Política

Guerra en Ucrania

Los tártaros, chivo expiatorio del imperialismo ruso

Iván el Terrible, que reinó entre 1530 y 1584
Iván el Terrible, que reinó entre 1530 y 1584larazon

La manera en que se denomina a un pueblo dice no poco de cómo es considerado. En Rusia a los mongoles y otros pueblo de etnia turca se los llama «tártaros». El término tiene trascendencia y mucha. La percepción que de los mogoles tenían los rusos hizo que señalaran que procedían del mismísimo Tártaro, es decir, del infierno. No podía ser de otra manera dado el reguero de fuego y destrucción que desencadenaron a su entrada en la Rusia medieval. Si España se forjaría en la lucha contra una invasión islámica que aniquiló el reino visigodo y que se mantendría durante casi ocho siglos, Rusia adquiriría su temple nacional en el enfrentamiento con los tártaros.

En 1223 –el año siguiente al enfrentamiento en las Navas de Tolosa entre los reinos hispanos y los invasores islámicos– los tártaros aplastaron a las fuerzas de una Rusia que tenía como capital a Kiev, la actual capital de Ucrania. Los tártaros se retiraron entonces a causa de una crisis interna, pero en 1237 regresaron. Desde 1240, toda Rusia quedaría sometida a los tártaros de la denominada Horda de Oro. Los episodios de la barbarie mogola, como el apuñalamiento del príncipe Mijail de Chernigov porque se negó a postrarse ante las tablillas de Genghis Kan, se convertirían en hitos nacionales. En 1380, los rusos lograron vencer a los tártaros en Kulikovo, una batalla de enorme resonancia porque debilitó el poder directo de los tártaros y permitió que los rusos fueran meros tributarios. Con todo, la independencia total no llegó hasta 1480 –doce años antes del final de la Reconquista española– consagrando la relevancia política y religiosa de Moscú, ya convertido en la Tercera Roma.

La huella que los tártaros dejaron en el alma rusa no fue escasa. Por ejemplo, si hasta la invasión la pena de muerte sólo se aplicaba a los siervos, a partir del dominio mongol se extendió a todo tipo de personas por un número mayor de motivos. Con todo, la expulsión de los mongoles no significó el final de la presencia tártara en Rusia o en otros territorios de la Europa del Este. Fusionados con pueblos de ascendencia turca, relacionados étnicamente con los búlgaros, los tártaros siguieron formando parte de la historia de Rusia. Los tártaros del Volga, por ejemplo, siguieron combatiendo contra los rusos, lo que se tradujo en su deportación como prisioneros a lugares como Lituania. Así, se fueron rusificando durante los siglos siguientes hasta tener el ruso como primera lengua ya en el siglo XIX.

Los tártaros de Crimea, por su parte, se convirtieron en una nación islámica en el curso de la Edad Moderna –el famoso kanato de Crimea– constituyendo uno de los grandes poderes de Europa Oriental. Regidos por la estirpe de Haci I Giray, un descendiente de Gengis Kan, representaron una amenaza para Rusia que, en las fuentes, aparece a la altura de los agresivos polacos. En el siglo XVII, los tártaros de Crimea formaban parte de las tropas más selectas del imperio otomano, una circunstancia que se recuerda en novelas como Taras Bulba, donde los cosacos, al servicio de Rusia, combaten incansablemente contra ellos.

Durante el siglo XVIII, otomanos y tártaros retrocedieron ante el notable avance de una Rusia que se convertía en gran potencia europea y comenzaba a cobrarse facturas pendientes con naciones como Polonia. Crimea fue incorporada a Rusia, que mantuvo la población tártara respetando su religión e incluso costumbres como la poligamia, que duraría hasta 1917. La huella tártara se mantuvo en el interior de Rusia durante siglos –basta observar con cuidado a Lenin para descubrir su ascendencia mogola– sin especiales tensiones. La Revolución de Octubre alteró su status. Como sucedió con todas las nacionalidades, se insistió en otorgarles un carácter autónomo y en respetar sus peculiaridades –a diferencia, por ejemplo, de lo que había hecho la Revolución en Francia–, pero, en paralelo, se reprimió despiadadamente cualquier disidencia. Como rusos, bielorrusos o ucranianos, los tártaros fueron enviados al Gulag en lo que Solzhenitsyn denominó riadas. En su caso, se unía además el temor a que pudieran aliarse con Hitler. Así sucedió. Al igual que los nacionalistas ucranianos colaboraron con entusiasmo en el Holocausto y formaron una división de las SS, los musulmanes de la URSS –tártaros incluidos– no dudaron en alistarse bajo la bandera de la esvástica. Las grandes derrotas alemanas impidieron la constitución de más unidades musulmanas, pero, curiosamente, ya durante la Guerra Fría serían antiguos nazis los que recomendarían su uso a distintos oficiales norteamericanos. Se iniciaba así una colaboración que daría frutos cuya repercusión aún es obvia.

El colapso de la URSS lanzaría a los tártaros en todas las direcciones. Durante la guerra civil rusa, muchos habían emigrado a Turquía y China. Otros habían emigrado tiempo atrás al otro lado del Atlántico, como fue el caso de la familia del actor Charles Bronson. A finales del siglo XX, muchos prefirieron establecerse en Moscú o San Petersburgo. No faltaron los que vieron con estupor cómo pasaban a formar parte de Ucrania. Venidos, según los rusos medievales, del infierno. Su futuro es un enigma.