Crisis política
Madagascar al borde del colapso político: el presidente Rajoelina desaparece del país
El mandatario afirma haberse refugiado en “un lugar seguro” y denuncia un intento de golpe de Estado mientras parte del Ejército se une a las protestas

Madagascar vive esta semana, y la anterior, su episodio político más tempestuoso desde 2009. Y no fue hasta la madrugada del martes cuando el presidente del país, Andry Rajoelina, rompió su silencio con un vídeo difundido en su página de Facebook. El discurso del (ex) presidente estaba anunciado en un inicio para las 19.00 (hora local) y debía emitirse por televisión, pero tuvo que aplazarse varias veces tras la irrupción de grupos militares en la estación de radiotelevisión pública. Al final, el vapuleado presidente terminó dando su mensaje en redes, prueba evidente de su derrota.
Rajoelina confirmó haberse trasladado a “un lugar seguro”, sin especificar dónde, y aseguró que no estaba dispuesto a dimitir. Es más: pidió “respeto a la Constitución” y denunció por enésima vez en la última semana un intento de “apoderarse del poder ilegalmente y por la fuerza”. Estas acusaciones suenan como los últimos coletazos del presidente malgache en las esquinas del poder, después de que la unidad de élite militar conocida como CAPSAT se alineara este domingo con las protestas juveniles que llevan semanas sucediéndose contra los continuos cortes de agua y de luz en el país, la carestía endémica y la corrupción galopante entre la clase política.
Actualmente se desconoce el paradero de Rajoelina. Fuentes diplomáticas citadas situaron al presidente fuera del país, algo que su entorno no confirma y que Francia evita validar. Aunque circulan rumores que aseguran que el presidente malgache fue evacuado por un avión francés a la isla de Reunión.
El trasfondo social y económico ayuda a explicar por qué ha prendido tan rápido la mecha de la revolución. Madagascar es una nación que encadena desde hace décadas problemas vinculados a la inflación y atados a la pobreza estructural, con una empresa pública de energía (JIRAMA) quebrada y una prestación de servicios básicos en caída libre. Néstor Siurana, geógrafo y analista español que vivió seis meses en Madagascar asegura que “era una cosa que tenía que pasar y que iba a pasar, pero no se sabía cuándo”. Y añade: “Que se vaya Rajoelina es una magnífica noticia, pero a medias, porque no se sabe lo que puede venir ahora”. Para Siurana, el presidente “era un líder corrupto… obcecado en su riqueza”, y entre opositores circula el temor (no corroborado por pruebas públicas) de que se haya sacado fondos del país antes de ponerse a resguardo: “Se teme que haya robado dinero de la reserva nacional para llevársela con él al exilio”.
Hace falta recalcar que Rajoelina insistió en su discurso que no estaba dispuesto a renunciar y que enmarcó la crisis como una tentativa de golpe. Los hechos objetivos, sin embargo, muestran una erosión acelerada del poder presidencial: el nombramiento del general Ruphin Fortunat Zafisambo como primer ministro tras disolver el gobierno anterior en el marco de las protestas, los toques de queda impuestos a la ciudadanía y el control intermitente de la calle por facciones dispares.
Una volatilidad que encaja con un historial de rupturas ya habitual en Madagascar: en 1972 tuvo lugar la caída de Tsiranana tras una serie de protestas; en 1975 ascendió al poder el almirante Didier Ratsiraka y comenzó la Segunda República; entre 1991 y 1993 aconteció una revolución popular con la consiguiente transición democrática; en 2001 y 2002 sucedió la crisis electoral entre Marc Ravalomanana y Ratsiraka, que fue resuelta mediante el apoyo militar al primero; y en 2009 llegó al poder Rajoelina, con respaldo castrense, en un episodio calificado como golpe de Estado por buena parte de la comunidad internacional. Ese turbulento expediente político malgache, marcado por protestas, brechas de seguridad y salidas del poder no constitucionales, regresa ahora con nuevos (y viejos) protagonistas.
La siguiente pregunta razonable sería determinar cuál es el posible relevo de Rajoelina. Siurana teme un gobierno militar, aunque no hay todavía un nombre que goce del consenso. En el lado civil destaca Siteny Randrianasoloniaiko, que ha capitalizado con astucia el descontento popular. El expresidente Marc Ravalomanana conserva aún su influencia entre redes urbanas y empresariales, mientras que Hery Rajaonarimampianina (presidente entre 2014 y 2018) cuenta con generosos apoyos dentro de la clase política. Entre los militares suena con especial fuerza el nombre del general Zafisambo, que podría ser una pieza clave para una transición híbrida (civil–militar). Siurana insiste en que la salida del mandatario “es una magnífica noticia, pero a medias”, precisamente por la incertidumbre que se aproxima.
La reacción internacional, con foco en Francia
ONU y Unión Africana han reclamado contención y respeto al marco constitucional; Estados Unidos ha emitido avisos de seguridad y llamados a la calma; la UE pide diálogo. Pero la atención en el marco internacional, sin embargo, se concentra en Francia. París ha evitado confirmar si prestó apoyo logístico a una eventual evacuación del mandatario e insiste en preservar una legalidad que evite que la frustración de los jóvenes derive en una toma del poder que se salga de los raíles.
Pero Siurana carga también contra el relato triunfalista del Gobierno: “Iba por la ONU diciendo lo bien que iba Madagascar […] y no es verdad”. Y sobre el vínculo con la potencia histórica: “Al tener mucho apoyo de Francia, digamos que tenía carta blanca… Está obsesionado con Francia, ama a Francia. Ha vendido el país a Francia de una manera espectacular”. Un detalle interesante en este punto es que hace días que circula por redes una fotografía del pasaporte del presidente malgache… expedido por Francia. Dado que Rajoelina tiene, en efecto, la doble nacionalidad francesa y malgache.
A corto plazo, mientras no haya una dimisión formal ni una autoridad interina reconocida, el desenlace dependerá de tres factores: la cohesión de las distintas facciones militares que podrían desencadenar en luchas de poder, la capacidad de las fuerzas civiles para articular una alternativa aceptable y la respuesta de los socios externos del país. Lo único claro es que el país vuelve a caminar por un filo de incertidumbre.