Elecciones en Estados Unidos
Los retos a los que se enfrentará el presidente
Quien llegue a la Casa Blanca en enero 20 del 2017 tendrá que enfrentarse a varios problemas ineludibles. En el orden económico el rompecabezas tiene muy difícil solución. El país posee una inmensa y creciente deuda internacional que excede el 106% del PIB nacional. Mientras los intereses se mantengan muy bajos, la deuda es manejable. Si suben (una decisión de la Reserva Federal), no hay forma de hacerles frente con los ingresos fiscales actuales. Pero si no suben es una invitación a nuevas y devastadoras burbujas). Palos porque boga y palos porque no boga.
Por otra parte, el 90% de los ingresos fiscales están comprometidos de antemano con varios gastos obligatorios que tienden a subir por la longevidad creciente de la población y el viejo lema de los clientes políticos: «Pidiendo nadie se arruina» (falso: al final nos arruinamos todos). Los cuatro jinetes del Apocalipsis fiscal son: jubilaciones, gastos sanitarios, beneficios sociales y defensa. Los cuatro cuentan con copiosos lobbies dedicados a proteger sus intereses. Son intocables.
Al cierre de esta edición, como probablemente les tocará gobernar a los demócratas, a estas erogaciones habrá que agregar los gastos de la enseñanza universitaria gratuita, un disparate propiciado por Bernie Sanders, un viejecito vigoroso crucial en estas elecciones, al que alegremente se apunta la juventud norteamericana, deseosa, lógicamente, de que sea otro quien pague la cuantiosa factura de sus estudios. Lo mismo sucederá con el Obamacare, un seguro obligatorio de salud cuya prima acaba de dar un salto prodigioso. Ya los norteamericanos dedican a la salud 19 centavos de cada dólar que producen y la cuenta continúa aumentando.
En el terreno migratorio, el nuevo presidente deberá trabajar con el Congreso y el Senado para aprobar una reforma que le permita incorporarse al trabajo legal a esos once millones de indocumentados que se calcula existen en el país, río humano que continuará fluyendo mientras exista, por una punta, un «sueño americano», y, por la otra, una pesadilla mexicana, hondureña y el resto de las catástrofes.
Los estadounidenses más racionales saben que esa fórmula es la más conveniente para el país, para los incómodos huéspedes y para sus países de origen, a los que fluirán las remesas más fácilmente, pero ¿a quién se le ocurre acusar a los parlamentos de actuar con el cerebro y no con los intereses partidistas?
Mas si el triunfador era Trump, el abominable «hombre del muro» para los mexicanos, lo que sucederá es que tratará de expulsarlos y creará un lamentable caos en el sector de la agricultura, amén de gravísimos conflictos con el inevitable vecino. Los asuntos internacionales también miran con muy mala cara. El nuevo inquilino de la Casa Blanca deberá decidir si el país continúa siendo «la cabeza del mundo libre», como se decía en los manuales de retórica de los gloriosos tiempos de la Guerra Fría, o si repliega a posiciones más aislacionistas.
Si gana Hillary lo probable es que mantenga los instrumentos políticos, económicos y militares creados hace 70 años durante la lucha contra los nazis, luego contra los comunistas, y últimamente contra los ex comunistas, como el nuevo zar Vladimir Putin, pero si Donald Trump consigue trasladar a Washington la visión del mundo instalada bajo su inverosímil cabellera, el panorama será diferente.
¿Para qué utilizar el FMI o al BM para rescatar a los competidores de sus errores económicos? ¿No es mejor una China arruinada uniformemente vestida a lo Mao que una China exportadora de cuanta cosa se fabrica? ¿Para qué mantener la OTAN si ya no hay Guerra Fría? ¿No sería preferible que Japón y Corea del Sur fabriquen sus bombas nucleares y se enfrenten a esa truculenta versión de la familia Adams avecindada en Pyongyang? ¿Qué sentido tiene tratar de sostener o generar la democracia en una zona del mundo, como sucede en el Medio Oriente, que no desea vivir de esa manera tan caótica y tan alejada del paraíso de Alá explicado por su profeta Mahoma?
Esas diferencias explican los movimientos de las Bolsas. Cuando parece que gana Trump, todas corren y se retraen, verificando el viejo dictum de que «no hay animal más cobarde que un millón de dólares». (Sí lo hay: un millón de euros. Corre a más velocidad y se esconde bajo los muebles sin el menor pudor). Y queda, claro, el tema político local. Si Hillary gana, los republicanos se enfrentarán al mayor de los descalabros. Trump ha dividido y destruido el partido, enfrentando a moderados y radicales, a cristianos fundamentalistas y a personas que no creen que la religión debe dirigir los destinos nacionales.
En su camino a la candidatura, trituró y deglutió a 16 oponentes, y luego envileció el debate con horrendos ataques personales, dirigidos especialmente contra las mujeres, pero sin detenerse frente a las características físicas de sus oponentes. Tal vez la mayor herencia que dejará esta campaña electoral es la convicción de que así no se debe elegir a un presidente. Es verdad que se sabe que las campañas negativas rinden sus frutos, pero no tanto. No tanto.
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