civil esté pendiente”, explica Hosam.

El momento más difícil es la noche, “porque es complicado averiguar dónde han caído los obuses”, reflexiona Mayed, que trabaja en un centro administrativo de los cascos blancos, en labores logísticas y de coordinación.

Los primeros voluntarios surgieron en Alepo e Idleb, donde antes de la creación de este grupo acudían espontáneos en socorro de las víctimas de los ataques, y ahora son ya 1.100 los cascos blancos.

Las tareas de los cascos blancos son diversas, como la extinción de incendios, rescate de personas, construcción de tiendas de campaña, evacuaciones, distribución de asistencia, etc.

Pese a que los medios son escasos y trabajan con herramientas poco sofisticadas, ya que no disponen de excavadoras ni de maquinaria para elevar piezas pesadas, no les falta tesón ni valor.

En su día a día, se enfrentan a situaciones descorazonadoras como cuando Hosam participaba en un rescate hace seis meses en el pueblo de Binish, en Idleb, donde hubo una explosión de un coche bomba.

“Había unos veinticinco muertos hechos pedazos, no había ni un solo cadáver entero. En medio de esa destrucción me encontré con un bebé con las manos amputadas que no paraba de llorar, pero no por el dolor, sino porque buscaba a su mamá”, rememora el voluntario.

Hosam llevó al bebé al hospital y se llevó una gran decepción al averiguar que su madre había fallecido en el ataque.

Pese a la dureza de su oficio, tanto a Hosam como a Mayed les gustaría seguir vinculados a este tipo de labor en el caso hipotético de que el conflicto se acabara en Siria, no sin retomar también sus estudios.

Ambos salieron de la primera promoción de los cursos para voluntarios impartidos por la empresa Ark, con la subvención del Gobierno de EEUU y el Reino Unido, entre otros.

No reciben ningún tipo de remuneración, aunque durante tres meses recibieron una ayuda de 175 dólares del Ejecutivo interino de la oposición siria, que quiso respaldar este programa.

“Mi familia se siente muy orgullosa de mí, saben que estoy salvando vidas”, dice Hosam, al tiempo que Mayed asiente.