Secuestro de periodistas

Los yihadistas les amenazaban de muerte cuando se torcían las negociaciones

Los terroristas separaron a Pampliega a los tres meses y los cambiaron de casa hasta en seis ocasiones por medidas de seguridad.

Los yihadistas les amenazaban de muerte cuando se torcían las negociaciones
Los yihadistas les amenazaban de muerte cuando se torcían las negociacioneslarazon

Los terroristas separaron a Pampliega a los tres meses y los cambiaron de casa hasta en seis ocasiones por medidas de seguridad.

Los yihadistas del Frente al Nusra de Al Qaeda que mantuvieron secuestrados a los periodistas españoles Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre les llegaron a amenazar de muerte en ciertas ocasiones, según informaron a LA RAZÓN fuentes antiterroristas. Ésta es un práctica habitual de las bandas que cometen este tipo de actos delictivos, con el fin de mantener un ambiente de coacción sobre los secuestrados y suelen emplearse en los momentos en que las negociaciones para fijar las condiciones del rescate no evoclucionan en la buena dirección. Para una persona que está privada de libertad, que se encuentra en manos de terceros, de los que depende para todo, desde la comida y la bebida a cualquier necesidad que pueda surgir, el mero hecho de la amenaza constituye la constatación de la impotencia para afrontar la situación en la que se encuentra.

Por eso los captores utilizan estas estrategias de forma gradual por si al retenido se le pasa por la cabeza alguna idea o plan con el fin de recobrar la libertad. Al margen de estas amenazas, el trato ha sido, por lo general, bueno dentro de lo que supone estar en manos de terroristas yihadistas.

Los miembros del Frente al Nusra sometían a los periodistas al mismo régimen de comidas que hacían ellos, que consistía en una especie de puré de garbanzos, el conocido hummus, una receta ancestral árabe que se ha puesto de moda ahora en la cocina occidental. También les ofrecían verduras, pero no, como es lógico, alcohol o productos derivados del cerdo, prohibido por el islam.

Durante el Ramadán, les obligaron a respetarlo de forma estricta, como si profesaran la religión musulmana, y no les daban nada de comer ni de beber desde que amanecía hasta que se ponía el sol. A este respecto, y dada la larga duración del secuestro, los informadores españoles ya meditaban sobre la posibilidad de tener que afrontar un nuevo Ramadán, con la dureza que ello supone para un occidental que no está acostumbrado a estas prácticas.

La separación

Los yihadistas les vigilaban de cerca, por lo que algunas veces vieron a los secuestradores, iban armados, aunque el control de los periodistas era relativamente sencillo, ya que les mantenían en una habitación cerrada sin ventanas, con una sola puerta, en la que la limitación de movimientos era prácticamente absoluta.

Durante los tres primeros meses, los informadores permanecieron juntos en una misma casa, pero, pasado ese periodo, Antonio Pampliega fue separado de los otros dos compañeros periodistas y fue trasladado a un lugar desconocido. Poco antes de la liberación, juntaron de nuevo a los tres hombres.

Esta práctica de separar a los rehenes es de «manual» entre los secuestradores y no tiene otra finalidad que la de mantener el miedo e inseguridad de las personas capturadas. Además, en el caso de que fueran localizados en una operación de los comandos especiales de Fuerzas Armadas o Fuerzas de Seguridad, siempre contarían con la baza de negociar la retirada de los rescatadores bajo amenaza de asesinar al que no se encontraba en ese lugar.

Siguiendo también ese «manual», y como medida de seguridad para no ser localizados, cambiaron a los secuestrados hasta seis veces de casa. Una práctica asimismo común en estos casos. Las citadas fuentes consultadas por este diario sostienen que siempre han estado en la zona de Siria cercana a la frontera con Turquía, lo que facilitaría el traslado de los periodistas cuando se produjera el acuerdo para la liberación.

Una de las pocas cosas que les permitían hacer para entretenerse durante las largas horas de cautiverio era escribir. Les facilitaron los útiles necesarios, aunque se desconoce en manos de quién están los originales escritos por los periodistas.

El mayor temor de los informadores, algunos de los cuales cuentan con gran experiencia en la zona, era, tal y como adelantó LA RAZÓN en su edición de ayer, que pudieran ser vendidos a otra banda yihadista, una práctica habitual entre los grupos islamistas que operan en la zona. Al tratarse del Frente al Nusra, suponía una hipótesis impensable, ya que esta organización se nutre del dinero que obtiene del rescate de personas secuestradas para poder sufragar los gastos de la guerra en Siria.

Para Al Qaeda Central (AQC) resulta fundamental el mantenimiento de su franquicia en la zona, dados los avances experimentados por el Daesh, el Estado Islámico, que se han saldado con no pocas deserciones en el seno de la banda que lidera Mohamed al Golani, un terrorista de origen sirio que regresó a su país en 2011 y se convirtió en el líder del grupo. Procedía de las filas del Estado Islámico de Irak.

El hecho de que esta franquicia terrorista no sea tan brutal y sanguinaria como el Estado Islámico no le resta peligrosidad. Precisamente, Al Qaeda intenta en estos momentos recobrar el protagonismo que ha perdido en beneficio de la banda que lidera Abu Bakr al Bagdadi.

El dinero obtenido por los secuestros, además de para mantener la guerra, puede ser utilizado para financiar atentados terroristas en Occidente, en especial en Estados Unidos, que figura siempre como objetivo prioritario en su revista «Inspire», en la que se explica con todo detalle la forma de confeccionar artefactos explosivos de todo tipo.