Irak
Macron defiende la soberanía europea frente al nacionalismo
El presidente de Francia asegura ante el Parlamento Europeo que la UE está atascada en una suerte de «guerra civil» y pide una reacción democrática contra el auge de los populismos.
El presidente de Francia asegura ante el Parlamento Europeo que la UE está atascada en una suerte de «guerra civil» y pide una reacción democrática contra el auge de los populismos.
Hace aproximadamente un año, la «fuerza del bien» –encarnada en el europeísta Emmanuel Macron– logró imponerse al apocalipsis ejemplificado en Marine Le Pen. La Unión Europea volvía a creer en sí misma tras meses de incertidumbre y confiaba en que –tras la cuarta victoria de Angela Merkel en otoño– el alicaído motor franco-alemán volviera a funcionar a pleno rendimiento y diera un nuevo impulso al proyecto de integración europea.
Pero este relato comienza a mostrar grietas. El propio presidente de la República francesa es consciente de ello y decidió dedicar su discurso de ayer ante el pleno de la Eurocámara en Estrasburgo (Francia) a intentar que los países europeos superen sus divisiones y advertir sobre los cantos de sirena del populismo. El análisis de Macron sobre el momento actual no puede ser más desasosegante: la UE vive una suerte de «guerra civil» y los «egoísmos nacionales parecen más importantes que lo que nos une». Pero hay esperanza, sólo hay que estar dispuesto a no dar la batalla por perdida.
«Este año que nos separa de las próximas elecciones europeas hay que luchar. Si decidimos abandonar nuestro compromiso con la democracia vamos a dar un paso en falso. Tenemos que construir una nueva soberanía europea para dar respuesta clara y firme a los ciudadanos, demostrarles que podemos protegerles y hacer frente a los desórdenes que hay hoy en el mundo», aseguró el presidente.
En estos doce meses desde que Macron ha ocupado el Palacio del Elíseo, los frutos son por el momento escasos. Una Merkel débil sigue mostrando resistencias a mayores pasos de integración en la zona euro con la ayuda inestimable de los halcones de la ortodoxia presupuestaria capitaneados por Países Bajos; el tablero internacional parece más incierto que nunca con un presidente de Estados Unidos impredecible y aislacionista y regímenes autoritarios como Rusia, Irán y Turquía ganando terreno. Dentro de los socios europeos persiste la herida este-oeste abierta desde la crisis de refugiados y, como colofón, el euroescepticismo no ha muerto y puede seguir ganando la partida.
El primer ministro húngaro Viktor Orban se ha apuntado una victoria histórica en las recientes elecciones y parece dispuesto a embarcarse en una cruzada contra Bruselas; en Austria la ultraderecha forma parte del Ejecutivo con seis carteras y en Italia
–sumida una vez más en esa inestabilidad tan característica del país transalpino– más de la mitad de los votantes han apoyado a fuerzas abiertamente críticas con el statu quo europeo.
Si en su comparecencia en la Sorbona Macron pronunció un discurso ambicioso con una batería incesante de iniciativas, ayer decidió cambiar de estrategia. Consciente de que su programa es más que conocido, prefirió centrarse en la urgencia de llevarlo a cabo y la necesidad de conseguir apoyos. El presidente francés ha comenzado a darse cuenta de que solo, poco puede hacer.
Como antídoto al desencanto que muchos ciudadanos sienten hacia las instituciones europeas, Macron propone la idea de «soberanía europea», término que gusta en la capital comunitaria pero que levanta suspicacias en muchos de los 28. «Rechazo esa idea de que Europa y su democracia estén condenadas a ser impotentes. Frente al autoritarismo la respuesta no es una democracia autoritaria, sino la autoridad de la democracia», defendió el presidente de la República.
Dentro de las propuestas más terrenales, Macron apostó por superar el envenenado debate sobre la reforma de Dublín (la normativa que regula el reparto de refugiados mediante cuotas, las cuales varios miembros de la UE se han negado a aceptar y el resto no ha cumplido sus compromisos) y centró su iniciativa en un programa específico para financiar a las localidades que acojan a demandantes de asilo. También defendió una vez más la tasa a los gigantes digitales vetada por países como Irlanda y Países Bajos y un presupuesto anticrisis para la zona euro, y se comprometió a que Francia aporte más dinero al presupuesto comunitario a partir del año 2020, a cambio de un nuevo enfoque en el que se preste más atención a partidas olvidadas como la Defensa o la gestión de fronteras.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, celebró que «la verdadera Francia esté de vuelta», pero también alertó al presidente francés de que el mero acuerdo entre París y Berlín no será suficiente para que el club europeo en su conjunto avance. «Ojalá que otros se unan a su ambición en los próximos meses en sus objetivos que son también los nuestros», señaló Juncker. De momento, ni siquiera está claro que la naciente Gran Coalición entre socialistas y populares en Alemania esté por la labor de apoyar las reformas propuestas por Macron. Tras meses de parálisis, se espera que en el mes de junio se ponga negro sobre blanco un plan para relanzar la zona euro. Pero en la capital comunitaria empieza a cundir el desánimo. Las resistencias son muchas.
El presidente galo también aprovechó la ocasión para defender la «legitimidad» de la intervención en Siria llevada a cabo por París, Londres y Washington, y separar esa acción concreta contra los almacenes de armas químicas de ataques como los llevados a cabo en Irak o Libia. Como colofón, Macron se miró en el espejo de la historia. «No quiero pertenecer a una generación de sonámbulos, una que haya olvidado su pasado o que no vea los problemas que tiene delante», aseveró en referencia al libro «Sonámbulos» de Christhoper Clark que analiza los errores que desembocaron en la Primera Guerra Mundial.
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